Capítulo 9

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La mañana del viernes soy bien recibida con un chocolate caliente y una nota en un post it rosa pegado al vaso de cartón. Por un segundo me pongo tensa e inquieta, porque nunca había recibido un detalle anónimo en la empresa, pero cuando miro la letra tan cuidada y legible, ni siquiera necesito terminarla de leer para saber que ha sido Ben.

Para que tengas ánimos esta mañana.
-Ben

Es verdaderamente impresionante cómo mi pulso vuelve a latir normal al saber que esto lo ha hecho él. Anoche, cuando me metí a la cama, decidí que tenía hasta medianoche para llorar todo lo que quisiera, y que hoy en cuanto me levantara, pretendería que lo de ayer no sucedió. No me enorgullece ser tan buena fingiendo que no hay algo dentro de mí que me está atormentando. Por años le mentí a mis padres, a Morgan y a mi hermano, hasta que él mismo nos encontró a Milo y a mí en la misma situación en la que nos encontró Ben.

Anoche, a solas en mi habitación, llorando, prometí que lo de ayer fue simplemente una pesadilla y que la olvidaría y eso hago. Me he puesto un vestido rojo y he atado mi cabello en una coleta alta y perfectamente hecha, he venido a la empresa y ahora voy camino a la oficina de Ben a darle las gracias. No quiero esconderme y echarme a llorar como si eso solucionara mis problemas. Por una vez en mi vida estoy tomando el valor renacer, sólo quiero que eso sea posible.

—¿Te interrumpo?

Al entrar me encuentro a Ben de espaldas ordenando los documentos en su casillero. En cuanto escucha mi voz no duda en dejar lo que está haciendo para prestarme atención.

—Pensé que no vendrías a trabajar —acomoda su silla contra el escritorio y lo rodea hasta sentarse en el borde, frente a mí.

—Te dije ayer que lo haría.

—Nunca llegas tarde —señala. Tiene una expresión en el rostro que no puedo definir muy bien, pero parece ligeramente afligido, también preocupado. Pensar que podría ser por mí me provoca ganas de querer abrazarlo. Yo no quiero que se preocupe por mí—. ¿Cómo estás hoy?

Asiento, y la sonrisa que tira de mis labios es totalmente honesta.

—Estoy mejor que ayer —mi respuesta lo hace sonreír, y por la forma en la que me mira parece como si estuviera guardándose muchas cosas—. Se supone que soy yo la que deba traerte el café.

Ambos sabemos que no es café lo que se ha tomado la molestia de comprarme, pero aún así entiende lo que quiero decir. Los dos sonreímos y la pequeña tensión que existía, desaparece.

—En realidad, eso lo haría una asistente.

—Si tuvieras una.

—Si tuviera una —está de acuerdo. Me da un repaso pausado y sutil. No me come con los ojos, es educado, todo un caballero—. El rojo te sienta bien.

Su voz ha sonado ronca y yo me quedo sin palabras porque no esperaba que dijera eso. No esperaba que me halagara en realidad.

—Yo… eh… —me paso las manos por el vestido, específicamente por donde se marcan las curvas de mis caderas, eso hace que Ben lleve sus ojos en esa dirección, pero es sólo un momento antes de trague y vuelva a mirarme a los ojos— no estaba segura de usarlo esta mañana. Pero gracias por eso —digo, torpemente— y por el chocolate.

Ben asiente y nos quedamos en silencio. Trato de recordar alguna cosa que pueda usar para evitar que eso suceda, pero me quedo en blanco, a excepción de recordar que todavía no le he dicho sobre la cena en mi casa. Con Morgan planeamos que se lo diría ayer después del almuerzo, pero con todo lo que sucedió no pude hacerlo.

—Me ha dicho Pike que necesitan tu declaración —sus palabras me toman con la guardia tan baja que no puedo evitar que mi pecho se hunda al respirar, literalmente. Sé que lo nota, porque se aleja del escritorio y camina hacia mí. Batalla entre tomarme de los brazos o no para reconfortarme. Me parecen los cinco segundos más largos de mi vida. Pero cuando sus manos me toman de los brazos vuelvo a estar bien—. Le he dicho que iremos después del almuerzo a poner una orden de alejamiento y que podemos declarar de una vez.

—Pensé que el señor Pike…

—Sí, yo también lo creí —me interrumpe. Intento fingir que estoy bien con la idea de ir a la comisaría y hacer mucho más que sólo poner una orden de alejamiento, pero no me sale muy bien.

Estos procesos también suelen ser tediosos. Si el cargo no ha sido por daños y perjuicios, imagino que el señor Pike habrá conseguido el daño moral o pudo bien haberle acusado de un daño simple, que para alguien como Milo, no es más ni menos grave. No tiene dinero para pagar una multa de siquiera cincuenta mil dólares.

Ben acuna la parte trasera de mi cabeza antes de tirar de mí hacia él y abrazarme. A pesar de ser algo que por mucho tiempo he querido, no puedo evitar ponerme tensa. ¿Qué se supone que debería hacer? Rodearlo deliberadamente sería demasiado, pero sé que tengo al menos cinco segundos para reaccionar. Subo mis manos lentamente hasta dejarlas a la altura de sus costillas y las dejo ahí.

Abrazarlo de forma física es mucho mejor de lo que lo habré imaginado en mi cabeza tantas veces. Se siente bien aquí, y su olor es tan varonil que quisiera guardarlo en un frasco y ahogarme en él.

—Será rápido, lo prometo. Y no tienes que sentirte presionada por nada, es tu historia, Clara.

Asiento, agradecida, porque sé a lo que se refiere. No ha olvidado que no quiero involucrarme en asuntos legales de ningún tipo. Yo sólo quiero olvidar que alguna vez tomé la decisión de ocultarle a mis padres que salía con un tipo como Milo.

—Gracias.

Por no juzgarme. Pienso, pero no me atrevo a decirlo.

Eventualmente, soy yo la que termina con el abrazo. Permanecemos frente al otro, tan cerca que mis pechos podrían rozar su saco si me hiciera hacia el frente sólo un poco. No lo hago. Porque no sólo nuestra ropa se rozaría.

Abro mi boca para hablar finalmente sobre lo que me ha llevado a usar vestidos ceñidos, pero no tengo valor, así que sólo la cierro y señalo la puerta con el pulgar por encima de mi hombro. Morgan no estará satisfecha cuando le diga que no he podido decirle sobre la cena.

—Voy a volver al trabajo.

—Espera —me detiene, ya con la mano en la manigueta. Hace un gesto con la mano antes de meterlas en sus bolsillos—. Parecías estar a punto de decirme algo.

Sacudo la cabeza, y hago un gesto para restarle importancia.

—No es nada.

—Clara…

—No, de verdad —insisto—. No es… nada.

Ben ladea la cabeza. Tiene una sonrisa pequeña en los labios. Me conoce tan bien. Antes me conocía en el ambiente laboral. Ahora los dos hemos dejado que el otro cruce el umbral entre lo profesional y lo personal, no sé cómo se sienta él al respecto, pero a mí me pone nerviosa. Muchas veces quise que posara su atención en mí al menos sólo un instante. Ahora que la tengo, sólo puedo pensar en lo poco que me preparé para ello, porque no sé si quiere que Ben sepa todo lo que atormenta mi cabeza.

No sé si quiero que tenga que lidiar conmigo si cruza por completo ese umbral y cierra la puerta.

—Bien —me doy por vencida. Dejo que la puerta se cierre y camino nuevamente los pasos que me habían alejado de él—. Mi madre me pidió que te invitara a cenar en casa, con nosotros. Me lo dijo desde el lunes, pero no… yo no…

—¿No creíste que aceptaría?

—Sí —la respuesta es tan automáticamente que ha sonado demasiado intensa para mi gusto—. ¡No! Quiero decir, no lo sé. Luego lo olvidé y se supone que sería mañana, pero…

—¿Mañana?

Tiene las cejas elevadas. Me tomo el gesto como un evidente rechazo, así que comienzo a retroceder hacia la puerta. Me arrepiento de haberlo mencionado.

—Sí, pero está bien. Mi madre lo entenderá.

—Me encantaría —dice, deteniéndome de nuevo.

Le encantaría.

Mis pulmones se llenan de calor porque muy en el fondo una pequeña parte de mí esperaba que esa fuera su respuesta, incluso si la otra gran parte no estaba segura de querer lo mismo. Sonrío y asiento al mismo tiempo, sintiéndome ligera, tranquila, lista para ir a trabajar como hace mucho no lo hago, olvidando por completo que nuevamente tengo el mundo encima, pero eso no importa, porque la vida de algún modo está tratando de sonreírme, aunque muy a su manera.

—Se lo diré.

Llévame a cualquier lugar [URN II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora