NOTAS: Es posible que este cap no sea apto para sensibles. Si no toleras la muerte de infantes, leélo con precaución.
[ . . . ]
Desde ese momento, comencé a hablar con el demonio cada noche. Aparecía ante mí, dispuesto a escuchar mi jornada diaria; la mayoría eran días malos y deprimentes, el resto, normales. Me reconfortaba saber que era escuchado, aunque él casi no decía nada, su sola compañía me hacía sonreír de vez en cuando y cada vez que estaba por quedarme dormido, acariciaba mi cabello hasta caer en los brazos de Morfeo.
Me sentía tan bien a su lado, que el resto del mundo no importaba. Era mi único amigo, mi protector. Mi ángel guardián.
A medida que pasaban los días, empezó a hablar conmigo un poco más y una de esas veces, descubrí algo que me dejó impactado.
Mi mundo giraba en torno a mis estudios y mi nuevo mejor amigo, salvo por un pequeño detalle.
—¿Qué haces? —levanté la mirada de mi escritorio sobre el que tenía una libreta donde estaba dibujando, dirigiéndola al portador de esa inocente y curiosa vocecita: Marcus.
Tapé mi cuaderno con el brazo, sin querer parecer grosero.
—Estudiando —dije suavemente sin querer dar más explicaciones.
—Pero es hora de recreo —parecía enormemente desconcertado y sorprendido por mi respuesta, pero no le di importancia.
—Me gusta estar aquí—respondí sin sonar demasiado cortante.
—¿Por qué?
—Me gusta estar solo—contesté volviendo mis ojos a los trazos sobre las hojas. esperando que entendiera la indirecta.
Pero debido a su corta edad, no logró captar a lo que me refería realmente. En lugar de darse la vuelta e irse, sólo siguió mirándome con desconcierto.
Se sentó a lado mío como la última vez y puso la charola con su almuerzo en el pupitre.
Lo miré confundido. No es que me desagradara el chico, sólo me ponía un poco incómodo su presencia.
Aquel espíritu solía aparecer solamente cuando me encontraba solo y el tener compañía, truncaba la oportunidad de poder hablar con él.
—¿Quieres venir a jugar con nosotros cuando acabe? —nuevamente, lo miré con una expresión algo perdida. El ofrecimiento me había tomado por sorpresa—. Juego a las atrapadas con mis amigos después de que comemos. Si quieres, puedes venir.
—Si son tus amigos, ¿por qué no estás comiendo con ellos?
—Porque estabas solo.
Marcus era un niño raro. Era de los pocos habitantes en ese orfanato que era capaz de sonreír de manera genuina, a diferencia del resto que siempre lucían distantes y apagados.
Acepté ir con él, solamente porque no quería herir sus sentimientos si lo rechazaba. Dejé que me agarrara la mano y me guiara entusiasmado hacia el patio, donde aguardaba un grupo de chicos mas o menos de su misma edad. Ninguno pasaba de los doce años.
Había una niña castaña. Rosie, diez años. Los otros tres tenían cabello negro y eran de estaturas distintas; Jack, nueve años; Billy, once años y Ezequiel, 12 años.
—¡Miren! Él es Noah —todos pusieron sus miradas curiosas sobre mí; me sentía fuera de lugar al ser el mayor entre todos ellos.
—¿Va a jugar con nosotros? —preguntó Rosie.
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Al acecho del mal
RandomJavier es un hombre que lo ha perdido todo, excepto su fortuna y Noah vive acechado por un mal que lo atormenta cada noche como consecuencia de su pecado. Ambos son un desastre y sus corazones han estado rotos por un largo tiempo, pero si se juntan...