I'm Good – David Guetta, Bebe Rexa.
El miércoles decidí saltarme las clases. Me quedé en casa gestionando la crisis de ansiedad que me había dado el martes. La llamada de Jaime me afectó más de lo debido, principalmente porque me vi sumida de nuevo en la mierda de la que tanto había intentado huir. Ahora sentía que había caído justo en el centro, y estaba ahogándome poco a poco a medida que las arenas movedizas y correosas iban trepando por mis piernas.
Esa era justo la sensación exacta. Atrapada. Con problemas de nuevo hasta el cuello.
La ansiedad llegó cuando ya me la esperaba. El miércoles me lo tomé libre para aplicar todas las técnicas de control que mi psicóloga me había dado después del incidente. Muchas de ellas me ayudaban a superar los ataques de pánico y las crisis de ansiedad, pero para mí no era suficiente. Yo quería superar el maldito trauma, y que recordar esos episodios pasados no me provocaran ese grado de incapacidad en mi vida.
El martes había sido duro. Mi madre se había dado cuenta incluso, y había sido ella quien me había aconsejado convenientemente de que me tomara el miércoles de respiro. Le había dicho que no tenía de qué preocuparse, que había pasado una mala mañana porque habían vuelto los recuerdos. Pareció ser suficiente excusa, porque me creyó y me dejó a solas. La hice caso y el miércoles me quedé durmiendo hasta tarde —aunque nunca más de las once, me producía demasiado estrés perder horas productivas en la mañana—, y cuando entré en la cocina, me sorprendió comprobar lo que mi madre me había dejado hecho. Un desayuno, comida en una olla y unos pasteles comprados con pan reciente. Ah, y una nota. En ella decía que dejaba sus dulces favoritos para su hija favorita.
Sonreí, cogiendo la carta e ignorando el simple hecho de que... no tenía más hijas. ¿Qué importaba cuando había traído dulces? Había desayunado con tranquilidad y luego me había enfundado unas mallas. Utilicé la tarde para adelantar apuntes y trabajos, y también me tomé el jueves de descanso. La ansiedad no había remitido del todo y a pesar de que podía haber ido, decidí que necesitaba reunir suficientes fuerzas para la entrega que mi padre me había mandado.
Ya había fecha: el jueves a las doce en punto, en un edificio abandonado del polígono de la ciudad.
Aproveché la mañana del jueves para hacer cosas de clase y después de comer, igual de sola que el día anterior debido a los horarios tan inestables y variables de mi madre en el hospital, me enfundé unas mallas y salí a correr. Con los cascos puestos dentro de la oreja, bajé trotando por las escaleras con la música a tope. Tenía que armarme de valor para lo que venía a la noche, y calmar mi crisis de ansiedad era mi máxima prioridad. No podría cumplir mi papel estando así.
Al salir del edificio, me estampé de frente con un pecho duro. Casi se me cayó el móvil de las manos debido al golpe, y pude estabilizarme antes de trastabillar. Su olor a té negro me llegó antes de que pudiera levantar la vista hacia él. Rubén me miraba con el ceño fruncido, una mezcla entre desconcierto y molestia.
—¿Qué haces ahí en todo el maldito medio? —exclamé, peinándome la cabellera tirante que estaba firmemente recogida en una coleta.
Rubén elevó las cejas, mirando la calle que había frente a nosotros.
—Caminar por la acera pública, por ejemplo —comentó con tono sarcástico—. No sabía que había que pedir algún tipo de permiso para ello.
Le saqué el dedo y le sorteé para seguir con mi ruta. Con mis cascos apenas le escuché, y podría haberme hecho la loca perfectamente... pero me detuve cuando vociferó mi nombre. Quizás fuese por el ligero escalofrío que recorrió mi columna, nunca lo sabría. Me quité un casco, molesta.
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Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)
Romans¿Cuánto estarías dispuesto a traicionar por amor? ¿Cuánto pueden pesar los secretos? Olivia García es la hija de un millonario muy conocido en Madrid. Rubén Soto vive en los suburbios de Coruña, con el dinero justo para pasar el día. Aparentemente...