CAPÍTULO 23

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CAPÍTULO 23

ALEXANDER

Me había besado. Me había besado y se había ido. Y yo no podía dejar de pensar en eso y ver cómo ella solita creaba un muro que nos distanciaba una vez más. Cada vez que intentaba hablar con ella desaparecía sin dejar rastro alguno. La llamaba, esperando que creyera que era algo sumamente importante del trabajo y, aun así, tampoco contestaba.

Me estaba volviendo loco porque era algo que no podía hablar con cualquiera. De hecho, no. No podía hablarlo con nadie que no fuera ella.

Y ahí estaba de nuevo, hablando hacia todos, explicando el nuevo proyecto con una maqueta impresionante frente a ella. Movía sus labios de una forma tan cautivadora que pararía esta reunión sólo para besarla otra vez, porque sus labios se habían vuelto adictivos para mí.

Odiaba que fuera así, la odiaba a ella por haberme dado una miga de pan y no dejarme la barra entera. Ahora quería mucho más de ella, ya no era simple beso, no era lo único que quería, ahora necesitaba su cuerpo al completo.

—¿Alexander? —aparté la mano que tenía sobre mis labios de inmediato y giré mi cabeza hacia Frank, que estaba siempre presente en las reuniones importantes.

Carraspeé y me recoloqué de nuevo en mi asiento, sintiendo cómo mis pantalones apretaban más de lo que antes hacían por estar fantaseando con ese beso del demonio.

Miré a Victoria esperando ilusamente que me diera un poco de ayuda, pero sólo me dirigió una mirada dura antes de rodar los ojos y bufar. Vale, la estaba cagando, pero no pasaba nada. Acaricié la barba incipiente que estaba dejando que saliera y volví la vista a la maqueta.

—Creo que esa columna es algo inestable. —comenté, volviendo a mirar a mi tutor. —Si se hacen algunos cambios...Diría que estará lista para mandarle el plano a los obreros.

Frank dio un pequeño golpecito a la mesa y sonrió orgulloso. Ni siquiera sabía cómo había conseguido salir ileso de este error catastrófico, pero lo había conseguido.

—Pues no hay más que hablar, —dijo a la vez que se levantaba y miraba a su hija. —os encargáis los dos de arreglarlo. —puso la mano encima de mi hombro, dándole un leve apretón que significaba algo.

Lo miré de reojo y asentí con la cabeza, sabiendo que esto no estaba a discusión y, al parecer, Victoria también lo entendió porque ni siquiera hizo ningún gesto para llevarle la contraria.

Reparé un poco más en su aspecto y pude notar la cantidad de maquillaje que llevaba debajo de sus ojos y que aun así no lograba tapar esas marcas negras que tenía de no dormir lo suficiente.

—Frank, ¿puedo hablar un momento contigo? —inquirí, antes de se fuera.

—Claro, ven a mi despacho.

Salió después de guiñarme un ojo con complicidad, como un padre, y me levanté recogiendo mis cosas para salir después de que la estirada lo hiciera. Y no por ser caballeroso, sino porque dejaba un halo de su perfume intenso que me idiotizaba por unos instantes y que me obligaba a cerrar los ojos y disfrutarlo.

Dejé que el efecto pasara y caminé hasta el despacho del señor Anderson, quien ya me esperaba con su hija sentada a su lado. Era algo que esperaba, pero no me sentía demasiado cómodo hablando de esto con ella aquí.

—Necesito viajar a Londres. —miré a Frank y él frunció su ceño levemente.

Sabía que ese gesto no era de enfado, sino de desconcierto. Él conocía la historia que tenía con mi padre y tampoco quería que lo volviera a ver.

T A G A L O GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora