Capítulo 6

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—Esto no es necesario, de verdad...

—¡Shhh! ¡No nos lleves la contraria, Jimin!

—¡Exacto! Somos príncipes, así que tienes que obedecernos.

Mientras era arrastrado por un par de gemelos exaltados por las calles atestadas de la capital, Jimin se preguntaba una y otra vez por qué había creído que era una buena idea aceptar cualquier propuesta que viniera de ellos. En su defensa, la invitación para ir a pasear le pareció inofensiva, y no sería la primera vez que los príncipes querían pasar rato con él para conocerle mejor.

Para cuando se dio cuenta de que aquello era una encerrona, ya estaban saliendo del palacio, escoltados por un par de soldados que parecían demasiado acostumbrados a aquel tipo de situaciones.

La gente se alejaba al verlos pasar, haciendo profundas reverencias en dirección a los príncipes y luego se lo quedaban mirando a él. Los gemelos ignoraban las reverencias y actuaban como si toda esa gente no existiera, pero Jimin no podía hacer lo mismo. Era muy consciente de sus miradas, de sus susurros y cuchicheos.

Si bien Jimin estaba acostumbrado a ser el centro de atención en Sigriff —la mayoría de veces sin quererlo—, serlo en ese momento era mucho más incómodo. Ni siquiera sabía hacia dónde le llevaban, porque lo único que los gemelos le habían dicho era que necesitaba ropa nueva y que ellos conocían el lugar ideal para conseguirla.

Tenía el dinero que le habían dado los otros príncipes, pero no estaba seguro de querer gastarlo en ropa, mucho menos ropa de alta calidad. Además, el tipo de prendas al que ellos estaban acostumbrados no estaban diseñadas para el estilo de vida que llevaba Jimin; las sedas y telas finas no le iban a servir de mucho cuando volviera a vivir al bosque.

Y eso mismo llevaba intentando explicar desde hacía un buen rato, pero los gemelos hacían oídos sordos y seguían haciendo planes entre ellos de la clase de prendas que le quedarían mejor. Incluso se plantearon pedir que se las hicieran en tonos azules.

¡Azules! Jimin casi se atragantó con su propia saliva al escucharlo.

Solamente los nobles y la familia real podían vestir los colores del Dios Cheong-ryong y él, obviamente, no pertenecía a ninguno de esos grupos. Los plebeyos tenían explícitamente prohibido usar prendas azules; sólo podían hacerlo durante el festival de primavera, donde se honraba al dios para que bendijera al reino con cosechas abundantes.

Esperaba, de todo corazón, que el dueño de la tienda a la que le llevaban tuviera más sentido común que esos dos.

Cuando el príncipe Taehyung empezó una discusión sobre la cantidad de ropa que debían encargarle, Jimin aprovechó para alejarse unos metros de ellos. Estar más cerca de los dos soldados que de los príncipes le hacía destacar menos. O eso esperaba.

Uno de los ellos, que tenía una sonrisa socarrona, asintió en su dirección a modo de saludo. El otro soldado, mucho más alto (quien se le hacía muy conocido), le dio un par de palmaditas amistosas en el hombro.

—Resígnese, joven —le dijo—. Cuando se les mete algo en la cabeza, es imposible hacerles cambiar de opinión.

—Imagínese: tenemos permiso del Cuarto Príncipe para llamarles la atención si se desmadran demasiado —comentó el otro.

Eso le sorprendió y le hizo preguntarse qué clases de trastadas tenían esos dos a sus espaldas para que hubieran llegado a esos extremos. Era la primera vez que escuchaba de un plebeyo que tuviera la autoridad suficiente para llamarle la atención a un príncipe, no se diga a dos de ellos. Pero entendía que el príncipe Minho lo permitiera; era el único que parecía querer mantener el orden en aquella familia, sin contar al Rey.

Retribución » YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora