Capitulo 1

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«Las segundas oportunidades no se conceden para arreglar lo que hemos hecho mal, sino para demostrar que podemos ser mejores después de fallar». ANÓNIMO

Camila

No tiré la tarta.

Creo que merezco algo de reconocimiento por ello. Por el tremendo autocontrol, por la serenidad casi budista y por la resistencia que me hicieron falta para echar un vistazo a la puñetera tarta de cerezas y decidir no hacerlo. Aunque reconozco que el único motivo por el que no lo hice fue la camisa que llevaba. Por muy furiosa que estuviera, no me atreví a profanar el blanco impoluto y perfectamente planchado de una prenda de Brooks Brothers. No soy un monstruo.

Tampoco es que lanzarle a tu ex una bandeja de panecillos, uno detrás de otro y con no muy buena puntería, sea un comportamiento admirable. Eso lo entiendo. Cualquiera que me conozca dirá que no es propio de mí; Camila Cabello Estrabao jamás haría algo así. Siempre me he enorgullecido de mi capacidad para controlar las emociones, de ser elegante a pesar de la situación, de mantener la calma y seguir adelante. Rara vez pierdo la compostura y mucho menos en una sala llena de donantes para la campaña al senado de mi padre.

Nunca en mi vida he lanzado comida. Ni ninguna otra cosa, en realidad, y, desde luego, nunca dentro de casa, lo que explica por qué me costó tanto dar con el blanco. Le he pedido disculpas mil veces a la señora Biltmore por el lino chamuscado. Y por el jarrón Belleek.

Me enseñaron buenos modales a la antigua. En mi familia creemos en la modestia, la cortesía y, sobre todo, la discreción.

Nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe montar una escena.

Como dice mi madre, Sinuhe Estrabao, o Sinu, como la llaman todos: «No hay mayor indicador del mal gusto o, peor, de la riqueza recién adquirida, que montar una escena».

Según ella, la que he montado hoy estará en boca de todos durante años.

Probablemente es verdad. Puedo explicarlo.

***

El martes por la noche recibí el mensaje que nadie quiere recibir de su ex a la una de la madrugada. A ninguna hora, la verdad.

Matthew: Necesito verte. Estoy fuera.

Camila: Es tarde. ¿Lo dejamos para mañana?

Matthew: No, tiene que ser esta noche. Por favor, te necesito.

Fruncí el ceño en la oscuridad y me pregunté qué querría. Hacía un año que habíamos roto y, aunque manteníamos una relación cordial, no habíamos tenido una conversación privada y a solas desde la noche de la ruptura. Mientras buscaba una manera educada de decir que no, me volvió a escribir.

Matthew: Por favor, Mila. Es importante.

Me ablandé un poquito al leer el apodo. No porque me gustase demasiado, sino porque me recordaba días mejores. Nos conocíamos desde hacía mucho, nuestras familias se llevaban bien y durante un tiempo creí que estaríamos juntos para siempre. No me costaba nada ser amable.

Camila: Dame un minuto. Nos vemos en la entrada.

Aproveché el minuto para quitarme la goma de la coleta, ponerme un sujetador debajo de la camiseta con el logo de la universidad que usaba para dormir y ponerme unos pantalones de pijama de seda de color rosa. En la calle llovía con fuerza, una tormenta de verano, así que bajé corriendo las escaleras para abrir la puerta, pero a Matthew no le había tocado ni una gota, por supuesto.

-Hola -saludé.

Me aparté para dejarle pasar, cerró el paraguas y entró en el vestíbulo. Con él se coló una ráfaga de aire caliente y húmedo, así que me apresuré a cerrar la puerta y encendí la luz.

Después de Caer (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora