Hace unos días decidí alejarme de mi familia. No podía soportar estar cerca de ellos, y mucho menos de Dom. Desde que él mató a Brian, nuestra relación se había vuelto insoportable, cargada de una tensión que parecía imposible de sanar.
—¡Mamá! ¡Jesse me quitó mi juguete! —la voz aguda de Lexie resonó por toda la casa.
Suspiré con una mezcla de cansancio y ternura, y me dirigí hacia la sala. Allí estaban, los mellizos de cuatro años, enfrentándose como siempre. Jesse, con su ceño fruncido y los brazos cruzados, escondía un pequeño Skyline bajo su brazo.
—Es mío —se apresuró a decir, levantando la barbilla en un gesto desafiante.
Lexie lo miraba indignada, con sus ojos grandes llenos de reproche. —¡Mentira! El auto de tío Dom es tuyo. ¡El de papá es mío!
Me agaché a su altura, tratando de intervenir antes de que la discusión escalara. —Niños, tranquilos, no vale la pena pelear por eso.
Ambos me miraron con atención, aunque Jesse no soltó el auto.
—Si siguen gritando, me lo quedaré yo —añadí con una leve sonrisa.
—¡No es justo! ¡Es mío! —insistió Jesse, tan testarudo como siempre.
Reconocí en él mi propio carácter: impaciente, siempre listo para un enfrentamiento. Lexie, en cambio, era pura paciencia, como lo había sido Brian. Pero cuando la hacían enojar, era implacable.
Suspiré una vez más. —Mejor dejen eso por un momento. ¿Qué les parece si me ayudan a hacer galletas?
Los ojos de ambos se iluminaron al instante.
—¡Sííí! ¡Galletas! —gritaron al unísono.
En un abrir y cerrar de ojos, recogieron la sala y la dejaron impecable. Corrieron a la cocina, entusiasmados. Pusimos música y pronto estábamos cantando canciones de Selena mientras preparábamos la masa. Las risas llenaban el ambiente, y por un momento, todo el dolor y la angustia desaparecieron.
De alguna manera, Lexie terminó cubierta de harina de pies a cabeza. Sus pequeños ojos se entrecerraron de frustración.
—¡No es gracioso! —dijo, cruzándose de brazos.
No pude evitarlo; estallé en carcajadas, contagiando a Jesse. Él se doblaba de la risa mientras señalaba a su hermana.
—Es muy gracioso, Lex. ¡Deberías verte en un espejo! —soltó entre risas.
Le mostré su reflejo en la cámara de mi celular. Al verse, Lexie también se echó a reír. Aproveché el momento para tomar una foto con mi cámara instantánea, una que guardaría para el álbum familiar.
—¡Toma esto! —gritó Lexie de repente, lanzándole un puñado de harina a Jesse.
—¡Mamá, dile algo! —protestó Jesse, fingiendo estar ofendido, pero con una sonrisa que lo delataba.
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Rapidos y furiosos: Una historia de amor
FanfictionSi el peligro corre por tus venas, no importa cuánto te escondas: eventualmente te alcanzará. Lo aprendí cuando me enamoré de un policía, el tipo de hombre que juró proteger y hacer cumplir la ley. Pero el amor tiene una forma curiosa de retorcer lo...