CAPÍTULO 14: NECESITO AYUDA.

1.4K 70 31
                                    

Las siguientes semanas, Pedro se dedicó a derruir a golpe de hacha los negruzcos restos de carpintería que quedaban en pie y tirar trozos de madera carcomidos por el fuego que ya no valían nada. Con la ayuda de Jonás y otros dos jóvenes, consiguieron convertir el lugar en un solar completamente vacío desde el que empezar de nuevo. Pedro no tenía muy claro si eso era lo que quería. Toda una nueva inversión, ¿para qué? Tardaría siglos en recuperarse, ¿qué haría mientras? Ya le venía justo a Jonás y a su padre mantener a los cuatro hermanos restantes. Tampoco poseía más conocimientos que los de carpintería, con ellos le había bastado para sobrevivir todo este tiempo, tendría que aprender otro oficio, lo cual era bastante difícil puesto que todos los del pueblo habían escogido a su propio hijo de aprendiz, dado que ninguno quería marcharse a la ciudad. Estaba claro, sólo tenía dos opciones: irse del pueblo a Frankfurt, donde abundaban las oportunidades, o volver a pedirle al Abuelo trabajo, si es que tenía alguno que darle. Y en caso de que eso ocurriera, ¿cómo iba a llevar las cosas con Heidi? Dejó muy claro que no quería verle ni en pintura y no tenía ánimos ni motivos para discutírselo. "¿Qué se puede esperar de una virgen?" Inmediatamente, aquel pensamiento le hizo sentir como una mierda, ¿a eso había llegado? ¿A echarle la culpa a ella, que solamente había intentado ayudarle? Claro, era más fácil pensar en sus bonitos pechos que pedirle perdón. "Das asco, Pedro... No mereces ni que te mire." se dijo a sí mismo. Estaba claro cuál era la opción correcta.

Tras el incidente, Heidi no tenía fuerzas para enfrentarse al mundo. Limpiaba, leía, paseaba por el prado y dormía. Hasta que la casa ya no se podía limpiar más, hasta que ya no le quedó libro por leer, hasta que se dio cuenta de que tirarse en la hierba y mirar el cielo azul había perdido todo su encanto si Pedro no estaba con ella. Estaba muy enfadada, desde luego. ¿Quién era él para tratarla de ingenua? Y aunque así fuera, ¿qué derecho tenía a reírse de ella? Siempre había creído que Pedro estaba hecho de otra pasta, que era el tipo de chico que jamás la tomaría por idiota a pesar de su ignorancia en temas delicados. Había dejado bien claro que se equivocaba. Sin embargo, no lo entendía. Antes que todo eso eran amigos y jamás le había hablado de esa manera. Bueno, es posible que ella estuviera siendo un poco egoísta... Había perdido su trabajo, sabía que para Pedro la carpintería era importante, no sólo por los ingresos, sino porque veía que era más seguro, más serio, más meticuloso cuando tenía madera que trabajar, que transformar a base de esfuerzo. Era su vida. "Sólo me quedas tú..." y acto seguido le cerró la puerta en las narices, muy bien. Claro que tenía a Jonás y un montón de gente que estaba dispuesto a ayudar, pero ella sabía que sin la carpintería todo quedaba en nada.

Se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Bajaría al pueblo, echaría una mano, dejaría a un lado el mal encuentro, al menos por el momento. Ya habría tiempo de arreglarlo. Decidida, enfiló el camino al pueblo convencida de que no era para tanto y que lo importante era ayudar a reconstruir la carpintería, y ya de paso compraba el pan.

Por el camino, antes del cruce, pasó Pancracio el pastelero, en su carreta de transporte tirada por su mula Lucinda, cargada con una docena de sacos de lo que parecía ser harina.

– ¡Buenos días, Pancracio! ¿Cómo está Lucinda? Ya veo que puede andar...

Pancracio, un hombre bonachón y risueño, la siguió con la mirada llena de preocupación al pasar por su lado. Apartó la mirada de Heidi y siguió su camino en dirección contraria.

Heidi no entendía nada en absoluto. Pancracio se alegraba siempre al verla entrar por la puerta de su pastelería, ella pedía dos merengues y él le guiñaba un ojo y metía un tercero en el paquete. Se miró el vestido, se tocó la cara, ¿tan mal aspecto tenía? El pastelero no se volvió ni una sola vez mientras lo veía alejarse por el cruce. Siguió su camino un poco molesta, entendía que el pastelero pudiera tener un mal día, pero ¿ni un gesto de saludo?

A medida que avanzaba se cruzó con cuatro viandantes más. Una madre y su hija pequeña pasaron por su lado acelerando el paso, la niña miraba a Heidi con curiosidad. "No la mires." le había dicho su madre tapándole los ojos. Un chaval de trece años pasó demasiado cerca por su lado, mirándola de arriba a abajo con una mala sonrisa. Cuando ya estaba cerca de la entrada al pueblo, Prudencio, el anciano más viejo del lugar, daba su paseo matutino tranquilamente hasta que la miró con desaprobación y señalándola con la punta del bastón le gritó con su voz ronca:

– ¡Casquivana! ¡Qué vergüenza!

Heidi no supo qué responder. No supo qué hacer. No se atrevió a dar un paso más, sentía que sus pulmones se encogían y no dejaban entrar el aire. ¿Qué narices estaba ocurriendo?

Heidi ya es adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora