CAPÍTULO 21

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CAPÍTULO 21

VICTORIA



Me sentía un completo zombie cuando el teléfono sonó, despertándome de mi sueño. Alcé la cabeza sin evitar soltar un quejido y vi que eran las seis de la mañana, aún quedaba una hora para que tuviera que despertarme para ir a trabajar. Sin embargo, que mi padre me llamase a esta hora me alarmó lo suficiente para desperezarme.

—¿Papá, has visto la hora...? —me quedé callada cuando escuché de fondo el sonido de una ambulancia. —¿Papá? ¿Qué ha pasado? ¿Estáis todos bien?

—Es Kale, ha tenido un accidente con la moto, lo están llevando al hospital. —de fondo se escuchaba cómo mi madre se sorbía la nariz y él la consolaba con susurros alentadores. —Nos vemos allí, cariño.

Me levanté a toda prisa sin preocuparme en si había colgado. Sentía cómo mis ojos se volvían llorosos y mis manos empezaban a temblar. Como le pasase algo lo iba a matar, porque él sabía muy bien que la moto era muy peligrosa y se empeñó en tenerla cuando cumplió los diecisiete.

Me vestí con lo primero que pillé y me monté en el coche empezando a conducir a toda prisa hacia el hospital. Mi padre no me había dado nada de información, no sabía cuál era su condición, pero mientras conducía no pude evitar que las lágrimas se resbalasen por mis mejillas pensando que no lo iba a ver más.

Tenía miedo. Muchísimo miedo de que le pasase algo a mi hermano. Por mucho que discutiera y lo retara, él era el único que había sido capaz de entenderme al cien por cien y de tener la paciencia suficiente para soportarme. Si le llegaba a pasar algo no iba a tener sus bromas, no iba a tenerlo rondando por mi casa, criticando cualquier cosa que hubiera fuera de lugar porque sabía lo histérica que me ponía eso. No me ayudaría con mis ataques de pánico, ni antes de cualquier espectáculo dándome ánimos, porque sabía que me ponía nerviosa antes de actuar frente a todo el mundo.

Aparqué de cualquier manera y entré llegando al mostrador, seguramente con los ojos rojos de tanto llorar por el camino. Me sequé las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano antes de hablar.

—Necesito saber dónde se encuentra Kale Anderson, soy su hermana. —miré a la mujer anciana detrás del mostrador mientras escribía algo en su teclado.

—Está en urgencias, seguro que encuentra ahí a su familia. En cuanto se sepa algo, el médico saldrá a informárselo.

Le agradecí después de que ella me diera una sonrisa demasiado dulce que me pareció incluso repelente. No soportaba a las personas que eran demasiado amables, porque muchas de ellas rozaban la falsedad.

Corrí por los pasillos sintiendo que el corazón se me iba a salir del pecho. No era creyente, pero en mi cabeza se iban repitiendo todas las oraciones que mi abuela me enseñó cuando era una niña, y todo porque quería, no, necesitaba que Kale estuviera bien. Porque no imaginaba mi vida sin él. No podía soportar mi vida sin que él estuviera rondando por ella.

A lo lejos empecé a ver a mi padre de pie, inquieto, y a mi madre sentada en unas sillas con la cabeza agachada. Levantó la cabeza en cuanto escuchó mis pasos apresurados por el pasillo, en medio de tanto silencio.

—Dime que está bien, por favor...—le supliqué prácticamente a mi padre cuando llegué a su altura.

Agarró mis manos temblorosas y me acercó a él, envolviendo mi cuerpo con sus brazos. Acariciando mi espalda en suaves círculos, besando mi sien. Y aunque sabía que era para consolarme, me pareció que también lo hacía porque lo necesitaba.

T A G A L O GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora