CAPÍTULO 42

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Mudshovel – Staind

Accedí a ir en el coche de Delia porque no quería que me desguazaran el Bugatti. Pero joder, ¿tener un coche para no moverlo? Qué delito. Aunque supongo que fue un arma de doble filo por parte de mi padre. Él no daba nada gratis, y no era imbécil. Seguro que estaba al corriente de que ir con un Bugatti por Coruña era equiparable a tener una diana en el culo, por eso no me envió ningún otro de sus coches.

Gracias, padre querido.

Me relajé en el Renault Austral de Delia, respirando su aroma a cuero y coche nuevo. Según ella, era una reciente adquisición de sus padres, a los que no veía desde hacía tiempo.

—¿Y cómo es que tus padres no están nunca en casa? —traté de rellenar el silencio, nerviosa de pronto.

¿Por qué estaba nerviosa? ¿Por la reacción de Rubén ante cómo nos habíamos vestido? ¿Ante como yo me había vestido? Traté de ocultarme la verdad a mí misma, pero no lo logré del todo. Autoconvencerte de que no sientes nada por un capullo irresistible era bastante más complicado de lo que pude imaginarme jamás.

Los vestidos que nos habíamos puesto eran... espectaculares. Delia tenía un cuerpo bastante parecido al mío; solo tenía más pecho que yo, pero el vestido la quedaba fantástico de igual manera. Era corto y brillante, lleno de lentejuelas que lanzaban destellos cada vez que la luz le alcanzaba. Era rojo carmesí, y su escote atrevido no era lo que más llamaba la atención. Era corto, por encima del muslo, y tenía toda la espalda al descubierto. Toda.

Amaba ese vestido, y sabía que a Delia le quedaría genial. Estaba deseando ver la cara de Mateo en cuanto llegáramos a la plaza.

Yo, en cambio... había optado por un estilo algo más diferente. Me había puesto un corsé plateado que llegaba hasta mi ombligo, dejando todo mi estómago al descubierto. Una falda corta y algo ceñida acompañaba al conjunto, y decidí decorarlo con unas tiras de brillantes que cruzaban mi tripa desnuda. Llevaba un abrigo blanco de pelo, porque sabía que iba a congelarme en cuanto las temperaturas descendieran un poco, pero merecería la pena. Solo por ver la reacción de Rubén, ya habría valido todos los resfriados y pulmonías del mundo.

—Trabajan fuera casi siempre. —Delia mantenía su tensa mirada fija en la carretera, conduciendo con precaución—. Tienen una empresa... en fin, mierdas varias que no me importan mucho. Me dejan la casa libre casi siempre, así que no me quejo.

Asentí, observándola con perspicacia. Estaba inquieta, bastante claro debido al tamborileo de sus dedos sobre el volante. Su mandíbula estaba tirante debido a su nerviosismo.

—Va a ir todo bien, Del —la tranquilicé cuando ella se detuvo junto a un espacio para poder aparcar.

—Lo sé. —Hizo un par de maniobras un poco torpes para aparcar el coche en la plaza—. Es solo que... no sé qué pasará hoy.

—¿Te doy un consejo? —la dije, inclinándome hacia ella cuando detuvo el vehículo.

Delia me miró, sus facciones contraídas en una mueca de preocupación.

—Si tienes oportunidad, cómele la boca. —Le di un golpecito en el muslo, alargando la mano hacia su asiento—. Hazme caso.

Abrí la puerta del copiloto y salí, colgándome el abrigo del brazo. Delia me siguió, cerrando el coche y rodeándolo para llegar hasta la acera.

—Vas a congelarte si no te pones el abrigo —me informó, poniéndose su gabardina roja por los hombros.

—Y tú vas a estropear el efecto de ese vestidazo si no te lo quitas. —Me miré en el espejo, retocándome el maquillaje de los labios y colocándome correctamente el top—. Esta mierda me pone las tetas de corbata, joder.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora