Los fines de semana son extremadamente ajetreados, quizás porque muchos de los afiliados a la cooperativa vienen por el retiro anual, o quizás no. Tampoco quiero analizarlo demasiado, sólo deseo que la jornada se termine.
Tres días después de la cena cita -no cita- en casa de Ben, me encuentro completamente distraída en mi trabajo. Todo había marchado bien hasta el jueves. Ben se ha dedicado a usar una terrible técnica de pedirme documentos que ni siquiera existen en el sistema con tal de hacerme ir a su oficina y tener una intensa, aunque lastimosamente corta, sesión de besos en el escritorio. Pero todo terminó el jueves por la noche, porque no sé absolutamente nada sobre Ben desde entonces.
No afecta demasiado mi trabajo el que Ben no venga a trabajar. Si necesito su firma, su aprobación o su permiso, puedo ir con el señor Pike, quien es el dueño mayoritario de la empresa. La cuestión es que ni siquiera es eso lo que verdaderamente importa. Tiene mi número. Lo ha tenido desde siempre, pero no se le ha ocurrido escribirme para avisar que se encuentra bien o para responder los tres mensajes que le he dejado esta mañana.
Ya estoy en mi hora de salida, prácticamente.
Quizá debí escribirle ayer mismo, o quizá debí llamar, incluso, pero no quería verme intensa, incluso si quería hacer estallar su celular con imparables llamadas para saber si estaba bien, por en el fondo, el que esté bien es lo realmente me preocupa.
Ya una vez desapareció del trabajo y terminé sacándolo ebrio de un bar. Para nada tengo ganas de que eso se repita.
Sé que probablemente esto no tenga que ver conmigo, o con nosotros, si es que siquiera hay un nosotros, pero hay voces en mi mente que no puedo contralar. Ni siquiera son mías, ni siquiera sé de donde provienen, pero han conseguido meter la idea de que quizás el estar a solas pueda hacerle pensar mejor las cosas. O que incluso toda esta repentina distancia es debido a que la emoción de un posible lío entre compañeros de trabajo, se ha acabado para Ben.
O quizás se ha aburrido de mí.
Claro que pudo también hacerlo durante las noches desde hace una semana cuando me besó en su auto, frente a mi casa. Pero por alguna razón mi cabeza quiere hacerme creer que su repentina ausencia en el trabajo tal vez tenga que ver conmigo, aún cuando soy plenamente consciente de que, de ahora en adelante, todas y cada una de sus acciones no van a girar siempre entorno a mí.
Contengo el aliento al mismo tiempo que lo uso para llenarme de valor y entrar a la oficina del señor Pike. Cuando levanta su rostro de la computadora con el ceño fruncido, labios tensos y ojos despiertos, casi estoy por darme la vuelta e irme de la empresa camino a juntarme con Morgan. Pero aquí estoy.
Y algo impide que me vaya. Quizá las ganas de tener noticias de Ben.
—¿No es tu hora de salida ya?
Doy un asentimiento rápido y nervioso, al mismo tiempo que juego con mis dedos. Dos años trabajando para él y todavía no me acostumbro a su típica expresión de enfado. Incluso si no lo está, como ahora, porque el tono que ha usado es sumamente amable.
—Sí, señor Pike —le digo. Luego lamo mis labios, sintiendo ese sabor a fresa y plástico de mi bálsamo— sólo quería… yo, bueno, es que… verá…
Noto como el cuerpo de Pike, específicamente su pecho, se empuja hacia el frente, expulsando una carcajada que no llega a ser oída.
¿Está riéndose de mí?
Ni siquiera estoy segura porque sigue completamente serio.
—¿Tienes algo que decirme, Clara? —desvía la atención de mí a su computadora y agrega amablemente— ¿O puedo volver a mi trabajo?
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Llévame a cualquier lugar [URN II]
RomanceA Clara García le fascinan dos cosas; la época navideña y su jefe, Ben Bardem. Sabe que probablemente nunca podrá amar tanto a alguien como lo ama a él, así como también es consciente de que cualquier oportunidad de ser suya se ha ido directo a la b...