CAPÍTULO 3

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S&M - Rihanna

El segundo día de clase me tocó ir en autobús. Mi tía dejó de cederme su precioso y cómodo coche, así que tuve que resignarme a coger la línea regular que llevaba hasta las universidades.

Mi madre se había enterado de lo sucedido con el teléfono y me había comprado otro, no sin resignación. Porque claro, aquí la única que tenía las cuentas bloqueadas era yo porque mi padre era un hijo de su...

Era un teléfono nuevo con un número nuevo. La única persona a la que le había hecho llegar mi número era a Alba, con las pertinentes amenazas por mi parte. Si este nuevo número llegaba a Jaime, la borraría de la faz de la tierra. Ella había aceptado el trato sin muchos miramientos ni objeciones. Yo era consciente de que teníamos mucho de lo que hablar y cosas que solucionar; tanto ella como yo habíamos vivido una situación en la que nos habíamos visto envueltas de manera fortuita y, aunque el grupo estuviera ya jodido, no quería perder mi relación con ella por algo a lo que nos vimos arrastradas. Ese era el único motivo por el que quería mantener a Alba en mi vida.

La única explicación de que le hubiera dado mi nuevo número.

Cuando llegué a la facultad, fui hacia la cafetería en busca de un café bien cargadito para comenzar la mañana. Sin mi dosis diaria de cafeína, dudaba de que pudiera soportar a alguien siquiera.

La primera hora era Crítica literaria. No solíamos rotar de clase, así que la que utilizamos ayer para impartir historia de la lengua era la que se mantenía para casi todas las asignaturas.

Ayer había llegado el camión de mudanzas y hoy podía ir a clase con mi bolso y mi portátil para ser un mínimo de productiva. Si quería seguir adelante con mi vida, tenía que ponerme las pilas con la carrera. Empezaba último curso, el frío otoñal ya comenzaba a hacerme estragos y tenía un nuevo mantra para todo ese largo período: este era mi año. El año en el que terminaba la carrera. El año en el que me desligaría de mi padre de una vez por todas. El año en el que desaparecería y comenzaría de nuevo.

Soplé el café cuando me senté en mi sitio habitual, abriendo la tapa de plástico del recipiente. Para mi sorpresa, entre toda la gente que comenzaba a llenar el aula... apareció mi vecina la ladrona.

No podía ser cierto.

Reí para mí misma mientras le daba vueltas al café con el palillo de plástico transparente, bajando la mirada a la mesa.

—Vaya sorpresa, vecina.

Cuando levanté la vista hacia el frente, ella estaba sentada dos filas por delante de mí. El café humeaba en la mesa cuando detuve los movimientos circulares con el trozo de plástico al que llamaban cuchara.

—Sorpresa nada agradable, si hay que especificar —dije, cruzándome de brazos.

—¿Siempre eres así de estirada? —me dijo con una sonrisa, dejándose caer en la silla y dándome la espalda.

Estuve tentada de tirarle mi estuche, pero me contuve. Tirárselo implicaba tener que levantarse a recogerlo, y no tenía ninguna gana.

El profesor llegó sin mucho retraso —cosa extraña en un profesor de universidad— y cerró la puerta, acallando los cuchicheos. Estaba sentada en una fila relativamente lejos de la pizarra. Me gustaba estar presente en clase y ser participativa, pero no tan visible para el profesor. A medida que pasaban los años, te ibas dando cuenta de que el peloteo al profesorado no era una cosa muy positiva para el alumno. Punto para mí, pues era una persona que odiaba demasiado pelotear a nadie.

Yo iba a clase a aprender, no a lamer el culo a nadie. Ese nunca era mi estilo, y por eso estaba metida en los fregados en los que estaba actualmente.

El profesor rodeó la mesa y se sentó en ella, mirándonos con atención. Era bastante joven, destacando entre la cincuentena en la que solían rondar los profesores universitarios. Muy joven, de hecho. Tal vez hubiese terminado el doctorado recientemente.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora