CAPÍTULO 22

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CAPÍTULO 22

LIVIA

Creí que podía morir.

Y tal vez era así. Podía morir de lo feliz que me sentía en estos momentos. Sentí cómo mis lágrimas nublaban mis ojos viendo mi nombre en el folio que acababa de llegar a mis manos. Iba a ser suplente, sí. Pero les había gustado tanto mi actuación como para considerarme una opción. Y aunque sabía que Victoria no iba a dejar que yo la relevara, no me molestaba.

Era la primera audición grande a la que me presentaba y ya pensaban en mí como protagonista. Marco me zarandeó con felicidad y yo reí, soltando algunas lágrimas en el proceso. Me felicitó, dándome múltiples besos por toda mi cara y cerré los ojos. Podía ser el personaje principal.

Tenía claro que no deseaba iniciar una competición contra esa rubia de ojos grises, porque tenía claro que la perdería. No tenía la suficiente seguridad en mí misma como para competir con alguien como la chica Anderson.

De todas formas, ella iba a hacer un papel espectacular como el cisne. Era brillante bailando y su actitud encima del escenario sobrepasaba lo natural. Y podía parecer que todo el mundo la endiosaba y la idolatraban demasiado, pero verla bailar era perder la noción del tiempo. Era dejarte guiar por sus pasos, por sus expresiones y gestos, por todo su cuerpo.

Cuando salí a pasear hace unas semanas no esperaba encontrármela, como tampoco esperé que me propusiera llevarme a casa. Me subí un poco recelosa en su coche caro. No me sentía cómoda yendo en coches que no sabía cómo conducía su conductor. Pero por alguna razón, me sentí segura yendo a su lado.

Victoria era de ese tipo de conductores que pocas veces apartaban la mirada de la carretera, de las que controlaban todo el rato al resto de coches mirando los espejos. Era de las que respetaban las normas de circulación. Y por eso me hizo sentir protegida conforme avanzábamos hacia donde le había dicho.

No tuvimos una conversación muy interesante, ni siquiera recuerdo exactamente de lo que hablamos, pero fue un viaje liviano. Estuvimos tranquilas e incluso conseguí ver una pequeña sonrisa en sus labios. No sabía qué era lo que le preocupaba tanto como para no mostrar cómo era ella en realidad, así que me gustó que conmigo se sintiese cómoda para sonreír o hablar.

Decidí dejarle mi número de teléfono para hablar con ella, me parecía una chica interesante, además de atractiva, y ya que se había acercado no podía dejar pasar esa oportunidad. Tampoco creía que a Victoria le gustaran las mujeres, pero era algo que podía intentar.

Ya tenía su atención puesta en mí, así que no sería muy difícil traerla un poco más a mi terreno. Hablar con ella, que confiara en mí...



Los días pasaron entre ensayos y más ensayos. Aún sin ningún mensaje de Victoria no supe qué pensar, pero ahí estaba, en un hospital con unas pintas bastante deplorables y hablando con mi tío.

Estaba algo más delgada, y debajo de sus ojos medias lunas oscuras se aferraban a ella como una sanguijuela. Sabía que se había exigido más, sobre todo porque en los ensayos el señor Borghese no dejaba de corregirla y veía en su cara cuánto le molestaba esa situación.

Nos despedimos de ella y entramos con mi abuela a la consulta. La pobre mujer estaba ya demasiado mayor como para estar sola y mi tío la había estado descuidando demasiado, pero tampoco era culpa suya. Él merecía vivir su vida y sabía que ahora mismo se sentía culpable. A fin de cuentas, ella era su madre, la que se había desvivido por él y sus hermanos, y él se lo estaba pagando de una forma tan ruin que había decidido llevarla a vivir con nosotros para poder tenerla más cerca en los días que le quedaran.

T A G A L O GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora