2. El chico maldito

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Mi nombre es Noah Carter y tengo 22 años.

Los últimos tres años de mi vida, los pasé en un orfanato después de que mi abuela murió.

La única familia que quiso adoptarme en ese lapso de tiempo y con la que pasé dos cortas semanas también falleció. Creí que todo eso era casualidad... Hasta que fui diagnosticado con esquizofrenia. Casualmente, empecé a desarrollar los síntomas después de que ella muriera, escuchando y viendo cosas que no eran reales para nadie más que para mí.

Estuve en terapia durante toda mi adolescencia y he tomado pastillas desde entonces para controlar las alucinaciones, incluyendo antidepresivos.

Temía que algún día pudiera volverme loco, por lo que nunca permití que la gente se me acercara, no quería entablar relaciones cercanas con nadie y la gente tampoco quería tener nada que ver conmigo, pues a sus ojos era el "raro", debido a mi enfermedad mental.

Al principio eran solo ruidos y, ocasionalmente, voces susurrantes que apenas si alcanzaba a distinguir; cosas se caían o encontraba objetos en lugares distintos en los que yo los había dejado. Todo eso ocurría dentro de mi casa, pero después de algún tiempo, esos extraños sucesos comenzaron a seguirme al trabajo.

Cuando cumplí la mayoría de edad, me echaron a la calle y desde entonces, he estado en muchos trabajos de medio tiempo para poder pagar mi universidad, aunque no suelo durar demasiado en ninguno debido a que siempre estoy rodeado de problemas.

Trabajo. Odiaba esa palabra.

El ambiente laboral siempre era horrible, mal pagado y esclavizado con jefes exigentes nada flexibles, compañeros exasperantes y clientes problemáticos. Los detestaba, pero los sobrellevaba o simplemente los terminaba ignorando.

No pasó mucho tiempo cuando comencé a darme cuenta de que algo estaba mal, no solo conmigo, sino también a mi alrededor.

Los empleados se caían con frecuencia de las escaleras, casi a diario, llegando a un punto donde al resto les daba miedo usarlas y decían que estaban "malditas". Los aparatos y la electricidad fallaban a menudo, había accidentes donde algunos salían lastimados de manera superficial o hasta con fracturas que los dejaban indispuestos para seguir laborando.

En el último trabajo donde estuve, alguien murió. ¿Cómo? Fue al almacén a acomodar unas cajas de repisas altas que sólo podía alcanzar usando una escalera. Yo estaba de espaldas a él cuando cayó desde tres metros de altura y se fracturó el cuello.

Eso había sido un accidente, ¿verdad?

Esos accidentes siempre ocurrían después de mi contratación y mis compañeros se habían dado cuenta de ello. Era como si estuviera maldito o algo así. ¿De qué me servía controlar las alucinaciones si mi realidad estaba igual de jodida?

Ahora me encuentro buscando un nuevo trabajo para poder pagar la renta de la próxima semana. No importa el motivo, no podía dejar de trabajar, lo necesitaba.

Iba caminando por la calle pensando desesperadamente en qué hacer.

Como si alguien allá arriba se hubiese apiadado de mí por lastima, el viento me estampó en el rostro un papel que rápidamente me quité para observarlo; se trataba de un anuncio de trabajo en una casa muy grande.

En letras grandes resaltaba la frase: "SE BUSCA CUIDADOR".

Arqueé una ceja.

"¿Qué clase de cuidador?", pensé.

Bueno, no lo sabría si no iba a preguntar.

Llamé al número telefónico puesto en el pie de página para agendar una entrevista.

Al acecho del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora