"Regreso"

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Un golpe aturdidor dirigido a la cabeza. Me desperté con ardor, desconcertado, traté de recordar lo último que ví. Seguíamos en el mismo lugar, pero ahora amarrados en un fierro, espalda con espalda. Con un olor atocigante a gasolina por todas partes.

—¡¿Qué mierda está...?!—exclamé.

—Ya se han enterado, Rincón—dijo con una voz asustada y apagada ella.

—¿Qué? no, no, ¿cómo lo han sabido?—me resignaba.

—Han estado varios días de investigación, no les tomó mucho tiempo deducir que los infiltrados éramos nosotros. Los suberstimamos...—contestó.

—¡Maldita sea!—apreté la mandíbula.

—Van a quemarnos vivos, Rincón.

Ese olor, estábamos bañados en gasolina.

—¡Oh, dios mío! no, no, no justo cuando estábamos por salir. Ginger, un sargento vino a buscarnos hace unos momentos... ¡vinieron a llevarnos a la academia! ¡por eso yo venía a buscarte...!—le susurraba.

—Alexander, ¿dices la verdad? seguramente sigues confundido por el golpe.

—¡No, Ginger, digo la verdad! ¡¿cuándo dejaste de creer en mí?!—me ofendí.

—Bien, eso ya no va a ser posible—bajó la cabeza.

«No, tiene que haber alguna forma de salir de aquí».

—¡Escúchame, las cuerdas son lo suficientemente delgadas para que al tirarnos un fósforo se deshagan y podamos escapar!—le susurré con desesperación.

—Sí, pero, también hay la posibilidad de que uno de los dos se prenda también antes de que se deshagan...—contestó.

Llegaron los líderes y nos miraron con asco.

—Ustedes, viles traidores, peluches desgraciados... ¡¿creyeron que nos iban a atrapar así de fácil?!—

Me lanzó una patada a la nariz, su bota de cuero me reventó sin piedad el tabique.

—¡Maldito seas...!—levanté con esfuerzo la cabeza.

—¡Debieron haber sido un poco más inteligentes! ¡se nota que la milicia actualmente cuenta con puros jóvenes inexpertos! ¡pagarán muy caro!—.

—Lo mejor, patrón, es que no saldrá de aquí nada de lo que este par haya escuchado.

Tomó un encendedor y prendió su cigarrillo.

«Bien, va a lanzarlo en cualquier momento a nosotros, hay que movernos y que encienda la cuerda...»

—¿Y cómo pagan los traidores? ¡con fuego!—se empezaron a reír y el lacayo echó a nosotros el encendedor.

No desperdicié ni un segundo, la cuerda agarró candela y se rompió, soltandonos, eso nos dió tiempo para levantarnos y correr un poco, pero estábamos desarmados, lo que era como un suicidio.

—¡Mierda...!—nos agachamos al escuchar los primeros balazos.

—¡Arrastráte!—le grité a Ginger cubriendóle la cabeza. Las piedras y pasto tenían un color extraño ese día, como muerto, «muerte», pensaba solo en eso.

—¡Denle plomo, muchachos!—mandó el líder.

—¡Tenemos que huir a la entrada, vamos!—

Nos levantamos y corrimos, las balas nos pasaban muy cerca y levantaban polvo al aterrizar en la arena, nosotros caímos una vez, estábamos acorralados. Mentiría si dijera que no sentía el mayor miedo de mi vida en ese momento. Y pensaba en Marilyn, jamás volvería a verla, pero estaba bien, ella sería fuerte. «Fuí un completo idiota al unirme al ejército», me decía a mí mismo. ¿En qué momento me convencí a mí mismo de que esta era la mejor idea? de que este era el futuro (o el final) que yo quería. Finalmente estaba solo, jamás pude quitarme ese doloroso sentimiento de soledad y moriría de igual forma. Pero entonces unos autos blindados nos cubrieron y empezaron a disparar hacia los guerrilleros. Levanté la mirada, eran los militares defendiendonos, vislumbraba las siluetas de varios hombres disparando contra el sol.

Crónicas de un soldado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora