Día 31

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Domingo, 21 de Mayo.

Las voces de papá y mamá en la planta baja fueron lo que me habían hecho despertar. Por lo general, papá se iba de casa al trabajo en cuanto se levantaba de la cama, importándole poco si llevaba consigo una enorme resaca. Y por lo normal, mamá no solía responderle de vuelta cuando él le gritaba. Esa mañana, los dos estaban discutiendo. Seguramente debían hacerse a la idea de que su hija ya lo sabía y no porque ellos se lo dijeran.

Cobardes.

No enfrentaban sus problemas ni mucho menos los resolvían. Papá creía que todo el tiempo podría ahogar la culpa en alcohol mientras que mi madre solo guardaría silencio. Me sentía traicionada puesto que confiaba en ella para contarle mis cosas; y, sin embargo, ella me había ocultado la razón por la cual habíamos sido víctimas de el maltrato verbal por parte de mi padre. Desde pequeña tuve miedo a que algún día papá no tuviera suficiente con escupir palabras hirientes a mamá y golpear algún objeto; una dócil e inocente parte de mí había visto en sus acciones el reflejo de un dolor desconocido, claro que no lo comprendía del todo pero la curiosidad se hizo presente desde ese entonces.

Vivía evadiendo los encuentros que pudiera tener con él desde que al fin hizo aquello que tanto temía: golpear a Linda. No es que Linda fuera una santa a la hora de hablar, pero no era motivo para que él se desquitara con ella de un bofetón. Sabía que esa no era la intención de mi padre, reconocí el terror en sus ojos cuando lo hizo. Él tenía miedo de sí mismo.

Era impulsivo. Esa era la palabra que lo dominaba y por ello se había ahogado en la bebida porque siempre caía y recaía. Y al tener un motivo más crudo que tratar de olvidar, por eso volvía a beber.

No quise pasar todo el día solo viendo el techo de mi habitación, ni mucho menos sabiendo que mamá no me diría nada sobre la muerte del bebé; su bebé. Me puse de pie y llamé a Linda por celular.

Me recordó que la fiesta con los maniquíes era ese mismo día, así que quedamos en vernos en su casa como era costumbre. Era sábado, probablemente no vería a Andrew o Nil en su casa por la tan mencionada fiesta que todos los chicos de la escuela estuvieron hablando. Sería una ventaja estar a solas, así esperaba que mi cabeza no echara humo por la conversación inconclusa que habíamos tenido Andrew y yo. Trataría de no pensar en mis problemas amorosos y de familia.

La temática para nuestra fiesta sería "concierto de Arctic Monkeys en Las Vegas", claramente la idea nuevamente había venido de Linda. Me di una ducha rápida antes de irme, al salir me vestí con un vestido suelto de tirantes color verde viejo, calzé unas botas robustas, y, añadiéndome encima para cubrir mis hombros huesudos, un kimono beige semitransparente. Por último, en la cabeza me coloqué una boina de cuero sintético (obviamente).

Tomé una inhalación profunda antes de girar el pomo de la puerta y salir de mi habitación. Con el estómago vacío y la rapidez que bajaba, logré esquivar a mis padres en la cocina hasta salir por completo de mi casa. Ellos no se preocupaban a dónde podría ir si mis únicos lugares a los cuales acudir solo eran dos: la casa de los vecinos Green o Macho-Taco. Así que no había problema si no les había avisado; mucho mejor para mí que no quería hablar con ellos si no era para conversar sobre "eso".

Al salir, traté de disfrutar de las cosas que había afuera de casa, cosas tan simples como el calor del sol, la tranquilidad de el barrio y la forma en que el viento ondeaba mi vestido y mi kimono. Tuve que agarrarme la boina porque al correr se me tambaleaba. En unas cuantas zancadas crucé el patio y llegué al de Linda. Ella estaba afuera, sacando los maniquíes del viejo cobertizo.

ㅡ¡Amy en el radar! ㅡgrité al verla.

Ella sonrió unos segundos y luego se echó a la esplada al "especial sujeto 5".

38 Días ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora