Viernes, 28 de Abril.
Veía hablar a mi padre y a mi madre, o mejor dicho, discutir. Gesticulaban con la boca pero yo no escuchaba ninguna palabra, pero los movimientos bruscos y hasta ciertas gotas de baba que salían demostraban que papá era el que discutía; mientras que mamá trataba de calmarlo con expresiones faciales suaves y movimientos limitados de boca.
Estaba ahí, pero la furia generada por mi padre solo iba dirigida a mamá. Era como si fuera solo una espectadora. No podía escucharlos pero sí observarlos. Sentía mi corazón estrujarse por la manera en que mamá intentaba no quebrarse ante él, me sentí impotente, ¿qué podía hacer yo si ni siquiera sabía qué era lo que decían?
A pesar de todo, yo no odiaba a papá.
Podría ser un alcohólico empedernido pero sabía que su motivo era porque estaba dolido, no sabía exactamente por qué, pero lo estába. Todos tienden a desahogarse o ahogarse en ciertos hábitos; beber alcohol era el de él, como si tuviera heridas internas con las cuales en cada trago él quemaba, esperando que cicatrizaran tal como el alcohol lo hacía con un herida física. Pero en realidad se estaba haciendo más daño, y lo sabía por la forma en que miraba a mamá mientras le gritaba; era consciente de que la lastimaba verbalmente actuando de esa forma y eso le mordía la conciencia. Pero qué más podía hacer, ya estaba hundido en ese vicio, de alguna u otra forma volvería a caer en la piscina del alcohol. Los efectos de este en su cuerpo le hacían actuar provocando daño a los demás, lo que lo hacía recaer. Los efectos de este sin estar en él, le hacía pensar demasiado hasta el grado de mejor "olvidar", lanzándose a esa piscina del vicio y tragando tanto como podía hasta perder la razón.
Se estába lastimado sin saber qué.
Cerré mis ojos para desaparecer de ahí. Al fin y al cabo, ellos no me veían.
Volví a abrirlos, esta vez en un ambiente mejor y relajado. Mis oídos comenzaron a escuchar, poco a poco el sonido se amplificó, como si alguien me subiera el volumen hasta estar conforme.
Giré un poco el taburete en el que estaba sentada, di una vuelta, como una niña que le gusta jugar a girar en él. El ambiente del restaurante era ligero, casi no había personas más que un grupo de amigos adolescentes pasando el rato. No les presté atención, yo seguía conforme con mi delicioso malteada de frutas, disfrutándolo tanto como pudiera antes de llegar al fondo.
Esa vez estaba sola. Chu chú, mi compañera de las Linda-aventuras no estaba conmigo.
Éramos mi batido y yo.
Don't cry sonaba en el fondo, haciendo más llevadera mi estancia en ese taburete giratorio. Cada que tenía oportunidad mi cabeza se movía al ritmo y mis uñas sonaban en el cristal del vaso al ritmo de las baquetas tocando los tambores y los platillos.
Otro sorbo más al batido.
Un vistazo al ruido que comenzaron a hacer los de la mesa hormonal.
—¡Hasta el fondo! —gritaron entre todos al chico que se bebía a grandes tragos una malteada con hielo, completa.
—¡Ah! ¡mi cerebro! —gruñó él, aplastándose la cabeza con sus manos.
Resoplé, volviendo a mi propio batido.
—Te invito una hamburguesa.
Dejé de beber por la pajilla para mirar al que se había atrevido a sentarse en el taburete de mi lado. Tenía la vista fija al frente, sin mirarme. Pero era claro que me había hablado a mí, puesto que no venía acompañado de alguien más. Aun así, desconfíe.
—Sí, te hablo a ti.
Parecía que me estaba leyendo la mente, y me sobresalté porque era Nil el que me miraba con una sonrisa amistosa. Arrugué el ceño, extrañada por tenerlo a mi izquierda y hablándome.
ESTÁS LEYENDO
38 Días ©
AléatoireAmy Brown, al igual que toda chica adolescente, anhela ciertas cosas. Su padre es un alcohólico y es hija única, no cuenta con muchos amigos pero le basta los que tiene. Linda Green, su vecina, es algo destrampada y tiene cierto recelo a los chicos...