CAPÍTULO 3

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CAPÍTULO 3

VICTORIA








El estridente sonido de la alarma de mi teléfono me despertó de mi dulce y adorado sueño, para devolverme a la realidad y hacerme entender que debía volver a esa empresa que mi padre adoraba con toda su alma.

Me incorporé después de responderle los insistentes mensajes a mi mejor amiga y el recordatorio de mi madre de que debía avisarla en cuanto saliera hoy del trabajo. No hacía demasiado que me había independizado por completo, por lo que a mamá aún le costaba no tenerme por casa casi todo el tiempo. De hecho, a mí también me parecía raro no tenerla por ahí, cantando y bailando con papá.

Me levanté por fin, dejando de holgazanear en la cama para no llegar tarde, y fui a darme una ducha rápida, secando mi pelo después y dejándolo con total libertinaje. Me senté frente al tocador y empecé a maquilarme para que las ojeras por mi falta de sueño de anoche no se notaran tanto.

Una vez lista me vestí con un traje azul claro que combinaba a la perfección con mis ojos, cosa que me encantaba hacer porque sabía que llamaban más la atención de la gente. Después salí y me encontré a mi gran amigo Pongo, que rápidamente se levantó de su cama y vino corriendo a darme los buenos días.

Le pasé un vídeo a mi madre de él correteando a mi alrededor y me dispuse a hacerme el café más tarde.

La verdad es que era demasiado cercana a mis padres y puede que incluso dependiera demasiado de ellos, pero eran lo mejor que tenía. Ellos me habían dado todo esto, ellos me habían educado y se habían desvivido por mí y por mi hermano. Lo único que se me ocurría para devolvérselo era seguir viviendo por y para ellos. Seguir yendo a esas cenas familiares cuando ellos decían, aunque me apeteciese bien poco, o poner buena cara cuando estábamos en reuniones benéficas con otros empresarios. Ese era el estilo de cosas que quería seguir haciendo por ellos, por habérmelo dado todo.

Y eso era lo único que le recriminaba a mi hermano, que no pensase igual que yo y que se eligiera a él antes que a ellos.

—Oh, buenos días, señorita Victoria.

Levanté la vista y vi a mi ama de llaves entrando por la puerta, siendo brutalmente recibida por Pongo, quien empezó a saltar sobre ella.

—No esperaba verla aún aquí. —dijo, mirando con el ceño fruncido el reloj de su muñeca.

Hice lo mismo con el reloj que había en la pared de frente y maldije por lo bajo. Iba a llegar tarde si no me daba prisa y estaba segura de que ese maldito de Alexander y el resto de la plantilla de estúpidos se lo echarían en cara a mi padre para decirle lo poco apta que era para este puesto de trabajo.

—Mierda, es que no debería estar aquí. —le sonreí, cogiendo mi bolso y los planos que había hecho, pasando por su lado. — Que pases un buen día, Ágata.

Ni siquiera le dejé tiempo de responder porque yo ya había salido corriendo por las escaleras. No tenía pensado llegar tarde, ni de loca iba a dejar que esos imbéciles me recriminaran algo en un futuro. Mi trabajo era impecable y mi puntualidad también.

Empecé a conducir a toda prisa, sin importarme de si llegaban multas más tarde, porque estaba dispuesta a pagar todas y cada una de ellas con tal de no ver esa expresión de superioridad que estaba segura de que el capullo de Alexander me pondría cuando me viera llegar.

Así que, con todo y con eso, llegué justamente cinco minutos antes al aparcamiento reservado exclusivamente para mí. Bajé y peiné mi pelo con los dedos mientras caminaba a toda prisa hacia el ascensor.

T A G A L O GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora