CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

ALEXANDER











Mentiría si dijera que no disfruté echándole en cara lo mismo que ella le había echado en cara a Giorgia. Ver cómo sus ojos miraban con pena a su acompañante para anunciarle que debía marcharse. La chica morena de piel debía de ser muy importante para esa estirada, porque había logrado interceptar una foto de ellas en la pared.

Lo único que no lograba entender era cómo alguien podía llegar a aguantarla. Era tan...superficial y altiva que no creo que nadie fuese capaz de tener una conversación decente sin que ella lo mandase a callar porque lo único que le interesaba era ella misma.

Para la hora de comer me senté con mi grupo de trabajadores, con los cuales había hecho muy buenas migas. Los conocía única y exclusivamente de estar trabajando con ellos aquí, desde ya varios años, y se habían convertido en unos buenos amigos.

Terminamos de comer entre risas y subimos al balcón de los fumadores, donde nos encontramos con Giorgia, que nos recibió con una sonrisa.

—¿Qué tal chicos? —preguntó, extendiendo su paquete de tabaco para que todos agarraran uno.

Yo lo había dejado hacía mucho tiempo, cuando el señor Anderson me insistió a hacerlo. Me contó que él siempre había fumado, pero desde que su esposa perdió a su padre por algo tan estúpido como el tabaco, dejó de hacerlo. Así que, como su pupilo, decidí tomar sus consejos y no dejarme matar.

—Ya sabes, preciosa, deseando que llegue el viernes. —contestó Adriano, pasándose la mano por su pelo rubio y mirándola con sus ojos marrones, divertido, mientras se ponía el cigarro entre los labios y lo encendía.

Apoyé mi espalda en la barandilla, divertido ante la perorata que iban a iniciar.

—Necesito ir a ese bar de nuevo, todas las mujeres son bellissime— añadió Samuele, juntando los dedos de su mano izquierda y haciendo ese típico gesto que no había dejado de ver a los italianos de la zona.

Giorgia me miró frunciendo su ceño, esperando a que añadiera yo algo más al comentario del pelinegro, como si fuese una novia celosa.

—Las cervezas estaban bien. —respondí, sabiendo que hacerla rabiar me haría disfrutar mucho más tarde.

En ese momento, la puerta del balcón se abrió, sorprendiéndonos a todos los que disfrutábamos del buen rato, dejándonos ver a la reina del lugar, que ni siquiera nos dirigió más de dos segundos de su mirada gélida.

No tenía ni idea de qué podía hacer aquí y menos con su hermano, al cual conocía un poco más y sabía que no se parecía en nada a la estirada que se situaba frente a él.

—Es una zorra. —comentó Giorgia, sabiendo que todos teníamos la mirada fija en ella.

Vi cómo Adriano se encogió de hombros, observando cómo la rubia encendía su cigarro con rabia y lo apartaba de sus labios para empezar a gesticular con sus manos, como una desquiciada.

—Es una zorra con carácter que está muy buena. —terminó diciendo, ganándose una mala mirada por parte de mi amiga.

—Sí. —lo apoyó Samuele. —La verdad es que no me importaría tenerla al mando todo el tiempo.

Supe que ese comentario no se refería simplemente en el plano laboral, sino que iba mucho más allá, y lo único que pude pensar era si alguien había tenido la capacidad suficiente de aguantar las exigencias que tenía como para llevarla a su cama.

T A G A L O GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora