Capitulo 4

22 2 0
                                    

Camila

—¿Seguro que quieres hacer esto justo ahora?

Dinah me pasó la carpeta de un cliente por encima del escritorio mientras me miraba con inseguridad. Acababa de ofrecerme voluntaria para hacerme cargo de una cuenta nueva que conllevaba viajar unos días, muchísima investigación y poco dinero. El cliente era una pequeña granja familiar dedicada a la agricultura sostenible. El lugar perfecto para desaparecer y no encontrarme con nadie conocido durante un tiempo.

—No me parece que te vayan mucho las granjas.

—¿Por qué no? —pregunté mientras guardaba el expediente en el maletín —. Antes montaba a caballo, ¿te acuerdas? Creo que todavía tengo un par de botas por ahí.

—Tenías un caballo en un club de campo. Esto es una granja.

—No será tan diferente. —Agité la mano para restarle importancia—. Podré con ello. Además, Sinu opina que es mejor que me vaya de la ciudad un tiempo, al menos hasta que se acaben los cotilleos.

—¿Hasta que se acaben los cotilleos? —Sonrió burlona y se cruzó de brazos—. Llevará lo suyo.

No bromeaba. Había pasado casi una semana, pero la historia del lanzamiento de panecillos seguía siendo la favorita en el club, hacía meses que nadie montaba una escena de tal envergadura.

—Comportarse todo el rato es agotador —se había quejado mi abuela en

la cena la semana anterior.

Poco a poco habían ido adornando la historia. Ahora decían que uno de los panecillos le había dado en la entrepierna a Matthew, lo cual no me disgustaba. También decían que Amber me había tirado un plato de buñuelos a la cabeza, pero esa parte ya no me hacía tanta gracia. Las panaderías locales vendían panecillos a mansalva y la tienda donde se compraron los que lancé empezó a llamarlos «herederas despechadas». Rechacé la oferta de cobrar derechos por ello. En las fiestas de toda la ciudad se había extendido el chistecito de que «la venganza es un plato que se sirve lleno de panecillos».

A mi madre le iba a dar algo.

—De verdad, Camila, nadie quería que lo vean contigo ahora.

Sin embargo, mi abuela estalló en carcajadas cuando se enteró de la historia. Mi padre parecía no entender nada y Buck lamentaba habérselo perdido.

Me disculpé con la señora Biltmore el día siguiente al desastre, cuando tuve que volver a buscar el Mercedes, ya que la noche anterior había estado demasiado borracha para conducir. Después, todos acordamos que lo mejor sería que me esfumase el resto del verano.

—O hasta que alguien más la líe —susurró la abuela—. Estaré atenta. Nadie presta atención a las viejas, pero nos enteramos de todo.

—Háblame del nuevo cliente —le dije a Dinah mientras preparaba todo lo que necesitaba llevarme de la oficina para las próximas dos semanas.

La Granja de los hermanos Jauregui estaba en el pulgar de Michigan, un par de horas hacia el norte desde Detroit. Había alquilado una casita frente al lago Huron, más o menos a un kilómetro y medio de allí, y planeaba pasar el tiempo que no estuviera trabajando en una tumbona, con un buen libro, mientras me replanteaba el rumbo de mi vida.

—No hay mucho que contar —reconoció Dinah, apoyada en la mesa—. La granja la llevan tres hermanos. Mani conoció a uno de ellos, Chris, y a su mujer, Georgia, en el mercado agrícola local. Se pusieron a hablar porque ya sabes cómo es Mani, se hace amigo de todo el mundo. —Puso los ojos en blanco, pero no se me escapó el rubor que apareció en sus mejillas, como siempre que hablaba de élla. No le gustaba que la considerasen una romántica, pero estaba loca por su novia—. En fin, comentaron que no les iba muy bien y que tenían problemas para promocionar su marca y mejorar la fidelidad del cliente, aunque no con esas palabras, claro. Mani, por supuesto, les habló de mí. «¡Mi novia puede ayudaros, se dedica a eso!». Les dio mi tarjeta y Georgia me llamó la semana pasada.

Después de Caer (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora