Sara esperaba impaciente en la entrada de la hacienda Trueba. Óscar y Jimena habían adelantado su regreso, ¿los motivos? No los sabía, pero esa rapidez no le auguraba nada bueno.
Presentía que algo no había salido como se esperaban. La supuesta doctora de seguro había cambiado de versión o simplemente no habían podido contactar con ella. Parecía igual de escurridiza que Miguel Morales, el cual había vuelto a desaparecer. Alberto, el capataz de la obra, le dijo que tampoco sabía nada de él y que el joven se había marchado sin esperar a cobrar por su trabajo.
Estaba tan cerca...
Aunque aún le quedaba por descubrir que escondía esa misteriosa trampilla en el suelo en unas de las salas de su casa. Podía haber ido ella directamente, pero su cerca de ocho meses de embarazo le habían restado mucha agilidad y necesitaba de alguien que la abriese por ella. Por otro lado, también tenía pendiente el revisar los planos que estaban a buen recaudo en el despacho de Franco y que podrían explicar de que se trataba aquello.
Cuando divisó el auto de Óscar y Jimena se incorporó con dificultad de la silla que había colocado delante de la puerta. Tanto Irene como Gonzalo le habían pedido que esperase dentro y que ellos vigilarían por ella, pero estaba demasiado cansada de estar en cama. Los días que Gabriela había pasado con ella, había sido como estar en el ejército, en el ejército del reposo. Su mamá había cumplido su palabra y el cambio, así como su arrepentimiento, era evidente.
–Por fin llegan los tíos.
Le encantaba hablar con su hijo. Esas conversaciones que podrían durar horas, esas conversaciones en las que su pequeño se comunicaba a su manera con ella y según el tipo y el lugar de patatas que recibía sabía si estaba de acuerdo o no. Era increíble como su pequeño eran tan movido, pero en cambio, cuando estaba presente el doctor se paralizaba. Es tímido como el flaco, decía Óscar.
–¡Sarita!
La sonrisa de Jimena cuando salió del auto no le dio mucha esperanza, su hermana era alegre y entusiasta, pero cuanto más entusiasta fuera peor podía estar una situación.
–¡Estás hermosa! –continuó Jimena– ¿Te has hecho algo en el cabello? ¡Ah, no! ¡Es la ropa! ¿Es nueva?
No se había arreglado el pelo y toda su ropa había sido elegida expresamente por Jimena. Sin duda, la situación no podía estar peor.
–¿Qué ocurre? –preguntó temerosa, pero a la vez que ansiosa por averiguar a que se debía ese extraño comportamiento, porque no solo era Jimena la de la peculiar actitud, sino que Óscar estaba igual.
–¿Qué va a ocurrir? Pues que estamos muy felices de regresar y ver lo enorme que estás, quiero decir, lo enorme que está Andrés.
Puede que en otro momento las palabras de su cuñado acerca de su más que evidente tamaño la hubieran molestado, pero ese día no. Ese día solo quería que le explicasen qué había ocurrido en la capital y por qué regresaban tan apurados.
–Ustedes me conocen y saben que me gusta que me digan las cosas de forma directa, así que déjense de elogios y díganme que han descubierto.
Jimena y Óscar se miraron y asintieron.
–Está bien, pero será mejor que entremos.
xxxx
Con un tembloroso vaso de agua en su mano, Sara esperaba el comienzo de la explicación de lo sucedido en la capital.
Jimena y Óscar se estaban haciendo de rogar y parecían estar debatiéndose en una conversación silenciosa. Debía de ser algo realmente malo o de lo contrario no estarían tan reticentes, pero ella ya no podía perder más tiempo.
ESTÁS LEYENDO
¿Quién mató a Franco Reyes?
FanfictionSara había logrado todos los objetivos que se había propuesto en la vida; tenía un esposo que la amaba profundamente, un bebé en camino, un trabajo que era su pasión y una familia que la apoyaba. Sin embargo, esa imagen idílica se rompe en pedazos c...