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         Incómoda. Así se sentía Samantha un 90% del tiempo, todo el tiempo que pasaba con Thomas Arnold. Aquella noche no había sido diferente, la había prácticamente arrastrado hacía la cena de negocios mientras refunfuñaba sobre que no era necesaria su presencia, pero Thomas insistía en que no podían verlo solo cuándo apenas hace un mes se había casado, no quería dar la impresión de que su matrimonio ya estaba fracasando, aunque si el resto pensaba eso, no sería incorrecto. El matrimonio era un fracaso.

         —Solo di que estoy enferma. —una pequeña mentira que tenía algo de verdad, ella se sentía enferma cada vez que fingía públicamente estar contenta junto a él, sonriente.
         —Ya dije eso en el último evento. —frunció el ceño hacía ella. —No voy a aguantar más murmureos por tu insolencia. —tiró un vestido de noche elegante del armario hacía Samantha y le ordenó con la mirada que se preparara.

         Se vistió y alistó a regañadientes, cuándo se observó al espejo una expresión de lástima no pudo ser oculta.
         —Espero que todas tengan sus espléndidos lujos. —hizo una pausa y mostró una mueca de disgusto. —Y que ellas si lo disfruten.
         Su mente le estaba pidiendo arrancarse el vestido, salir corriendo o tirarse por la ventana y huir de aquella casa, pero no podía o no quería, se sentía en deuda con su familia y a veces, incluso con Thomas. Él desde el primer momento la llenó de lujos: vestidos, zapatos, maquillaje… aunque ni siquiera le gustaban, o no estaba acostumbrada. Toda su vida vivió con lo justo, había sido feliz con tan poco; Solía vestir simples camisetas desgastadas con los años, pero con lindos colores y caricaturas sobre ellas, pantalones holgados de chándal, igual de desgastados con los años, pero cómoda en ellos. Y a diferencia de ahora, solo había usado un par de zapatos por cada año que crecía, no entendía la necesidad de comprarse 40 pares de zapatos que no iba a usar; el pensamiento le hizo fijar su vista a sus pies, usando unos tacones de marca más costosos que todas las prendas que pudo usar en sus 19 años de vida.
         Suspiró y salió de su ropero lista para tener que poner una linda sonrisa frente a ricos prepotentes. Y el primero al que le tuvo que colocar esa sonrisa fue a su marido rico y prepotente.

         —Ya podemos irnos. —sonrió dulcemente mientras entraba a la parte trasera del vehículo dónde su esposo la llevaba esperando unos 45 min. El coche arrancó y no la miró, no sería molesto si no supiera que él la evitaba con la mirada cuando se enojaba, la hacía tensarse por la idea de que seguramente era una manera de evitar golpearla.       —¿Sucede algo? —Su voz tembló.
         —Estamos llegando tarde por tu jodida culpa. —su mandíbula de tensó y una vena se marcó en el cuello. Miedo.
        
         —Lo siento, —respiró hondo. —deberías haberte ido sin mí. —le echó en cara, ella se había negado en primer lugar, si sabía que iba a tardar después de ello, podría haber ido solo.
         —Deberías haberte portado bien. —le revolvió el estómago, odiaba que la hablarán cómo una niña pequeña.
        
         Pórtate bien. Sé una buena niña.

         Le recordaba a su insoportable niñez llena de adultos que la regañaban al mínimo movimiento. Había sido una niña agitada, demasiado. En el colegio gran parte del profesorado afirmaba que tenía TDAH, y que acudieran con un psicólogo para confirmarlo, pero su familia no tenía suficiente dinero para ello, así que creció solo con el nombre de una niña inquieta y nerviosa.

         Quédate quieta. Tranquilízate.

         Cerró los ojos intentando borrar esos recuerdos, ya no era una niña que podían regañar y dirigir cómo quisieran. Aunque su actual marido lo hacía.
Notó el vehículo detenerse enfrente de una mansión, mansión le quedaba corto, era un palacio. Después de vivir con Arnold no creyó que alguna otra casa pudiera sorprenderla, pero se encontró ahí, su mandíbula perdiendo fuerza, dejándola boquiabierta. Un guardia de seguridad los guió adentro.

Si lo supiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora