CAPÍTULO 33

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Hotel – Montell Fish

Era una mañana de lunes de mierda. Odiaba los lunes, con todo mi ser. Sé que muchas personas van por ahí creyéndose gurús de la positividad diciéndote: oye, tómate el lunes como el inicio de una nueva semana de tu vida. Ya, bueno. Pequeñito spoiler: odio la puta positividad forzada. Los lunes eran una soberana mierda y punto.

Sobre todo, después de tener domingos increíblemente horribles.

La mañana del domingo fue un caos. Llamé a Marco para asegurarme de que estaba bien, y no obtuve toda la tranquilidad que necesitaba. Estaba vivo, que ya era algo. Pero bien, bien... no. Mi padre estuvo cerca de partirle la cara, literalmente. Ahora estaba recuperándose, y esperaba que esto no le produjese secuelas graves. Por el bien de mi padre; que Marco quedara peor o mejor iba a ser decisivo acerca de la muerte más o menos rápida que tendría.

Mi padre. Ese cabrón hijo de puta que me llamó a la tarde para «darme un nuevo encargo». Me habría denegado si Marco hubiese estado disponible, pero mi padre era el único hilo del que podía tirar para conseguir información. Y, de corazón, esperaba que Mateo y Rubén hubiesen sacado algo en claro la noche del sábado cuando hablaron con Adriano. Eso me daba cierto margen para no depender tanto de mi padre, aunque tampoco tenía más opciones. Hablaba de negarme a hacer la entrega, pero en el fondo de mí sabía que mi padre jamás me habría permitido rechazarlo.

De nuevo, me tenía agarrada bien por los cojones.

Así que, mi tarde noche del domingo se resumió en acabar con las existencias de alcohol que mi tía Ana tenía en su despensa —que, por suerte para ambas, no eran más que dos botellas de ginebra rosa— y ahora tenía una resaca de pelotas. Salí del portal con un humor de perros. Ni siquiera había tenido tiempo de lavarme el pelo, porque el alcohol me dejó hecha una mierda y... me dormí. Así que, coleta en alto y un sencillo vestido deportivo de color negro, me dirigí a la facultad. Creo que era la primera vez que iba tan informal a la universidad, acompañando ese outfit con unas zapatillas deportivas blancas y un abrigo negro. Pero no había tenido tiempo, así que era eso o no ir.

Y lo segundo no era una opción para mí.

Caminé por la acera en dirección a la calle principal de la urbanización. Encima, tenía que coger un maldito bus. Hacía horrible y tenía que esperar en la estúpida calle a que llegara un autobús de mierda que...

Un claxon me sobresaltó tanto que casi me tropecé conmigo misma. Me volví hacia el lugar de donde procedía el sonido, mi mirada asesina más furibunda clavándose en el... oh, estupendo.

Rubén bajó la ventanilla del copiloto, deteniendo el Mercedes negro mate junto a la acera.

—Sube —me ordenó, apoyando un codo en el reposabrazos central.

—No, gracias —mascullé, entrecerrando los ojos.

¿Quería subirme a ese coche? Absolutamente. ¿Que era una orgullosa de mierda y solo por no darle el gusto iba a joderme cogiendo el estúpido bus? Efectivamente.

Rubén chasqueó la lengua con molestia, apartando la vista hacia el frente unos instantes antes de volver a mirarme.

—¿Quieres dejar de hacerte la difícil y subir?

Ajustándome la mochila al hombro, le lancé otra mirada asesina más furibunda que la anterior.

—Te he dicho...

Rubén apartó la vista de mí con hastío y me interrumpió:

—O subes o bajo del coche y te monto a la fuerza.

Elevé las cejas con escepticismo.

—¿Que tú vas a hacer qué?

—Olivia, vamos los dos a la puta misma facultad —masculló con algo de cabreo creciente—. ¿Quieres ahorrarte el viaje en bus y subir?

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora