adrenalina capitulo 9

79 4 2
                                    

Salí a la superficie justo en el momento en que mis pulmones exigían desesperadamente aire. Con pasos pesados abandoné la bañera y me envolví en una toalla antes de salir del baño. Cada paso hacia mi cama era como cargar con el peso de un mundo que se desplomaba sobre mis hombros. Ya no sentía el deseo de nada, como si su partida hubiera arrastrado consigo todo lo que me importaba en este mundo.

Los atardeceres ya no eran más que un recordatorio doloroso de otro día que llegaba a su fin y él no estaba allí para compartirlo conmigo. Los amaneceres, por otro lado, dolían aún más, recordándome que una mañana más comenzaba sin su presencia a mi lado. La ausencia de su compañía era un dolor constante que se aferraba a mi pecho, haciéndome sentir como si una parte de mí misma estuviera perdida en algún lugar entre la realidad y los recuerdos.

Odiaba no poder odiarlo. Odiaba no poder avanzar por el miedo paralizante que se aferraba a mi corazón. Tenía miedo de olvidarlo, de olvidar su voz suave, su aroma embriagador, su mirada penetrante. No quería dejarlo ir, aunque él me hubiera soltado hace meses. Vivía en los recuerdos, aprendiendo a vivir de ellos a falta de su presencia física.

Me di cuenta de que había dos formas de relacionarse con los recuerdos: vivir en ellos o vivir por  ellos. Yo había elegido vivir en ellos, sumergiéndome en cada momento compartido, cada risa compartida, cada gesto de cariño. No era una forma saludable de lidiar con la pérdida, lo sabía, pero era lo único que me mantenía conectada a él, aunque solo fuera en espíritu.

Como todas las noches, escuché el suave golpe en mi puerta, anunciando la presencia de Demian. Sin embargo, esta vez decidí no responder. Trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave, como un escudo protector que me separaba del mundo exterior.

No quería ver a nadie. Mi rutina se había vuelto monótona y simple: salir de casa antes que los demás, pasar toda la tarde fuera, regresar antes que todos, encerrarme en mi habitación, llorar hasta quedarme dormida y repetir el ciclo al día siguiente.

Lo que comenzó como un día se convirtió en una semana, luego en un mes, y finalmente en dos meses. Me sentía atrapada en una espiral de desesperación, como si el aire se hubiera vuelto más espeso y difícil de respirar. Anhelaba verlo, deseaba encontrarme perdida en sus ojos una vez más. Era esa mínima esperanza de volver a verlo lo que me mantenía aferrada a la vida, aunque fuera solo por un instante.

Desde el otro lado de la puerta, la voz de Demian resonaba con preocupación y súplica.

—Ada, soy yo, Demian. Te traje algo de comer. Ábreme, por favor—  rogó, su voz cargada de una mezcla de ansiedad y desesperación.

Pero yo permanecí en silencio, sin moverme, como si la mera idea de abrir la puerta pudiera romper la frágil barrera que me separaba del mundo exterior. No tenía fuerzas para enfrentar la realidad que me esperaba al otro lado de esa puerta.

Demian continuó suplicando, algo que rara vez hacía. Sin embargo, sus palabras no lograron conmoverme, pues mi corazón ya no latía con la misma intensidad que antes. Me acurruqué entre las sábanas, buscando un poco de consuelo en su abrazo cálido.

Después de unos minutos que se sintieron como una eternidad, el sonido de sus pasos se desvaneció, indicando que se había dado por vencido y se había alejado. Mis lágrimas comenzaron a fluir, ahogadas por la almohada en un intento desesperado de contener el dolor que amenazaba con desbordarse.

No quería que Demian me viera en ese estado de vulnerabilidad. Ya era suficiente con saber que estaba afuera de mi puerta, preocupado por mí.

En medio de la oscuridad de la noche, me encontraba atrapada en una vorágine de pensamientos, incapaz de conciliar el sueño. Mis movimientos en la cama eran erráticos, como si intentara escapar de la tristeza que me envolvía.

El Palacio De Las Mariposas Y El Eden De Las Espinas.       Donde viven las historias. Descúbrelo ahora