Capítulo 4

168 19 0
                                    

En casa, me dedico a buscar en todas y cada una de las cajas que mamá y papá han puesto en el sótano. Nunca entramos aquí. Bran solía usarlo para traer a sus amigos a jugar a las cartas y beber un poco, pero eso era antes, cuando la cosa no estaba tan fea por casa y papá todavía vivía aquí. Esto está tan abandonado que huele a humedad y olvido, y la mesa para los naipes y noches de juergas está totalmente empolvada.

Abro la que vendría siendo la quinta caja, cuando decido darme por vencida. Mi nariz pica y probablemente se encuentre roja ahora mismo de tanta comezón. Soy alérgica al polvo, así que más me vale pedir ayuda a mamá para ahorrarme tanto sufrimiento aquí abajo. Afortunadamente, la encuentro en la cocina con el codo sobre la isleta y la mano hundida en la mejilla. Va seria, decaída, meneando la comida que tiene enfrente en una taza. Parece sopa.

De seguro se la ha dado la vecina, siempre le regala a mamá sobre lo que hace durante el día. Es extraño.

—Mamá, ¿sabes…? —me corto yo misma. Ni siquiera se da cuenta que he entrado a la cocina o que le he hablado. Me siento en el banco de al lado y le tomo un hombro. Finalmente, reacciona— ¿Estás bien?

Mamá sacude la cabeza. Eso me hace sonreír mínimamente. Edna no es de las que se anda con rodeos. A veces me gustaría ser más como ella, pero creo que sólo soy yo. Papá también es muy… liberal. No teme decir lo que piensa ni hacer alguna cosa, sólo lo hace, igual que mamá. Creo que por eso es que han congeniado tanto durante todos estos años. Aunque ahora, por más que haya amor, creo que ya no se entienden como antes.

—Echo de menos a mi viejo —vuelve a menear la sopa de verduras en la taza—. Se fue a vivir con el malhecho. Dice que está muy decaído.

—No es para menos.

—Ya, pero él se lo buscó —se mete una papa a la boca. Cuando la traga, continúa—. Después de que perdiera el trabajo, perdió también la cabeza.

Aprieto los labios y respiro. No pudo haberlo dicho mejor.

—Yo creo que sólo se desubicó —le quito el tenedor para comerme una yuca. Mi madre ni siquiera se inmuta, está realmente ida—. Trabajó en esa empresa toda su vida. Lo echaron y no supo como tomárselo.

 —¿Entonces la culpa es mía por no entenderlo?

—No, no —digo, inmediatamente—. Sólo creo que papá no está actuando así a propósito.

Mi padre fue despedido por el recorte de personal de la empresa donde trabajaba. Era repartidor de paquetería importante, y aunque recibió una liquidación por sus veinte años de laburo, no fue suficiente para los gastos en casa. Intentó conseguir empleo inmediatamente, pero a un adulto de casi sesenta años ya ni siquiera le miran el CV. Como hija, me es sumamente deprimente ver que un despido sea la causa de que mamá y papá estén distanciados ahora. No debería ser así. No en este momento.

—Tú ya agobiada por ese trabajo tuyo y yo aquí chillando por tu padre —comienza a comerse la sopa. Parece más despierta ahora, pero sé que sólo trata de no abrumarme. Lo sé por la forma furiosa en la que pincha las verduras—. Déjalo, ahoritica vuelve con el rabo entre las patas.

—¿Y qué harás?

—Pues, recibirlo —mi madre sacude la cabeza, indignada. Yo no puedo evitar sonreír—. La carne es débil, hija. ¿Qué quieres que te diga?

Dejo que una carcajada brote desde mi garganta mientras me pongo de pie. Tal vez hace un par de años atrás, toda esta cuestión nos habría alcanzado a Bran y a mí, pero conocimos tan bien a nuestros y sus discusiones naturalmente infantiles que sabemos a la perfección que papá va a volver más pronto que tarde a la casa.

Llévame a cualquier lugar [URN II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora