Clara se acomodó en la silla de madera desvencijada que acompañaba a la mesa redonda de comedor y se encendió su cigarrillo con absoluta parsimonia acercando una de sus cerillas.
- Y ahora explícame por qué eres tan gilipollas antes de que me enfade de verdad.
Pedro no tenía tiempo para esto, lo único que quería era que la insufrible de Clara se fuera de su casa y le dejara morir tranquilo.
- ¿Sabe Heidi que fumas?
Al pronunciar su nombre en voz alta tras casi dos meses, su cuerpo se ablandó un poco más.
- Lo estoy dejando.
- ¿Cuántas veces lo has dejado? -inquirió Pedro para desviar el tema.
- No estamos hablando de mí, sucia rata.
- Oye, si te has colado en mi casa para insultarme, vete. Estoy enfermo y no quiero discutir con nadie.
Clara suspiró mientras tiraba humo por una de sus comisuras. El aspecto de Pedro le pareció lamentable, no sólo porque estuviera enfermo. Las ojeras, la barba incipiente y el pelo deslustrado le hacían aparentar más edad de la que tenía, Pedro siempre había ido hecho un pincel aunque no tuviera ningún tipo de gusto para la moda ni la siguiera.
- No vengo a discutir, vengo a que entres en razón. Y a comprender, desde luego. -dijo Clara levantando sus cejas rubias.
- No puedo volver a Dörfli.
- Anda, ¿no "puedes"? Hay un tren que te lleva de vuelta también, eh. -dio otra calada.
- Muy graciosa.
Soltó el humo despacio con la mirada fija en su amigo. No se llevaban mal, de hecho curiosamente se querían muchísimo, pero dada la naturaleza -y los gustos- compartida de ambos tenían una relación un tanto peculiar y competitiva. La competición tendría que esperar.
- Pedro. Por favor.
Pedro exhaló con dificultad y la otra silla de madera chirrió al dejar caer su peso.
- Le dije cosas feísimas, no se pueden borrar, ya no tienen remedio. Me cabreé, quemaron la carpintería y me cabreé.
- Me lo contó. Ambas cosas.
Pedro la miró asustado, resopló, se frotó las manos, se rascó una ceja y miró al suelo.
- Pues entonces ya lo sabes.
- Vuelve. – sentenció Clara impasible sin apartarle la mirada.
- Clara...
- Pedro.
Se recogió más en la manta y se sorbió los mocos. Clara puso los ojos en blanco, dio un par de caladas y levantó los brazos mientras tiraba el humo con los ojos muy abiertos.
- ¡Pídele disculpas, joder! Tan sencillo como eso. Te montas en el tren, vas, le pides disculpas y le prometes que no volverá a pasar, hacéis el amor apasionadamente y reconstruyes la puñetera carpintería.
- ¿Reconstruirla? Se te va la olla. -exclamó sin mucho convencimiento, ya que sus pensamientos se habían quedado en hacerle el amor a Heidi.
- ¿De verdad? ¿Trabajar en tu sueño es irme de la olla? Perdona, pero pensaba que estaba hablando con mi amigo Pedro, el que estaba haciendo tratos para exportaciones a Frankfurt porque su artesanía es cojonuda, tú no sé quién eres.
- ¿Con qué dinero, estúpida? ¡No todos tenemos la suerte de nacer en una familia pudiente como tú y tener el lujo de hacer lo que nos dé la gana!
- Claro, porque a mí como mujer se me permite todo, ¿no? Cáete del árbol ya, Pedro, por favor. Tú podrías casarte con Heidi si quisieras, otras no tenemos la suerte de poder elegir.
- Si me caso con ella no tendré nada que aportar, ¿eso lo entiendes, rubia?
Clara lo miró con una sonrisa malévola y habló despacio.
- ¿Así que tanto es que te casarías con ella?
Pedro se sorprendió sonrojándose al instante al darse cuenta de la trampa tan básica en la que había caído.
- ¿Te casarías con Heidi? ¿Nuestra Heidi? ¿La que nos ganaba las carreras de tirarse rodando ladera abajo mientras reía como una loca y se le llenaba el vestido de tierra?
Clara estaba disfrutando muchísimo con esto. Le dio las últimas caladas al cigarrillo.
- Vaya, vaya... Y yo que pensaba que te dabas por vencido sólo porque estaba buena y por un polvo no merecía la pena estropearlo más...
- Me gusta de verdad, ¿vale? -susurró Pedro rojo como un tomate sin poder mirar a Clara.
Clara apagó el cigarrillo sobre la tapa metálica de su pitillera Korean2twice, la mejor marca de tabaco del siglo XIX. La conversación fue suficiente para tomar una decisión.
- Bueno, resuelto el misterio de tu obvio enamoramiento, me gustaría recuperar al Pedro de verdad si no te importa.
- Clara, de verdad que no sé cómo voy a reconstruir nada...
A Pedro empezó a dolerle la cabeza, demasiadas confesiones en un minuto, su fiebre no lo iba a aguantar y mañana tenía que volver al trabajo para seguir con su vida... su aburrida vida. No sabía cómo enfrentarse a eso, había sido un duro golpe que lo había dejado noqueado y no estaba seguro de si tenía fuerzas suficientes para rehacerse. Clara lo había puesto contra las cuerdas de nuevo, ¿dónde estaba el Pedro valiente que salía adelante? Había estado en peores penurias que aquella, pero lo de Heidi le había pasado más factura de lo que pensaba. Tras la conversación con Clara, entendía mejor el porqué.
- Te voy a proponer algo y sólo lo voy a hacer una vez y va a ser ahora. Mi herencia es grande, no la gastaría ni en dos generaciones, y soy una privilegiada que dispone de su propio dinero dado que tengo la suerte de que mi contable adora a su hija, la cual me tiro de vez en cuando para mantener mis finanzas en orden.
- ¿Pero a cuántas mujeres tienes en la libreta?
- Sólo me falta la de antes de entrar a tu casa. No me distraigas. -resopló Clara advirtiéndole con el índice.- Lo que quiero decirte, es que puedo y quiero financiar tu nueva carpintería.
Pedro se atragantó con su propia saliva. La fiebre le estaba haciendo delirar.
- Repíteme eso. -dijo Pedro muy serio.
- Me has oído perfectamente. A cambio de un pequeño porcentaje, claro está, cuando empiece a funcionar. Entiendes que esto lo hago porque quiero que Heidi sea feliz, ¿no? -soltó en tono de advertencia.
Pedro no pudo más, volcó su silla al levantarse y abrazó a Clara con las pocas fuerzas que tenía.
- No hacía falta que te arrodillaras, pero aprecio el gesto. -dijo devolviéndole el abrazo.
Pedro se echó a llorar. Esas mujeres le iban a matar de un infarto. Clara se ablandó y confesó.
- Yo también quiero pillar al cabrón que tumbó tu carpintería. El pueblo no es muy grande, lo averiguaremos.
- ¿Los dos?
- Los tres. Dudo que Heidi se quede al margen.
- Si me perdona.
- Te perdonará, y aunque no lo hiciera participaría igual. Sigue siendo tu amiga por mucho que tú pienses que no.
Clara le dio un beso en la mejilla antes de apartarse y cuando ambos estuvieron en pie le secó las lágrimas con cariño. Se atusó el pelo y se dirigió hacia la puerta.
- Te doy una semana para que pongas tus cosas en orden y nos vamos de vuelta a Dörfli. Yo también tengo asuntos pendientes allí.
Y con un portazo sellando el trato, Pedro se sintió menos enfermo.
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Heidi ya es adolescente
RomanceTras unos años en un colegio para señoritas en Frankfurt, Heidi decide regresar al pueblo con su abuelo y así volver a ser feliz en el campo. Lo que no sabe es que su vida cambiará por completo al reencontrarse con Pedro. También disponible en www.h...