CAPÍTULO 16: NO ESTÁS SOLA.

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Pedro se sorprendió al ser de los pocos que esperaban en la estación, pero qué se podía esperar de un pueblo tan pequeño. El tren cesó con un último chirrido frente a él. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al cruzarse un pensamiento: jamás había salido del pueblo. Conocía el estilo de vida de la ciudad, las noticias llegaban hasta Dörfli y otros vecinos antes que él habían sucumbido al encanto de las comodidades urbanas, ¿pero qué había realmente en Frankfurt? Cogió su bolsa, se la colgó al hombro, anduvo con paso lento y firme hacia el vagón que tenía enfrente y, nada más poner un pie en el primer escalón metálico, no pudo evitar echar un último vistazo a los Alpes. Los pastos verdes primaverales se extendían más allá del pueblo, por las colinas adyacentes y el camino que subía hacia la montaña, siempre con el pico más alto de color blanco. En la colina más lejana quedaba una cabaña solitaria con unos escasos árboles esparcidos de forma poco ingeniosa por la naturaleza y unos puntos blancos que se movían perezosamente sobre el verde. Heidi debía estar allí. Su imagen lo atravesó como un rayo, su sonrisa, su alegría, su calor... De nuevo iban a separarse. Se le encogió el corazón, incluso más que la primera vez que Heidi se marchó para recibir educación en Frankfurt. No iba a llorar, no se lo podía permitir: tenía que rehacer su vida y en el pueblo no podría hacerlo, aunque eso tuviera un precio. "Un doloroso precio..." pensó Pedro. Quería ser perdonado, pero Heidi no había vuelto a aparecer por el pueblo desde entonces y la culpa le impedía subir el camino a la cabaña. Si después de semanas ella no había querido dar señales de vida, no había nada que hacer. "Me lo merezco. Ella no tenía culpa ninguna de la situación, sólo quería ayudar y la cagué. La cagué bien." Pedro subió los peldaños restantes al oír el aviso, entró en el primer vagón, colocó su bolsa en el compartimento superior y se dejó caer el gastado asiento a la espera de que partiera el tren antes de que cambiara de idea.

Heidi no podía más. Apareció en el andén resollando y buscó frenéticamente a Pedro entre las últimas personas que subían al tren. ¿Dónde estaba? Corrió hacia Ernesto, el jefe de estación, que la miró de arriba a abajo sin entender muy bien su propósito.

- ¿Ha visto si ha subido Pedro o a qué vagón ha subido? Por favor, es importante...

- Respira, muchacha. Están cerrando las puertas ya, no te merece la pena.

- Qué vagón, Ernesto.

- Creo que se subió en el sexto contando desde aquí pero, Heidi, no...

Heidi salió despedida con las pocas fuerzas que aún le quedaban hacia el sexto vagón. El tren emitió el pitido de salida. A la altura del tercer vagón, Heidi tuvo acelerar cuando las ruedas comenzaron a avanzar.

Tras un pequeño empuje inicial, el tren comenzó a moverse bajo los pies de Pedro, que miraba con nervios y tristeza los infinitos raíles que se perdían en el horizonte a poca distancia del final del andén. Quizá pedirle disculpas por carta cuando ya estuviera asentado en Frankfurt sería lo correcto, para no quedar así y poder decirle... No. Sería mejor para los dos, ella se merecía a alguien con más clase y él no iba a ser un impedimento. Pero cómo la iba a echar de menos... Su imaginación hizo querer escucharla gritando su nombre entre los fuertes ruidos del tren desde la estación, como si estuviera allí para impedir que se fuera. Hubiera sido bonito, pero la realidad era otra. El tren dejó atrás la estación y Pedro suspiró antes de echarse una cabezada.

- ¡¡Pedro, Pedro!!

Los gritos de Heidi se perdieron tras el último vagón, jadeando al borde del andén.

- Pedro...

Y, desolada ante la imagen del tren alejándose, rompió a llorar en mitad del silencio. No podía moverse, no podía dar un paso más. El cansancio se apoderó de ella de golpe, empezaron a temblarle las piernas, los brazos no le respondían, solamente oía el latido de su corazón apagarse poco a poco. Lentamente, se empujó a sí misma hacia uno de los bancos de madera del andén. Ernesto se acercó a ella cauteloso y le ofreció un pañuelo a falta de algo que decir; Heidi lo aceptó sin mediar palabra y el jefe de estación se alejó para dejarla con sus pensamientos. Pedro se había ido sin decir adiós. Quedó en silencio durante largo rato, escuchando las hojas y la hierba mecerse por la ligera brisa que recorría el andén. Pedro se había ido sin decir adiós. Otro tren apareció en el andén y vio como Ernesto se movía deprisa para atenderlo. Se secó las lágrimas y dejó caer la vista hacia la tela blanca empapada en la que se había convertido el pañuelo que ocupaba sus manos. Pedro se había ido sin decir adiós. Todo había perdido el sentido, ya no importaba lo que le hubiera dicho o lo que le dijo ella, sólo quería que volviera. Dörfli perdía la mitad del encanto sin él.

- Yo que esperaba corazoncitos por todas partes, vaya cara llevas.

Heidi levantó la vista con desgana. Unos grandes ojos azules la miraban con cariño mientras su pelo reflejaba un destello dorado al dejar caer la maleta.

- Clara, ¿qué haces aquí?

Heidi ya es adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora