V

214 14 0
                                    

            Sam llevaba días sin conciliar el sueño y dudando de sus decisiones. Había esperado que Rouge estuviera con ella y se mantuviera interesada o pendiente de cómo procedía legalmente, pero nada más lejos, no la había visto en dos días, y cuándo le quiso preguntar al servicio, le respondieron todos lo mismo, que no tenían permitido informar de las actividades y horario de Rouge.

            Se revolcó en sus sábanas, terminando en el suelo mientras pataleaba. Se sentía frustrada y no sabía exactamente porqué, extrañaba a Rouge, eso lo sabía, pero era de una manera extraña, no quería hablar con ella, no quería un abrazo, solo quería verla y quedarse en cualquier cuarto con ella, en silencio, aunque fuera incómodo. Puede que solo estuviera sintiéndose sola en aquella casa, más el estrés del divorcio.

            Se incorporó e hizo un puchero mientras rebuscada entre algunas ropas, solo había más camisas prestadas de Rouge y algún pantalón corto que pudo conseguir de entre sus pertenencias. Agarró una de las camisas, dispuesta a cambiarse, pero el olor la detuvo, nunca se había fijado especialmente en el olor, pero esta vez parecía más fuerte, el olor de Rouge era más fuerte. Inconsciente acercó la camisa a su cara y aspiró, olía bien. Sonrió tontamente y se tiró de espaldas a la cama, apretando contra su pecho la camisa arrugada.

            —¿La gente suele oler así de bien?

            Se sobresaltó cuándo alguien tocó la puerta, sintiendo que había sido descubierta haciendo algo malo, aunque no lo había hecho, creía.

            —Srta. Samantha, su marido vino a verla. —informó una voz femenina detrás de la puerta. —¿Desea verle? —Sam tembló, no era capaz de decirle que se fuera, pero tampoco se veía capaz de mirarlo a la cara. Dudó un rato, hasta que la señora la volvió a llamar.

            —¿Se encuentra bien, señorita?
            —Sí. —suspiró. —Está bien. Dile que ahora bajaré.

            Escuchó pasos alejarse y se destensó un momento, convenciéndose de que todo iría bien, solo sería una charla trivial. Se vistió repitiéndose mentalmente el mismo discurso. Los pantalones le quedaban grandes, pero no tenía más y tampoco era incómodo, así que lo dejó y salió.
            Nada más comenzar a bajar las escaleras pudo ver a Thomas con los brazos cruzados, mostrándose impaciente.

            —Al menos esta vez tienes la decencia de traer pantalones. —atacó.

            —No dejas que recojan mi ropa así que es obvio que no tengo mucho que ponerme. —respondió terminando de bajar las escaleras y quedando cara a cara, o parecido, Thomas le sacaba 15 cm de altura que no ayudaba a la inseguridad de Samantha.

            —Tampoco tienes asientos. —se burló en referencia. —Eres patética. —Samantha intentó reclamar para defenderse, pero solo comenzó a sentirse abrumada y su garganta no dejaba que nada saliera. —¿Cómo puedes ser tan desagradecida?

            —Para. —pidió, sin resultado.
            —¿El qué? ¿Decirte las verdades?

            La puerta principal sonó con fuerza, interrumpiendo el tenso ambiente en la sala de estar. Samantha y Arnold giraron la cabeza al mismo tiempo, sorprendidos por el repentino sonido. Fue entonces cuando apareció Archie Holder, con su estilo informal y relajado, vestido con una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros. En su cuello colgaban unos auriculares que, por el sonido que se escuchaba desde su teléfono, parecían estar a todo volumen.

            El ceño fruncido de Holder mostraba su clara incomodidad al ver la tensa situación en la que se encontraba Arnold y Samantha. Aunque no sabía el motivo de la discusión, podía sentir el mal ambiente que se respiraba en la habitación.

Si lo supiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora