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El sol de la tarde se colaba entre las hojas de los árboles, pero todo parecía gris bajo los lentes oscuros que llevaba puestos. El cura hablaba pausadamente sobre la vida y la muerte, su voz apenas un murmullo lejano para mí. A pesar del intento por mantener la compostura, sentí que algo dentro de mí se rompía. Han había sido uno de los seres más puros que conocí, mi mejor amigo, mi hermano. No compartíamos sangre, pero la lealtad que nos unió durante tantos años era más fuerte que cualquier vínculo familiar.

No podía evitar la culpa que me carcomía por dentro. Si yo no hubiera aparecido en su vida, Han tal vez estaría ahora en algún lugar tranquilo, junto a Gisele, viviendo la vida que siempre quiso. Pero no fue así. Él se vio arrastrado a este mundo por mí.

Me tocó el turno de acercarme al féretro. Con dos rosas en la mano y la vista nublada por las lágrimas, avancé con pasos pesados. Frente a él, todo el dolor y la culpa explotaron dentro de mí. Las lágrimas caían sin control, y me sentía más culpable con cada paso.

—Perdóname, Han… lo siento tanto… —murmuré entre sollozos. Las palabras apenas salían, ahogadas por la tristeza.

Sentí una mano firme en mi hombro que me hizo retroceder. Era Brian. Su presencia, siempre fuerte, trataba de contenerme, de darme un respiro del abismo en el que me hundía.

—Vamos, ven aquí —dijo en voz baja, tirando suavemente de mí hacia el grupo, donde habíamos estado al principio.

A unos metros de distancia, Román estaba con Gisele, abrazándola con fuerza mientras ella se quebraba entre sus brazos. No pude evitar sentir una punzada de dolor en el pecho. Debería estar con ella, consolarla, pero no podía. Si yo mismo estaba destrozado, ¿cómo podría ayudar a alguien más?

—Lo siento, Gisele… —alcanzó a decir Román, con una tristeza en su mirada que nunca le había visto antes.

"Todo esto es mi culpa." Esa frase se repetía una y otra vez en mi cabeza, como un eco cruel que no me dejaba en paz. Mi mente era un torbellino de pensamientos oscuros, y con cada segundo que pasaba, la culpa se hacía más pesada.

Brian, siempre atento, me rodeó con su brazo, abrazándome por la cintura. Intenté respirar profundamente, pero las emociones me sobrepasaban. El resto del velorio fue una especie de nebulosa; apenas me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor. Cuando Dom se acercó al féretro para decir unas palabras, sentí un vacío aún más grande.

Sentía que me estaba desmoronando, pero el mundo seguía girando a mi alrededor, impasible, indiferente.

Acabado el funeral, nos obligaron a subir a dos camionetas. Nos dijeron que era algo que nos beneficiaría a todos. Me subí con desconfianza; no era raro para mí no confiar en nadie.

Las camionetas se adentraron en un cuartel, y cuando se detuvieron, bajamos. Yo permanecí en silencio mientras ellos elaboraban un plan. Solo miraba el mapa y escuchaba lo que decían.

—Si no empiezo a tomar decisiones, me largo de aquí —dijo Román, cruzando los brazos.

—Bien, Román, dinos tu plan —respondió Dom.

Levanté una ceja, esperando que comenzara.

—Yo pienso que ataquemos aquí —señaló en el mapa Román.

—Yo pienso que... —el militar no le dejó terminar.

—No pienses, ese es mi trabajo —lo interrumpió Román, haciendo una señal al soldado para que se quedara callado.

—Eso es imposible. Físicamente, es el punto más seguro de la montaña, no hay acceso alguno al lugar —replicó el militar.

—Y eso es precisamente lo que lo hace especial —dijo Román con confianza—. Nadie esperará que ataquemos ahí.

Rapidos y furiosos: Una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora