Capítulo 4

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Maddie

Me desperté con cables en todas partes, en todas las jodidas partes. Con la muñeca en una almohada y con una cosa sosteniéndome los huesos, pero es un artilugio de hierro que estará sujeto a mi hueso por más de un año o más si los daños son muy mayores, no he querido hablar con nadie, pero tampoco he llorado por todo lo que he perdido, no siento mi brazo debido a la anestesia, pero ver esos clavos que se clavan por mi piel hasta los huesos de ese lugar me parten el corazón.

Mi padre me ha preguntado mil veces que pasó, pero si le digo tengo tantas posibilidades de que no me crea y eso me duele tanto, así que me quedo en silencio solamente viéndolo.

—Maddie, por favor, dime qué sucedió.

—Ella se cayó —le dice Caroline, mi madrastra.

—Maddie ha vivido todos sus años en esa casa, desde que nació y nunca se ha caído de las escaleras —le gruñe mi padre.

—¿Estás culpándome a mí? Diciendo que yo empujé a nuestra hija.

—Mi hija —le susurra.

—Nuestra hija, la criamos juntos.

Suspiro y cierro los ojos. Me duele la cabeza.

—Pueden salir, gracias. No soporto sus malditas discusiones. Estoy casi al borde la muerte. No quiero escucharlos.

—Maddie.

—¡Déjenme sola!

Ambos se van sin refutar nada y suspiro viendo mi mano sobre la almohada que está sobrepuesta, sé que me veo un poco golpeada, pues tengo moretones en la mejilla, piernas y brazos. Cierro los ojos y creo que me quedo dormida hasta que siento unos gritos a mi alrededor, son Daisy y Caroline gritándose entre sí.

Cuando siento una mano en mi hombro me sobresalto y abro mis ojos rápidamente, pero me relajo en la cama cuando veo a mi mejor amiga con los ojos rojos y llenos de lágrimas.

—¿Qué sucedió? —preguntó suavemente.

—Me caí —la mentira me sabe amarga en la lengua, pero lo hago para no preocuparla.

—Maddie, por favor —dice con la voz áspera, sé que ella no me cree. Sabe que no me caí.

Lágrimas se deslizan por mis mejillas, pero no hago nada para limpiarlas. No tengo fuerzas suficientes para ello. Daisy me limpia las mejillas con sus pulgares.

Miro mi mano y más lágrimas salen.

—Mi mano. No podré volver a dibujar nunca más, Dios mío, jamás voy a poder hacer lo que más amo. No. No.

—A tu madre le parece perfecto que dejes de hacer lo que más amas. Pero lograrás volver a dibujar, preciosa.

Entonces me abraza y lloro sobre su pecho unos minutos más, porque sé que ella jamás me verá débil cuando lloro. Entonces la miro.

—Iban a ver mis diseños en Los Ángeles esta semana que viene. Ahora no podré ir y todo se irá al carajo.

—Tú no podrás ir, pero yo me encargaré de tus diseños. Hallaré la manera de llevarlos y que los vean, no te preocupes por eso.

Asentí y después me sentí tan agotada en todos los aspectos hasta que me quedé dormida, luego desperté para ver a Daisy a mi lado y al doctor dándome más analgésicos. Y volviendo a dormir otra vez.

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Daisy me recoge el día después, mi padre habla conmigo y me dice que es mi decisión y acepto quedarme con Daisy, su cara de tristeza me dice muchas cosas, pero esa mujer siempre estará en casa y no estaré con ella más tiempo.

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