CAPÍTULO 3: "TAN BONITA COMO UNA FLOR."

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Heidi caminaba contenta al frente del rebaño, respirando el aire puro de las montañas que tanto añoraba; Pedro iba detrás, por si se escapaba alguna cabra del rebaño. Subieron por una ladera llena de árboles a los lados y con algunas rocas por el camino. Pedro no hacía más que observar a Heidi, que en ese momento iba entonando una bonita melodía y se paseaba entre las cabras acariciándolas continuamente. Heidi dejó de tararear cuando llegaron a la cima y vio con alegría aquel campo repleto de flores silvestres de todos los colores. Corrió hacia el campo gritando eufórica y se tiró entre las flores de colores hasta quedar oculta. Pedro se reía por la actitud de su amiga aunque no le extrañaba en absoluto, puesto que ella había sido siempre así de alegre y vivaracha. Las cabras ya se habían esparcido para pastar, así que aprovecho para buscar a Heidi; ésta, sin previo aviso, se había levantado sigilosamente y se tiró encima de él por detrás hasta caer los dos al suelo, quedando el uno al lado del otro, riendo como en los viejos tiempos. Mas se miraron los dos y descubrieron en los ojos del otro que los dos ya no eran dos niños que jugaban en la hierba peleándose, sino que habían crecido en muchos sentidos. Heidi no se movió ni un milímetro cuando le susurró a Pedro:

– Te he echado de menos...
– Yo a ti también... – entonces Pedro se colocó encima de ella y le apartó un mechón de pelo – He esperado todos estos años a que volvieras... y me alegro de que lo hayas hecho.

El corazón de Heidi no daba a basto para lo que estaba ocurriendo; en un impulso, acarició la mejilla de Pedro y éste sonrió al contacto, pero ya no soportaba más la presión y preguntó:

– ¿Cuál de las cabras es Copito de Nieve? – a Pedro le costó reaccionar, pero se apartó de ella para señalarle una cabra.
– Es esa de ahí.

Heidi se fijó en la cabra señalada y observó que ya no era un cabritilla; le habían salido unos enormes cuernos y su pelaje era más denso pero igual de blanco que cuando era niña. Se levantó y abrazó con efusividad a la cabra, pero está no se resistió porque había reconocido a Heidi.

– ¡Oh, Copito de Nieve! ¡Qué grande estás! – Heidi miró a Pedro y a la cabra alternativamente y soltó – ¡Mira, Pedro! ¡Creo que ahora se parece a ti! – y añadió una de sus más encantadoras sonrisas.
– ¡Pero qué dices! – exclamó Pedro totalmente indignado mientras se subía a una roca de un salto – ¡Yo no soy una cabra!

Heidi se acercó divertida donde estaba Pedro y le dijo con un falso tono inocente:

– Pues no lo parece... – Pedro se bajó de otro salto de la roca y cogió una amapola – ¡Eres tan inquieto como una cabra!
– Y tú... tú... – empezó todo indignado de nuevo, pero rectificó cuando se fijó en la amapola y puso su mejor cara – Tú eres tan bonita como una flor. – y le entregó con chulería la flor, a lo que Heidi la cogió y levantó una ceja – ¿Ves? Yo no soy tan malo como tú.
– ¡Vaya, gracias por el cumplido! – dijo con ironía mientras se sentaba en la hierba fingiendo un enfado.

Pedro se sentó también apoyando su espalda en la roca y frotó su mejilla contra el hombro de Heidi como si fuese una cabra.

– ¡Perdóooonameeeeee! ¡Beee! ¡Soy un borreeeeegoooooo! – a lo que Heidi se empezó a reír.
– ¡Tonto! – y le pegó un pequeño empujón, que Pedro exageró y se dejó caer a la hierba.

Heidi no paraba de reírse por la tontería de su amigo y éste se abalanzó sobre ella haciéndole cosquillas para que riera aún más.

– ¡Basta! ¡Jajajaja! ¡Basta! ¡Oh, por favor, no puedo más! ¡Jajajaja! – Pedro paró el ataque con la respiración entrecortada sonriendo, aunque a Heidi todavía le duraba la risa pero no tan escandalosamente.

Algunas cabras se volvieron a mirar pero cuando Heidi se calmó, las cabras iniciaron su pasto como si nada. El sol estaba ya muy alto y entre unas cosas y otras les había entrado hambre, así que regresaron de camino a casa de Heidi con las cabras en cabeza.

Todo el camino estuvieron hablando de cosas banales, e incluso en algún rato miraban las nubes buscando alguna forma original. También le preguntó por Clara y le habló del día en que murió su abuela. Cuando llegaron a la casa, Heidi vio a su abuelo sentado en la mesa que estaba fuera debajo de los abetos. Pedro se percató de que poseía comida encima de la mesa y le rugieron las tripas. Las cabras rodearon la casa y los jóvenes se sentaron junto al abuelo. Éste les ofreció la comida que quedaba y luego hablaron durante un rato, hasta que Pedro dijo que tenía que marcharse a trabajar.

– ¿Por qué no le acompañas? Te enseñará el taller, además se nos ha acabado el pan y tienes que bajar al pueblo de todas maneras. – explicó el abuelo mientras recogía la mesa.
– De acuerdo. – se despidió de su abuelo y se fue con Pedro.

Heidi ya es adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora