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Llevaba dos días sin saber de Valeria, lo cual me preocupaba

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Llevaba dos días sin saber de Valeria, lo cual me preocupaba. Sabía lo rápido que podía deprimirse, y el hecho de que detestaba estar sola sin alguien con quien hablar, especialmente si la conversación no tenía que ver con la misión, no ayudaba. No podía sacármelo de la cabeza.

Pero después de una larga, muy larga, conversación estratégica sobre cómo atacar a Cipher, los hermanos Shaw y yo llegamos a un acuerdo: uno se encargaría del piloto, mientras que los otros dos iríamos por el bebé.

Finalmente, logramos nuestro objetivo. Entramos de una forma épica.

Llegamos al avión de Cipher usando unos jet packs. Al entrar, nos escondimos tras una pila de cargamento.

—Bonito avión —comentó Owen mientras se quitaba la máscara—. Me lo voy a disfrutar.

—No empieces con tus tonterías —lo interrumpió Deckard, sin mirarlo—. Tú y los aviones nunca se han llevado bien.

—Vamos, par de idiotas —dije mientras avanzaba con determinación—. No se van a matar solos.

—Tu actitud me agrada —respondió Owen, siguiéndome.

Nos desplazamos hasta una puerta sellada. Deckard me lanzó una mirada, y rápidamente vi la cámara de seguridad que nos estaba observando.

—Sorpresa —solté con una sonrisa antes de que las puertas se abrieran, permitiéndonos entrar en otra sección del avión.

Dos guardias aparecieron de inmediato, pero los hermanos Shaw se encargaron de ellos con eficiencia brutal.

—Ve con el piloto, él tiene la segunda llave. Espera mi señal —le dije a Owen, y este asintió antes de desaparecer en la dirección opuesta.

—Te toca, rubio —me dijo Deckard, dando un paso al frente.

Seguimos avanzando por el pasillo, encontrándonos con otros dos guardias. Un par de golpes bien calculados y ambos quedaron inconscientes en el suelo.

—Eres bueno en combate —comentó Deckard, sin detenerse.

—No soy lo que crees —respondí con una sonrisa enigmática.

Al llegar a la siguiente puerta, contactamos con Owen. En cuanto la desbloqueó, avanzamos.

—Bien, estamos adentro —anuncié por el comunicador.

Tomé al pequeño entre mis brazos. Su risa suave y tierna me desarmó por completo, y me recordó a Lexie y Jesse, a quienes no veía desde hacía casi una semana.

—Dom, tenemos al bebé. Cinco kilos de pura ternura —informé a Toretto por el auricular.

Lo acomodé cuidadosamente en su porta bebé, y Deckard le puso unos auriculares con música suave para niños.

—Bien, amigo —dijo Shaw, subiendo el volumen ligeramente—. Esto va a ser una masacre para tus oídos. ¿Te gusta? —El bebé sonrió en respuesta.

Con Deckard llevando el porta bebé, nos dirigimos hacia la puerta de salida. Apenas la abrimos, un guardia apareció de la nada. Deckard lo apartó de una patada, mientras yo disparaba a los que estaban más al fondo del pasillo.

—Hora de aterrizar —anunció Owen por el micrófono.

En un rápido movimiento, Deckard dejó el porta bebé en una mesa cercana para mantener al pequeño seguro. Un guardia herido intentó levantarse y disparar, pero reaccioné antes, disparándole en la pierna.

—¿En serio le ibas a disparar a un bebé? —preguntó Deckard con incredulidad, mirando al hombre en el suelo.

—Qué hijo de perra —murmuré con desprecio.

Con el porta bebé seguro, Deckard y yo nos deshicimos de los últimos guardias. El avión estaba casi bajo nuestro control. En ese momento, Owen nos dio la señal definitiva por el comunicador.

—Todo listo, hora de bajar.

—¿Listo para lo que viene? —preguntó Deckard con una sonrisa—. Porque Valeria te va a matar si algo sale mal.

—No te ha matado a ti —respondí, encogiéndome de hombros—. Ese es mi consuelo.

Nos preparamos para el salto, sabiendo que la misión estaba casi cumplida. Pero lo más difícil aún estaba por llegar.

Rapidos y furiosos: Una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora