CAPÍTULO 17: TEN AMIGAS PARA ESTO...

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Saliendo de la estación, Clara la miró circunspecta tras toda la información recogida de la angustia y los sollozos de Heidi.

- A ver si lo he entendido bien. Después de una casi noche de amor y pasión, ahora resulta que se ha ido a la ciudad justo cuando vengo yo a participar en la diversión. Qué puntería.

- No tenías que venir, sólo quería que estuvieras informada.

- Mira, Heidi, a mí no me puedes mandar una carta de ese calibre al poco de irte y pretender que espere a la siguiente para enterarme de si te lo has hecho con Pedro o no.

Heidi la miró divertida.

- Que estamos hablando de Pedro. El niño ese tan cuqui que jugaba con nosotras y de vez en cuando se comía un moco... - aclaró la rubia.

Heidi hizo un mohín fingido y se rió de aquel recuerdo. Le hacía falta una imagen cálida y feliz después de haberle visto alejarse aquel tren.

- ...y ahora me dices que es un tiarrón buenorro con unos brazos esculpidos en carpintería y que estaba deseando hacerte el amor encima de la mesa de la cocina. Como para no venir.

- Te encanta exagerar.

- No quiero seguir viéndote triste.

Clara la cogió de la mano y ambas se miraron con un cariño tan profundo como el horizonte de las montañas. Heidi suspiró aliviada y un par de lágrimas aparecieron silenciosamente en sus mejillas mientras abrazaba a Clara en mitad del camino. Clara soltó su equipaje para dejar libres ambas manos y la rodeó como si le fuera la vida en ello. Qué suerte tener una amiga como Clara, y qué increíble que apareciera en el momento justo. Heidi siempre había pensado que Clara era un ángel encubierto, con su pelo rubio, sus ojos azules y su liviandad al andar, haciendo volar sutilmente el volante de cualquier vestido primaveral. Ahora no lo creía, lo afirmaba, porque jamás nadie la había cuidado ni querido tanto desde que se conocieron. Bueno, hasta ahora. Pedro tenía todas las papeletas de romper esa regla, pero supuso que se equivocó en el momento en el que ni siquiera le dijo adiós. Cuando deshicieron el abrazo, Heidi se sentía más calmada, pero el cansancio estaba empezando a tomar protagonismo de nuevo.

- Venga, que aún queda cruzar la plaza y subir toda la cuesta... Recemos porque no aparezca...

No hubo suerte. Mildred se acercó con paso firme a Heidi seguida de las gallinas, hasta que se dio cuenta de la presencia de Clara y paró en seco.

Se miraron fijamente, desafiantes. Durante apenas unos segundos compartieron, en silencio, algún tipo de intercambio de información, como dos animales alfa midiendo el peligro, dispuestos a saltar a la yugular de la otra. Heidi miraba a Clara y a Mildred alternativamente, no daba crédito a la situación. Entonces Mildred, sin previo aviso y sin perder la soberbia que la caracterizaba, rompió el encanto de golpe.

- Nos vamos.

- Genial.- respondió Clara rápidamente.

- Te tendré vigilada. -luego miró a Heidi- Os tendré vigiladas.

Y se fue. Heidi echó a andar en dirección al camino de la cabaña sin creerse lo que acababa de ocurrir.

- Eres increíble, Clara...

- Luego podríamos bajar al pueblo a por...

- No.

Clara frunció el ceño y resopló.

- ¿Por qué no?

- Porque es imbécil.

Clara dibujó media sonrisa y un brillo destelló en sus juguetones ojos azules.

- Para lo que la quiero me da bastante igual.

- Clara...

- ¿Qué?

- Que no.

- Tú fuiste la primera y no quisiste...

- Ya sabes que no eres mi tipo.

- ¿Te van más del tipo carpintero, no?

Heidi puso los ojos en blanco.

- Como Jesucristo, nuestro salvador... - soltó con su vocecita dulce y juntando sus manos para un rezo.

Heidi le propinó un manotazo en el hombro, Clara se quejó de manera infantil y ambas se miraron y rieron. A Heidi siempre le abrumó un poco la predisposición de Clara por las mujeres, su afán de probarlo todo y quererlo todo, supuso un problema de cara a la Señorita Rottenmeyer, que lo consideraba impío y fuera de toda moral, pero eso nunca detuvo a Clara. Para estudiar el cuerpo femenino, decía. Bueno, o eso era lo que le contaba a las chicas que le gustaban del internado. Probablemente la inocente rubita había tenido más sexo estos últimos años que cualquier casada en su noche de bodas. Su amiga era genial en muchos aspectos.

Cuando llegaron a la cabaña, Clara le hablaba animada de sus últimas semanas mientras deshacía su equipaje, de cómo había conseguido entrar de aprendiz en una imprenta como mecanógrafa y de lo entusiasmada que estaba por escribir algún día sus propios artículos. Heidi la escuchaba con atención aunque triste: todavía seguía allí la manta que había utilizado Pedro, había sido incapaz de quitarla de la silla y ahora era un recordatorio impertérrito de su ausencia. No dejaba de asaltarle una y otra vez la misma pregunta, "¿Qué estará haciendo Pedro ahora?".

Heidi ya es adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora