11. Aquel amigo de la infancia

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*Noah (15 años) y Saloc en multimedia*

[ . . . ]

Había llegado la hora de descanso en la que todos salían al patio a jugar, todos excepto yo, que tuve quedarme en el aula completamente solo haciendo planas de la frase: "No debo faltarle el respeto a ninguno de mis maestros ni usar malas palabras".

Era un asco, ni siquiera había hecho nada.

Mi mano estaba entumecida por tanto escribir, pero continué haciéndolo hasta que ya no pude más para no recibir otra reprimenda.

En algún punto, me quedé dormido y escuché una voz desconocida, una voz masculina.

—Noah... —hablaba en un tono tan suave que resultaba inquietante por la profundidad de su voz.

No podía verlo, pero podía sentirlo muy cerca de mí.

Me encontraba en un lugar oscuro donde lo único visible era yo mismo mientras que unos pasos pausados resonaban como si alguien estuviera caminando en círculos alrededor de mí.

—¿Quién es? —no puedo evitar que mi voz saliera temblorosa.

—Soy el espíritu que invocaste, Noah.

—Entonces, tú fuiste el que los...

—Hice lo que pediste, por un pequeño precio, claro.

—¿Qué quieres de mí?

—En realidad, lo que quiero ya me lo has dado. No necesito otra cosa.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—¿No lo entiendes, pequeño Noah? Soy tu amigo ahora. Llegué para quedarme.

—¿Carter? ¡Noah Carter! —me despierto de golpe ante la insistente vocecita que me llama.

Observé con desconcierto el aula cuando mis ojos se toparon rápidamente con un niño parado junto a mi pupitre, mirándome con unos enormes ojos marrones llenos de curiosidad. Era moreno, cabello corto y castaño. No debía tener más de diez años.

Fruncí ligeramente el entrecejo por tenerlo tan cerca de mí, mirándome fijamente.

—¿Y tú quién eres?

—¡Hola! Eres el nuevo, ¿verdad? ¡Me llamo Marcus! —la energía que desprendía al hablar me tenía desconcertado, al igual que su amplia sonrisa mientras me miraba.

—¿Qué haces aquí? ¿No es la hora de descanso?

—¡Sí! Pero como te vi aquí encerrado, quise preguntarte qué haces —arqueé una ceja, ligeramente abrumado por su gran curiosidad.

—Estoy castigado —dije sin más, a lo que él puso una expresión de asombro.

—¡¿Por qué?! ¿Qué hiciste?

—Oye, podrían llamarte la atención si un maestro te ve aquí. Deberías irte al patio.

—Pero si me voy, vas a comer solo —y como si una idea brillante hubiese venido a su mente, sacó una bolsita plástica de su mochila con un ligero lunch y tomó asiento en el pupitre conjunto. Lo miré pestañeando sin entender.

—Ah, mira... No es necesario, ¿sí? Deberías... —me interrumpió.

—Por cierto, ¿quién era el que estaba contigo? —me callé ante esas sorpresivas y confusas palabras, mientras Marcus le daba una mordida a su sandwitch.

Al acecho del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora