5.36

487 35 0
                                        

—Estamos en posición —dice el enano de patas cortas, su voz cortante en la oscuridad—

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Estamos en posición —dice el enano de patas cortas, su voz cortante en la oscuridad—. ¿Tú, muñeca? ¿Estás lista?

—Sí, lo estoy, enano de patas cortas —respondo, tratando de que mi voz no traicione el nerviosismo que me consume.

—Recuerda que ya has fallado una vez. Dejé pasar lo del escape de tus hijos, pero la segunda vez... la segunda vez te costó a tu familia. —Siento un nudo en la garganta. Trago saliva con dificultad, sus palabras son como cuchillas.

Antes de que pueda responder, la tensión del momento se rompe bruscamente cuando alguien más irrumpe.

—Oigan, ordené unos crocs hace tres semanas y sigo esperando —una figura aparece de repente y, sin aviso, golpea a los "repartidores", dejándolos inconscientes en el suelo. Estoy tan confundida que no reacciono cuando otras dos personas se acercan rápidamente a mí. Me toman de los hombros.

Me vuelvo con fuerza, lista para enfrentarme a quien sea. Estoy harta de que los hombres intenten controlarme.

—¡Oye, espera! —grita uno de ellos, levantando las manos en señal de paz—. ¡Tranquila, venimos en son de paz!

Mi mirada se afila hasta que reconozco esa voz rasposa que tanto detesto.

—¿Román? —pregunto, atónita.

—¿Valeria? —responde, igual de sorprendido.

Nos miramos por un segundo antes de hablar al unísono:

—¿Qué haces aquí?

La tensión se disipa cuando me río y los abrazo.

—Los extrañé, idiotas —digo con cariño—. Pero no hay tiempo para esto, tenemos que movernos antes de que me encuentren.

—¿Te escapaste? —pregunta Román, con una mezcla de incredulidad y preocupación.

—Sí —respondo rápidamente, mientras el collar de Tej emite un pequeño zumbido, un recordatorio de lo que llevo puesto—. Debemos irnos ahora.

Nos dirigimos a la puerta trasera, Román y Tej la levantan. Justo cuando pensamos que estamos a salvo, varios hombres nos apuntan con armas.

Nos suben a un camión, rodeados de hombres armados.

—Oigan, oigan, creo que podemos resolver esto entre nosotros —digo, tratando de sonar calmada—. ¿Qué tal si bajamos las armas y hablamos como gente civilizada?

Nos intercambiamos miradas nerviosas, y justo cuando todo parece perdido, el imán del camión se activa. Las armas de los hombres vuelan hacia él, dejándolos desarmados y en shock. Aprovechamos el caos para golpear a unos cuantos y abrirnos paso.

—¡Ramsey, enciende el camión! —le grito mientras me subo al asiento de copiloto.

—¿No quieres hacerlo tú? —responde con nerviosismo, sin dejar de mirar el volante.

Rapidos y furiosos: Una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora