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-¿De verdad es necesario? -murmuré, observando mis manos temblorosas

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-¿De verdad es necesario? -murmuré, observando mis manos temblorosas.

-Sí -respondió Ellen con serenidad. Bajé la mirada, sintiendo el peso de sus palabras-. Valeria, escoge un punto en el librero y concéntrate en él.

Suspiré, rendida, y fijé la vista en un rincón del estante.

-Ahora inhala... despacio... exhala, vacía tus pulmones. Otra vez, suavemente. -Su voz era como una cuerda que me anclaba a la calma-. Escucha tu cuerpo, tienes el control absoluto... Vamos a regresar, muy atrás.

-¿Qué tan atrás? -pregunté, cerrando los ojos con más fuerza de la necesaria.

-Hasta esos recuerdos que te duelen, los que siempre has guardado en silencio.

-De acuerdo... -dije, dudosa.

-Cuando chasquee los dedos, quiero que me digas todo lo que veas. Cada detalle, no importa cuán pequeño sea.

Asentí. Ellen chasqueó los dedos y, de pronto, me vi atrapada en un recuerdo que había evitado por años. El día antes de que papá muriera.

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-¿Por qué nos llamaste, papá? -preguntó Jacob mientras entrábamos en la cochera.

-Acérquense, hijos -nos dijo. Jacob y yo intercambiamos miradas de desconcierto.

-¿Qué pasa, papá? -pregunté, inquieta.

Nos acercamos. Papá parecía cansado, con los hombros caídos bajo una carga que aún no entendíamos.

-Quiero pedirles un favor -dijo, y su voz se quebró un poco.

-Claro, lo que necesites -respondimos al unísono, sin saber lo que venía.

-No puedo ganar la carrera... -sus palabras cayeron como una bomba. Jacob y yo fruncimos el ceño.

-¿Qué? ¿Por qué? -pregunté, pero él ya no era el hombre invencible que yo conocía.

Papá nos explicó las deudas, el plan. Perder la carrera no era una opción; era una necesidad. Hicimos un pacto de silencio, uno que nunca romperíamos. Dom y Mía no podían saberlo.

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-¿Qué sientes, Valeria? -Ellen interrumpió el recuerdo, trayéndome de vuelta al presente.

Me quedé callada, atrapada en la confusión de emociones que me abrumaban.

-Valeria, exprésalo. ¿Qué sientes?

-Odio... -susurré, apenas capaz de pronunciarlo.

-¿Lo odias? Dilo más fuerte.

-Lo odio... -mi voz temblaba, pero Ellen no cedió.

-Más fuerte, Valeria.

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Rapidos y furiosos: Una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora