Prefacio

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A Yoongi no le gustaban las clases del profesor Lee.

...bueno, en realidad no le gustaban las clases, punto.

Nunca entendió por qué tenían que memorizar a la fuerza todo su árbol genealógico. Tenía sentido aprender sobre el primer Rey de Yong-gu, porque a fin de cuentas era la primera víctima de la maldición del dios Cheong-ryong, pero ¿cuál era la necesidad de aprenderse el nombre de absolutamente todos sus descendientes? ¿No era más sencillo aprender sólo sobre los que habían llegado al trono? Muchos de sus antepasados no habían hecho nada importante más allá de nacer, crecer y casarse. 

Si de verdad les hacían estudiarlos para "aprender" de sus ancestros, ¡por lo menos que hicieran algo interesante!

—¿Me estás escuchando, señorito?

La voz suave pero firme de su madre le sacó de su ensoñación, haciendo que enderezara su espalda automáticamente. Los ojos oscuros de Min Youngmi lo tenían clavado en su lugar, y el joven príncipe estaba haciendo grandes esfuerzos para aguantarle la mirada. Su madre se tomaba muy en serio sus sermones, y él estaría en serios problemas si no hacía lo mismo.

—Sí, mamá. Perdón.

Youngmi suspiró, mirándole con el ceño fruncido y sus abultados labios apretados en una fina línea. Yoongi sólo rezaba al Dios Dragón para que su madre no estuviera tan enfadada como parecía.

—Te duermes en tus lecciones, te niegas a recibir un castigo de tu profesor, y, para rematar, le amenazas.

—E-en realidad...

—Y ahora, mientras te riño por tu comportamiento, decides que lo que tengo que decirte importa tan poco que te tomas la libertad de ignorarme.

—¡No, yo sólo...!

—¿Te he educado mal, Yoongi?

Sabía lo duras que eran las otras Concubinas con sus hijos, constantemente castigándoles o azotándoles si no se comportaban. Sus hermanos creían que él era afortunado porque su madre nunca le ponía la mano encima, pero en realidad, Yoongi creía que sus sermones eran mil veces peor que los castigos exagerados de la Concubina Byun.

No soportaba verla triste o molesta, mucho menos por su culpa.

—Ni siquiera te das cuenta de lo afortunado que eres. ¿Sabes lo que darían otras personas por vivir como lo haces tú? —Suspiró, sonando abatida — La comida que tienes el privilegio de desperdiciar si no te gusta, la ropa que llevas y ensucias sin importarte lo que cuesta lavarla, los estudios que te tomas tan a la ligera que prefieres dormirte en clase...

—¡No es mi culpa! —Protestó el joven príncipe— ¡Las clases son aburridas! Y, además, yo no seré rey, ¿para qué me obligan a aprender todas esas cosas? ¡Sólo me interesa controlar mi magia!

—¿Y eso te parece una excusa para no preocuparte por tu futuro? ¿Qué pretendes hacer cuando seas adulto? ¿Vivir a costa del Rey?

—¡Mamá! —Gimió, aguantándose las ganas de hacer un berrinche.

Él intentaba concentrarse, de verdad de la buena, pero todos los nombres de sus antepasados y los datos innecesarios sobre sus vidas —qué narices le importaba a él que el hermano de su tatarabuelo hubiera sido obligado a abdicar por haber embarazado a una kisaeng— lo hacían muy, muy complicado.

Para colmo, el señor Lee explicaba las cosas de una manera tan, pero taaaaaaan aburrida, que los príncipes solían comparar sus clases con una tortura. Jiho hyung incluso decía que prefería que le clavaran agujas en sus partes, antes que tener que escuchar al viejo profesor durante más de una hora. Habiendo recibido más patadas de las que debería en aquella zona gracias a la pequeña bestia demoníaca –también conocida como Yoonji–, Yoongi estaba bastante seguro de que su hermano mayor estaba mal de la cabeza.

Retribución » YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora