23 – WAS
Salí del lugar echando humo. Abrí la puerta de la sala de un fuerte empujón, el aire salado y frío golpeándome nada más salir al exterior. Descolgué el teléfono antes de que saliera del complejo incluso, antes de llegar a la acera junto a la carretera donde tenía ganas de tumbarme hasta que me atropellara el camión de la basura.
—Cállate la puta boca —escupí antes de que pudiera hablar él—. Voy a dejarte una maldita cosa clara: si no comprendes el significado de espacio, voy a denunciarte.
—No eres capaz —me desafió él.
—¿Que no? —casi se me escapó una risa histérica—. Ponme a prueba. Hazlo, y te denuncio. Con la cantidad de delitos que encontrarían el día que te arresten, mi denuncia será el menor de tus problemas. Sabes que no estás en condiciones de exigir nada.
El silencio se hizo al otro lado de la línea.
—El vestido —fue lo único que dijo tras mis palabras—. ¿Por qué?
Y en algún maldito recóndito lugar de mi destrozada alma... algo se encogió con dolor. Creía que ya no podía sentir más, pero se ve que estaba equivocada. No sé si fue el recuerdo, o quizás fue la vacilación en el tono de Jaime. El caso era que algo se había contraído en mí. Solté un suspiro tembloroso, una nube de vaho saliendo de mi boca. Me había dejado el abrigo dentro y debido a la rabia que había acrecentado mi adrenalina, ni había pensado en él ni el frío había hecho mella en mí.
—¿Por qué no?
Una risa se escuchó al otro lado, cargada de tanto dolor que casi despertó parte del mío. De ese que creía que ya no podía sentir. Seguida a la risa, le acompañó un suspiro tembloroso. Era posible que estuviese conteniendo las lágrimas. Caminé para apartarme de la gente que aún hacía cola para volver a entrar en el local, sentándome en el murete que rodeaba todo el complejo. Cerré los ojos para retener las incontenibles ganas de llorar.
—Joder... —masculló Jaime al otro lado—. Supongo que ya nos lo avisaron cuando entramos en esto.
Sin poder articular palabra, me concentré en tratar de sobreponerme al nudo que bloqueaba mi garganta.
—Nunca me lo tomé enserio —prosiguió él ante mi silencio—. Si hubiera sabido que no tenía nada de irreal, que la posibilidad de perderte era tan alta... nunca habría aceptado, Olivia.
—Lo sé —musité, pestañeando para disuadir las lágrimas que anegaban mis ojos.
Otro suspiro al otro lado de la línea.
—¿Cómo hemos llegado a esto, Olivia?
Incapaz de contener las lágrimas, una de ellas se escurrió por mi mejilla.
—No lo sé.
Y no mentía. La pena y el dolor que sentía no eran comparables al día en que tomé la decisión de que lo más sano para ambos era cortar la relación antes de que se fuera a la mierda del todo. Pero abandonar una relación sabiendo que los sentimientos de la otra persona siguen ahí y que, independientemente de cómo lo hicieras iba a dolerle igual... era de las decisiones más duras y complicadas que había tomado nunca. Y había tomado muchas, pero cortar con Jaime había sido la experiencia más dolorosa de mi vida. Porque sabía que ahí ya no era, sabiendo que para la otra persona sí era.
Lo que más dolor me provocaba era el saber que la relación se la habían cargado desde fuera. Sí, Jaime tenía parte de culpa, él había hecho muchísimas cosas mal y tenía muchos aspectos de su personalidad que debía cambiar... pero quien había propiciado esto había sido el ambiente externo. Lo que sucedió aquella noche de mierda no hizo más que dinamitar todas las dudas, los problemas y discusiones que se habían ido acumulando a lo largo de los días, de las semanas, de los meses. Podríamos haber durado toda la vida. Era ser consciente de ese hecho, de que si hubiésemos estado en otro ámbito completamente distinto quizás aún seguiríamos juntos, lo que hacía arder la herida en mi alma.
—Te avisé de lo que sucedería si hacías caso a mi padre —comenté, las lágrimas bloqueando mi garganta.
—Hice lo que pude, Olivia —dijo él, la derrota brillando en su voz.
—Ya, ese fue el problema. —Aparté la mirada a un lado, el móvil aún pegado a mi oreja—. Que hiciste lo que pudiste, no lo que debías.
