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            Sam gemía directamente en su oído. Michelle solo se detuvo para mirar su rostro, tenía pequeñas lágrimas sobre sus mejillas. Besó sobre ellas, saboreando su piel salada.

            —«Ti amo stellina». —confesó contra su piel.
            —¿Es Italiano? —preguntó, escondiéndose de nuevo en el cuello de Michelle.
Solo recibió un sonido de afirmación antes de que la puerta sonará repentinamente.

            —Disculpe, Sra. Rouge, le informo de que la Srta. Everly se encuentra en la entrada principal, dice que necesita hablar con usted. ¿Desea que la haga pasar o le informo que no se encuentra disponible en este momento? —habló una voz tras la puerta.

            Rouge volvió al momento, observando a Sam que se encontraba completamente colorada y su temperatura había subido aún más.

            Soltó una risa silenciosa. —Ni con mis dedos adentros estabas tan calientes. —bromeó queriendo molestarla.
           Sam, avergonzada, se tapó el rostro con ambas manos y exclamó: —Cállate, no digas eso.
           
            —¿Sra. Rouge? —la voz tras la puerta volvió a llamar la atención de Rouge.

            Rouge se alejó de Samantha y dio la vuelta a su escritorio para agarrar una caja de pañuelos.
           
            —Dígale que ahora voy. —respondió al fin al pobre chico detrás de la puerta.
           
            Se limpió las manos y cuerpo, eliminando al menos la sensación de humedad.
           
            Tiró la caja hacía Samantha, que se había quedado viendo hacía abajo de ella cómo si observara un alien. —Limpia lo que haya goteado, ve a mi cuarto y utiliza mi ducha.
           
            —¿Goteado? —preguntó Sam confundida.
           
            Rouge le mostró su mano llena de lubricación mientras la limpiaba, y el rostro de Samantha se volvió aún más rojo por la vergüenza. Intentó esconder su rostro detrás de sus manos, sintiéndose completamente avergonzada.
           
            Sam, aún nerviosa, bajó del escritorio y comenzó a limpiarse apresuradamente. —¿Y- y como voy a tu cuarto sin que... sin que me vean? —su voz temblaba, revelando su nerviosismo.
           
            Señaló una puerta a su izquierda. —Mi despacho está conectado a mi cuarto. —abrió la puerta y pasó.
           
            Samantha se quedó unos minutos mirando el papel en su mano, pérdida completamente hasta que Rouge pasó enfrente suya, ya cambiada y con las manos completamente limpias.
            Se sentía irreal el hecho de que hace pocos minutos esas manos habían estado en su interior y se había atrevido a soltar sonidos obscenos. Sentirse aún mojada y desnuda le recalcaba que tan real había sido y, lo bien que se había sentido. Sonrió para sí misma.
            Escuchó la puerta cerrarse detrás de ella mientras Rouge salía de la habitación, murmurando algunas palabras que Sam no pudo escuchar claramente.
           
            (...)
           
            —¿Me están diciendo que no piensan detenerlo? —reclamó Rouge furiosa, su voz resonando con indignación en la sala.
           
            —Vamos a detenerlo. Pero no en este preciso momento. —explicó. Era una mujer joven con el cabello bien recogido, y una placa colgando con el título «Directora Adjunta». —Estamos negociando con él y va a ayudarnos con una infiltración para atrapar gente más valiosa e importante que él.
           
            Rouge frunció el ceño y se cruzó de brazos, incrédula ante lo que estaba escuchando. —¿Negociar? ¿Acaso creen que eso es justo?
           
            La directora adjunta intentó calmarla mientras explicaba los detalles del acuerdo. —Le hemos ofrecido la eliminación de cualquier cargo en su contra.
            —¿Disculpe? ¿Entonces lo dejarán libre? —cuestionó.
           
            —Entiendo que esto no es lo ideal, pero en ocasiones debemos tomar estas medidas por el bien de la seguridad nacional. —explicó la directora adjunta en un suspiro.
           
            Rouge la miró unos segundos con duda. Si Arnold no era condenado, no podría asegurarse de que Samantha estuviera a salvo. A medida que investigó y contactó con diferentes personas descubrió que Thomas Arnold era más que una mala persona. Había estado involucrado en la trata de personas, incluyendo a menores. Al conectar todos los puntos y reflexionar sobre la historia de Samantha, Rouge se dio cuenta de que Arnold la veía como a una de esas personas deshumanizadas que eran vendidas y subastadas como si fueran simples objetos. Sabía que esa clase de personas no tendrían reparo en «romper sus juguetes», en dañar y destruir vidas sin remordimiento alguno.
           
            Lo comunicó al servicio de inteligencia con la esperanza de que lo detuvieran y así facilitara el divorcio de Samantha, dejándola con dinero suficiente y alejada de aquel hombre. Pero ahora se sentía invadida por la culpa y la incertidumbre. Arnold seguramente ya sospecharía que el FBI había recibido información gracias a Rouge. Y Archie no pudo contenerse aquel día y reveló información sobre ello.
            Rouge se mordió el labio inferior, angustiada por las posibles repercusiones. Temía haber expuesto aún más a Samantha a un peligro inminente. Pero ya no tenía otra opción que confiar en aquella agente frente a ella.
           
            —Está bien. —Rouge se relajó ligeramente. —Solo una cosa más antes de continuar. —clavó su mirada decidida en la directora adjunta.
           
            La mujer asintió con respeto. —Lo que desee, Rouge.
           
            Rouge mantuvo su mirada firme y sin titubeos. —Quiero que quede absolutamente claro que Arnold no debe acercarse a Samantha Hurley bajo ningún concepto. No quiero que él, ni nadie bajo su mando la amenace, la siga o se le acerque de ninguna manera. Es mi única condición para colaborar en esta situación.
           
            La directora adjunta pareció inquieta y trató de interrumpir, pero Rouge la detuvo con un gesto duro de su mano, silenciándola de inmediato. —Si no pueden cumplir esta condición, olvídense de mi colaboración.
           
            —Sabes que no colaborar con un servicio de seguridad nacional es un delito.
           
            —¿Crees que podriaís hacer algo contra mí por ello? Eres consciente de quién aporta a quién.
           
            La mujer respiró profundamente, comprendiendo la determinación en las palabras de Rouge. —Haré todo lo posible para garantizar la seguridad de Samantha. Tomaré las medidas necesarias para asegurarme de que Arnold no se acerque a ella ni represente ninguna amenaza.
           
            Rouge asintió con aprobación, satisfecha con la respuesta final. Aunque aún existía una mezcla de inquietud y desconfianza en su interior, al menos había dejado claro que proteger a Samantha era su máxima prioridad.
           
            «Su prioridad», y ¿porqué lo era? Esa pregunta recorrió su mente el resto del día.
           
            (...)
           
            No volvió a ver a Samantha hasta la noche, entre el pasillo superior. Había estado ocupada preparando su equipaje para el viaje de mañana y aunque había buscado a Samantha entre los pasillos no pudo detenerse a llamarla o buscarla en su cuarto.
           
            —Sam. —llamó suavemente a pocos metros de distancia, deteniéndose frente a ella. Samantha se giró, apartando su atención del celular que sostenía. Rouge iba a decir algo, pero su mirada se desvió hacia la camisa que Samantha llevaba puesta, desconcertada.
           
            —¿Estás usando mi camisa? —preguntó Rouge, expresando su confusión. Ahora que tenía ropa nueva, Samantha no necesitaba recurrir a las camisas de Rouge para vestirse.
            —Ah, lo siento. No pensé que te molestaría. —contestó Samantha con timidez, sintiéndose un poco avergonzada.
            Frunció el ceño, aún mirando la prenda. —No me molesta que uses mis camisas, pero me intriga saber por qué.
           
            Samantha vaciló por un momento, luchando con sus pensamientos internos. La verdad era que se había acostumbrado al reconfortante olor de las camisas de Rouge mientras dormía y no había podido resistirse a llevarse un par de ellas cuando se había duchado en su cuarto. Pero se rehusaba a confesarle aquello.
           
            Optó por dar una respuesta vaga. —Solo estaban más cercas y son cómodas. —se encogió de hombros y forzó una sonrisa.
           
            —¿Te han dicho alguna vez lo mal que mientes? —sonrió con sarcasmo.
           
            Samantha sintió cómo su corazón se aceleraba cuando Michelle se acercó a ella y deslizó su mano por su espalda baja, enviando un escalofrío a través de su cuerpo.
           
            —«Stellina» —susurró Michelle, dejando a Samantha desconcertada.
            —¿Qué significa? Antes también me lo dijiste. —preguntó confusa.
            —Deberías aprender Italiano para mañana. —esquivó la pregunta de Samantha y rozó sus labios mientras sonreía ampliamente.
           
            Notó como los labios de Sam temblaban contra los suyos.
            —¿Tanto te mueres por un beso? —preguntó Michelle, intentando ocultar que ella misma era quién moría por besar a Sammy.
            Sam solo levantó su mirada y observó los ojos de Rouge con detenimiento. Sam tenía en sus ojos un brillo de deseo y vulnerabilidad que Michelle encontraba irresistible.
          
            Michelle sintió una punzada en su pecho cuándo solo le dió un suave beso lento, ella no besaba así. No disfrutaba de los besos delicados, nunca lo había hecho, pero ahora se encontraba besando los labios de Sammy cómo si fueran la cosa más dulce y delicada.
            No se dio cuenta cuando una lágrima solitaria resbaló por su rostro. No quería escuchar a su mente, ninguno de los dos lados, ni el que quería empujar a Sam ni el que lloraba angustiado, ahora no le importaban.

Si lo supiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora