Tras perder a su madre en un accidente, Allison sigue la recomendación de su padre de viajar a Inglaterra y conocer la tierra natal de su madre luego de recibir la invitación de Emma, la mejor amiga y hermana de corazón de su madre. Al llegar, hará...
Mis manos temblaban y mi corazón latía muy rápido. Suerte que la tía Emma venía conduciendo, pues de esa manera pude variar mis pensamientos en muchas cosas y nada al mismo tiempo. Mi cabeza iba desde cómo extraño los alfajores de dulce de leche que solía comer todos los días al resultado de mi examen de admisión, indicando que fui aceptada en la Universidad de Westminster, del tierno beso que Amy me dio antes de irme a la canción que escuché con Evelyn el otro día. Pero en realidad, mi cabeza trataba de pensar en cualquier otra cosa excepto en la posibilidad de que la familia de mi madre me rechace o no quieran saber nada de mí. ¿Será que al menos notarán mi parecido con mamá? ¿O les recordaré mucho a mi padre William por ser tan parecida a él y me despreciarán?
—Ya estamos aquí. —Dijo la tía Emma y la miré.
Noté cómo giró el volante para entrar en la casa y en ese instante fue que miré y me sorprendí al ver la enorme casa.
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Una casa de casi tres piso, una entrada hermosa y bien cuidada y los ladrillos tan rojos que parecían salidos del mismo infierno. Sí, era la descripción que mamá me había hecho de la casa donde se crio. Me bajé lentamente tras la indicación de mi tía Emma y me limité a asegurarme de tener el bolso atravesado, mi celular en el bolsillo y verme bien.
—Estarás bien. —Me dijo Emma y me abrazó por los hombros—. Ven, no dejaré que te muerdan.
Dijo eso con algo de ironía y me reía, pero la verdad es que estaba aterrorizada. Sí, quería conocerlos. Solo que tenía miedo de lo que pudieran decir de mí. Llegamos hasta la puerta y la tía tocó timbre. Mi corazón latía tan rápido que llevé la mano al pecho para tranquilizarme. Alejé la mano y me mostré derecha cuando la puerta se abrió.
Un hombre joven, a mediados de los 40, abrió la puerta y lo primero que hizo fue sonreír a la tía Emma. La sonrisa y sus ojos... Eran iguales a los de mamá y eso me paralizó.
—¡Emma! ¡Tanto tiempo!
—¡Edward! ¡Qué bueno verte! —Le dijo la tía.
Y fue cuando él me notó. Me miró y sonrió.
—Y tú eres Allison. —Dijo y asentí, devolviéndole la sonrisa—. Tienes la sonrisa de tu madre.
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