No contestó, no lo negó... y cerré los ojos mientras más lágrimas se derramaban por mi rostro. Prueba suficiente de que efectivamente este era el camino que debíamos tomar, cada uno por su lado. Pero, joder... cómo dolía. Inspiré hondo, abriéndolos de nuevo y enjugándome las lágrimas.
—Estoy feliz de haber compartido estos años contigo, Olivia —tomó la palabra él, y sabía que estaba aguantándose las ganas de echarse a llorar tanto como yo por el titubeo en su voz—. No me arrepiento ni un solo segundo.
Con mi mano libre me cubrí la boca, incapaz ya de controlar las lágrimas que quemaban en mis ojos. Al menos traté de tragarme un sollozo.
—Solo me arrepiento de lo mal que lo he hecho —prosiguió, inspirando hondo para continuar—: De eso sí me arrepiento. Me arrepentiré siempre.
—Yo también me arrepiento —hablé, sin intentar siquiera fingir que no estaba llorando—. De no haber parado esta locura antes de que se descarrilase.
—Lo comparto —concordó él.
Unos escasos segundos de silencio flotaron entre ambos antes de que Jaime pronunciara las palabras que se clavaron en mi corazón como puñales afilados:
—Esto es una despedida, supongo.
No quería. La parte interna y pequeña de mí, la Olivia inocente que empezó con este chico maravilloso se negaba a apartarse y dejarlo ir, a soltar la que había sido su vida durante tanto tiempo. Pero la parte grande, la que había tenido que currar mucho para reparar las grietas que aún seguían uniéndose y que sabía que no siempre se podían soportar las sombras de alguien, apartó a esa pequeña parte de mí misma. La que me recordó por qué esta era la solución más viable. La que me recordó que amar también es sinónimo de soltar cuando no os hacéis bien. La que me recordó que ahí ya no era, que había sido lo que necesité en su momento, pero no lo que necesitaba ahora. La que me recordó que Jaime ya no era ese chico maravilloso, y que hacía mucho tiempo que había cambiado. La que me recordó que ya no era lo que él necesitaba ni lo que yo quería.
—Sí, lo es. —Y cuanto me costó pronunciar esas tres simples palabras... solo Dios lo sabía.
El suspiro tembloroso que resonó al otro lado de la línea retorció el puñal que ya estaba clavado en mi alma, que había abierto las viejas heridas.
—Ha sido un placer ser tu compañero de vida durante esta parte del camino, Olivia —comentó, intentando sonar estable durante esos últimos segundos—. Siempre voy a estar ahí. Siempre que me necesites... aquí estaré. A un golpe de teléfono.
Asentí, aunque sabía que él no podía verme. Tragué para pasar el nudo denso que me impedía incluso respirar.
—Es... igualmente, Jaime.
—Ah, haz una última cosa por mí, Olivia. —No dije nada, instándole a continuar con mi silencio—: Quema ese vestido. Quizás nos purifique a todos.
Los dos nos quedamos conectados a la línea, supongo que esperando que el otro dijera algo más. Al final, fui yo quien apartó el teléfono de la oreja... y colgué. Yo había decidido terminar esto, y yo tenía que cerrar el círculo. No le dije nada, no respondí a su última petición. Aunque mi silencio tal vez era una respuesta en sí misma.
Dejé caer las manos sobre mi regazo mientras contemplaba la acera, intentando darle voz y nombre a alguno de los múltiples sentimientos que cruzaban a toda velocidad por mi interior. La única conclusión a la que llegué fue que...
Necesitaba irme a casa.
..............................................................................................................................
¡Hola a todos de nuevo!
Estoy segura de que los lunes son mejores al tener actualización de Mi Condena <3 ¿Parece que todo comienza a ponerse en marcha, eh? ¡La cosa no ha hecho más que empezar!
Sígueme en mi Instagram y TikTok @iamclaudiaokey para no perderte ningún tipo de contenido exclusivo ;)
¡Nos vemos el jueves a las 19:00!
ESTÁS LEYENDO
Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)
Romance¿Cuánto estarías dispuesto a traicionar por amor? ¿Cuánto pueden pesar los secretos? Olivia García es la hija de un millonario muy conocido en Madrid. Rubén Soto vive en los suburbios de Coruña, con el dinero justo para pasar el día. Aparentemente...