CAPITULO 22

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Into you – Ariana Grande

«Si crees que soy un hombre inseguro e inestable, entonces es que he hecho algo muy mal, reina

Apagué el teléfono y subí el volumen de los cascos. Mi mirada se perdió entre el bullicio de Coruña a esas horas de la mañana, de camino a la facultad en el autobús. Había leído esa frase unas quinientas veces, sino más, desde que me había despertado. Anoche me quedé ojiplática con el hecho de que hubiese encontrado mi número, aunque supuse que no era muy difícil: se lo habría pasado Delia.

Traidora.

Era más fácil ceñirme a mi puto plan si no tenía su maldito número. Y si lo tenía a kilómetros de mí. Como eso ya de por sí era bastante imposible —teniendo en cuenta que vivíamos en la misma calle y que ahora trabajábamos juntos— lo último que necesitaba eran más mierdas que dificultaran mi tarea. Tenía que tener toda mi atención focalizada en lo que tocaba: matar a mi padre. Era la única maldita salida de aquella estúpida vida, y caer rendida a los pies de un maldito sicario no era solucionar los problemas. Quería huir de esa maldita mierda de mundo, no salirme de un lado para caer directamente en otro. Y me importaba una mierda que el tío estuviera la hostia de bueno y que oliese a gloria bendita. La respuesta era muy clara.

No.

Quizás me había pasado jugando y provocándole desde el momento en el que nos conocimos, hasta el punto de nublar un poco mi juicio. Yo estaba aquí para librarme de las cadenas que me habían impuesto desde que nací, no para sustituirlas por otras. Casi podría llegar a pensar que un polvo esporádico no tendría que importarme mucho y al menos podría solucionar mi pequeñito problema, el no pensar con un juicio claro cuando él estaba demasiado cerca de mí. Pero sabía perfectamente que eso nunca terminaba bien, y que alguno de los dos saldríamos lastimados.

Bueno, él me importaba una mierda. Pero yo pasaba de ser lastimada de nuevo, más aún con la reciente ruptura con Jaime.

Jaime.

Casi me sorprendí al darme cuenta de que hacía mucho que no pensaba en él. Era probable que todo el lío en el que mi padre me había metido tuviera mucho que ver, pero me lo apunté como un logro. No había pensado en él, ni tampoco en la noche del desastre. Y eso, a nivel psicológico, era un avance sin precedentes en la cura de mi trauma. Me negué a darle ese crédito a Rubén y me recordé a mí misma que era solo debido a mí.

Cuando el bus paró frente a la parada, me puse en pie y me apresuré a salir. Tenía Pragmática a primera hora... y había llegado a considerar cambiarme. Luego me recordé a mí misma que no tenía por qué mirarlo siquiera durante esas dos larguísimas horas, y me envalentoné. Con el paso firme, llegué hasta la clase. Estaba considerablemente vacía, así que me tomé el lujo de escoger sitio. Ni muy delante, ni demasiado atrás.

Apoyé el bolso en la silla y me acomodé, perdiendo mi tiempo viendo historias vacías e insulsas de gente a la que seguía en Instagram. La mitad de esas historias sería mentira, fingiendo llevar un tipo de vida que ni ellos mismos se creían. Hacía tiempo que había dejado de ver las redes sociales como un lugar de refugio para que pasaran a ser un pozo de mierda donde malgastar tu tiempo.

La silla crujió a mi lado cuando alguien se sentó.

Levanté la mirada de mi teléfono y agradecí a todos los dioses existentes que hubiese puesto mi bolso en la butaca que quedaba entre ambos. Sabía que él se habría sentado justo a mi lado, y habría sido suficiente para hacer estallar todo plan de contención posible. Apreté la mandíbula con fuerza, conteniendo mi rabia para no gritarle nada.

Rubén estaba sentado a una butaca de distancia de mí, su ceño fruncido mientras miraba algo en el móvil con indiferencia.

—¿Se puede saber qué haces? —comenté cuando empujé la rabia bien abajo, al fondo mismo de mi ser.

Mi Condena [Bilogía Condenados I] (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora