Capitulo 3

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Lauren

No podía dormir.

No es que me sorprendiera, siempre me costaba dormir, pero en agosto me resultaba incluso más difícil. Conciliaba el sueño, con suerte, un par de horas cada noche.

—Es por el calor —había dicho Georgia, mi cuñada, la semana anterior —. ¿Por qué no pasas un par de noches con nosotros?

—O, mejor, pon aire acondicionado en esa vieja cabaña —sugirió Chris, mi hermano pequeño—. No creo que cueste mucho poner uno en la ventana.

No era el calor.

—A lo mejor es por la luz —había dicho Georgia el verano anterior—. Si apagases la luz, te relajarías más.

Pero necesitaba la luz encendida. A veces me costaba respirar y no me quedaba dormido hasta el amanecer.

Intentaba no enfadarme con mi familia cuando me aconsejaban qué hacer o buscaban soluciones simples para mis problemas. Lo que me pasaba era más complicado, no lo entenderían. Lo malo es que no se me daba muy bien pensar antes de hablar o controlar mi temperamento.

Ayer, sin ir más lejos, había perdido los nervios con Chris porque me asustó por detrás mientras reparaba la valla que delimitaba la propiedad con el bosque. Visto con perspectiva, tirarlo al suelo mientras le gritaba que era «un soplapollas de mierda con media neurona» estuvo un poco fuera de lugar.

Pero, joder, sabía que no era buena idea tocarme el hombro sin avisarme de que estaba ahí. El único motivo por el que no escucho música mientras trabajo es para estar atento a lo que me rodea. No me gusta que me pillen desprevenido.

Sidney había sido la única que lo entendía. Hace unos años, mi familia me preparó una fiesta sorpresa cuando cumplí los treinta, supongo que porque sabían que me habría negado a participar en cualquier celebración en la que tuviera que socializar con otros seres humanos. Sidney se aseguró de contarme todos los detalles con tiempo. Intentó convencer a mis padres y a mis hermanos de que era una idea horrible, pero insistieron en que «salir de casa y celebrar la vida» me vendría bien.

Fui porque Sidney me lo suplicó. Al principio estaba furioso y me negaba siquiera a considerarlo, pero me contó que mi madre y mi tía habían volado desde Florida, que mi cuñada había preparado una tarta cassata siciliana y que mi sobrina Olivia había aprendido a tocar Cumpleaños feliz en el piano solo para mí. Era difícil decirle que no a Sidney cuando se le metía algo en la cabeza. Además, me había hecho una mamada de la hostia esa mañana en la cama.

Conocía todos mis puntos débiles.

Tumbado en la oscuridad, le di vueltas al anillo de boda que llevaba en el dedo.

Tres años.

Parecía imposible que hubiera pasado tanto tiempo. Sus gafas seguían en la mesita de noche y su ropa en el armario. Todavía esperaba verla cuando me daba la vuelta en nuestra vieja y ruidosa cama, deseando abrazarla con fuerza.

Sin embargo, al mismo tiempo, parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que la oí cantar en la ducha o la observé prepararse para irse a dormir, o la última vez que hicimos el amor. Siempre me pedía ir despacio al principio, decía que la tenía muy grande y le preocupaba que le hiciera daño, a pesar de que llevábamos años juntos. Es probable que solo quisiera hacerme la pelota, pero siempre funcionaba. Era muy menuda, con curvas en los lugares perfectos. Nunca me importaron esos seis kilos que decía que le sobraban, porque la verdad es que me encantaban. Adoraba que su cuerpo fuera suave y el mío duro, la forma en que sus curvas se adaptaban a mis manos y a mi boca y cómo me rodeaba con las piernas. Darle placer era maravilloso.

Joder, echaba de menos el sexo. Lo echaba de menos todo.

—Tienes que volver a salir —dijo mi hermano mayor, Mike, que siempre tenía todas las respuestas—. Deja que te presente a April, la nueva agente de la inmobiliaria. Está buena y lo pasaríais bien. Por lo menos echarías un polvo.

Lo mandé a la mierda.

—Venga, tío —insistió la semana pasada cuando salimos juntos a correr por los caminos de tierra que rodeaban nuestra granja de tres hectáreas—. Han pasado tres años. Ni siquiera intentas superarlo. ¿Cuándo vas a olvidarla?

—Que te jodan, Mike —respondí y me alejé a grandes zancadas.

¿Que lo superara? Lo intentaba todos los putos días. Cada vez que me levantaba de la cama, cada vez que respiraba o me movía.

En cuanto a lo de olvidarla, no iba a pasar, nunca. Ya podía ponerme delante a todas las tías buenas del planeta, sería una pérdida de tiempo.

Ya había conocido al amor de mi vida, la conocía desde que éramos niños. Me casé con ella y la perdí.

No había forma de recuperarse de eso. No había redención posible ni segundas oportunidades.

Tampoco las quería.

Después de Caer (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora