Capítulo 21 - La victoria del corazón

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Sara no sabía como Miguel había logrado despistar a las enfermeras que guardaban su puerta, ni tampoco como pudieron salir del hospital sin que nadie se percatase de la mujer con una enorme panza a punto de dar a luz. Suerte que debido a la noche, el lugar estaba desierto y las pocas personas con las que se cruzaron, ni los miraron.

–¿No habrás lastimado a los empleados del hospital...? –preguntó. Algo le hacía confiar en Miguel, pero no era boba y si lo que había contado ese joven era verdad y había obedecido las órdenes de un demente, asumía que estaba dispuesto a todo.

Miguel la miró extrañado mientras le abría la puerta de un destartalado auto. Habían llegado hasta los vehículos sin llamar la atención.

–Jamás, no soy de esas personas –añadió cuando los dos estuvieron dentro del auto.

–Ah, no usted es más de los que secuestran y retienen a otros contra su voluntad –rio con sorna.

Se podía haber callado y morderse la lengua. El chico parecía haber traicionado al arquitecto y no era conveniente ponerlo en su contra.

–Lo siento –se disculpó el joven–. Puedo parecer un monstruo, pero no lo soy. Su esposo podrá corroborar que nunca le lastime.

En aquel momento a Sara poco le importó lo inseguro del auto, la forma veloz de manejar de aquel joven y como iban dejando atrás la civilización, ya que cuando su esposo salía a relucir, todo dejaba de tener importancia.

–¿Cómo está? ¿Está bien?

No sabía qué preguntar. Temía que la respuesta no fuera la esperada y que Franco estuviera malherido.

–Está –Miguel hizo una pausa antes de continuar–... Habla mucho de usted.

Una sonrisa apareció en su rostro, pero una que pronto se convirtió en una sonrisa amarga.

–¿Cómo llegó... Al lugar donde está encerrado? ¿Sufrió realmente un accidente? ¿Cómo consiguió Alejandro organizar todo? ¿Le ayudó alguien más?

Era consciente de que no dejaba al pobre Miguel hablar, pero estaba en bucle y no podía parar de hacer las mismas preguntas una y otra vez.

–Yo... Señora, Alejandro no me contó nada. Solo me pagó por utilizar la identidad de mi tía y después me siguió pagando para vigilar y atender al Señor Reyes.

Sara asintió lentamente. No quería ahondar mucho en la relación entre ambos hombres y tampoco quería juzgar a Miguel, no ahora. Ya habría tiempo para eso cuando Franco estuviera junto a ella.

–¿Y... Es peligroso? –preguntó– El lugar donde se encuentra mi esposo –concretó mientras se pasaba las manos por su panza. Estaba dispuesta a todo, pero también era consciente de sus limitaciones.

–No –se apresuró a negar Miguel mientras giraba el auto hacia la izquierda. Estaban entrando en los terrenos de su hacienda. –Yo mismo construí todo. Alejandro piensa que nadie puede entrar allá después de haber bloqueado la entrada.

El estómago de Sara se contrajo al escucharle y llegar a una conjetura horrenda.

–¡¿Ese hombre pretendía dejar a Franco allá para siempre?!

Miguel no dijo nada, pero su silencio fue la respuesta afirmativa que la hizo comprender que estaban ante un ser despreciable. Aunque si era cierto lo que ese joven comentaba y había matado a su amiga, era evidente que era capaz de dejar a su esposo encerrado a su suerte hasta que pereciese de inanición.

Cuando el auto estuvo estacionado y vislumbró su imponente casa en la oscuridad, Sara comenzó a dudar. Estaba embarazada de ocho meses, a punto de entrar en trabajo de parto y lo peor... Sin su escopeta. Pero por su esposo pisaría el mismísimo infierno y eso debía serlo porque la zona trasera era la típica escena donde habitaba un monstruo escondido entre las sombras, a la espera, a punto de darte caza...

¿Quién mató a Franco Reyes?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora