Epílogo🥀

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Alexey

Me froto la cara mirando el quirófano por donde se la llevaron hace una hora, pero que para mí es una eternidad en la que nos mantienen separados. Sé que fueron muchos los días sin ella en los que pude sobrevivir, podría hacerlo aún más, sin embargo, no saber si esta fuera de peligro me carcome por dentro. La hiel me sube a la garganta solo de recordar el maldito nombre del hijo de puta que la mando aquí.

Se escapó.

El muy cabrón logro salirse con la suya.

No perdió el tiempo porque sabe que es cuestión de tiempo para que lo salga a cazar como el perro que es. No me detendré hasta tenerlo de rodillas a mis pies suplicándome porque lo mate. Mirándome con ojos vacíos y resignados como la vi a ella cuando nuestros ojos se encontraron después de largos días.

No borraré de mi memoria todo el daño que le hizo y lo pagara con creces. Todo a su tiempo. Ahora debe sentirse poderoso y es favorable que lo haga porque cuando menos él espere le daré el golpe de su vida.

Odio el olor de hospital. Me enerva el olor a antiséptico que no me deja respirar a gusto y el llanto de la señora que se coló a este piso que mande a despejar para no tener que lidiar con absolutamente nadie.

Además, estoy en un estado en el que no confío en nadie luego de descubrir que fue el piloto que lleva algunos años trabajando para mi familia que vendió nuestra ubicación y les dio paso para que se llevaran a mi mujer.

Mi respiración comienza acelerarse solo de recordar a ese hijo de puta al que le arranque la lengua para ver con que mierda seguirá hablando cosas que no debe. Le escribí con mi cuchillo muy en grande "traidor" en la espalda y lo mandé a colgar en la plaza de Italia, de donde mágicamente no sabíamos que era.

Natalya ya le informo a la familia de Willow lo sucedido. Por lo poco que escuché que le dijo a Anton la madre esta histérica y el padre ni una palabra ha dicho. Ya le mandamos mi avión privado para que los traiga Rusia.

Me da jaqueca solo de imaginar el numerito que se montaran diciéndome los indignados que están. Principalmente el padre que sin llevar una semana sin conocerme me acepto cosa que nunca obviamente me pasa si me vendo como realmente soy.

Dejo escapar un suspiro y me froto la nuca. Juro que podría dormirme aquí y despertar en una semana. El estómago me gruñe cuando un olor a carne asada me inunda la nariz. Levanto la cabeza y me encuentro con un delicioso bistec con arroz frente a mi cara y a mi hermana con una sonrisa tranquilizadora.

—Joder, gracias. No sé qué haría sin ti, renacuajo—le digo y no pierdo el tiempo y me lo devoro todo.

Pasar días buscando a mi esposa me desgasto más de lo que quiero admitir. Tengo el rostro tan demacrado que mi madre por más que quiso no pudo ocultar la mueca de susto que se llevó al verme. Dijo que parecía un muerto en vida y estoy por creer que es así luego de que esta mañana entre al baño y me vi en el espejo.

—Sé que no es recomendable comer en una sala de espera en un hospital, pero considerando que no te ibas a mover, tuve que rogarle bastante al de seguridad para que me dejara pasar esto—me dice mientras le da un mordisco a una chocolatina—mi cara de ángel por poco y me abandona con ese tipo cara dura.

No le pongo mucha atención y sigo devorándome mi comida. Se siente como si llevara años sin comer y mi estomago agradece encarecidamente que mi hermanita se haya acordado de él.

—¿Cómo te sientes? —interroga curiosa cuando dejo los platos de lado satisfecho y recuesto la cabeza de la pared.

Cierro los ojos por un momento y recuerdo como llegue a Italia.

El Contrato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora