Camila
Nadie me había besado así.
Como si se marchara a la guerra. Como si le diera igual respirar. Como si necesitase algo de mí con desesperación y si no lo encontraba, moriría.
Se lo daría encantada. Habría lanzado las bragas por el granero como un panecillo en una gala benéfica.
No se parecía en nada a los hombres a los que había besado. Era fuerte y buena hasta el último detalle. Su pecho era ancho y sus brazos musculosos. La tenía dura y su boca se movía con exigencia por mi cuello. Era embriagador. Habría dejado que hiciera lo que quisiera conmigo y habría disfrutado de estar a su merced.
«Joder, ¿cómo ha pasado?».
Sé que a lo largo del día habíamos empezado a acercarnos y hubo un momento en el gallinero en que saltaron chispas cuando me tocó, pero esto...
Me movió para encajar la pierna entre mis muslos, tiró de mi trenza para hacerme levantar la cabeza y pasó la lengua por las perlas de mi collar en la base del cuello. Le clavé las manos en la espalda.
«Madre mía. Voy a tener un orgasmo. En un establo. Con una granjera. A la que conocí ayer».
«Y va a ser brutal».
Susurré su nombre.
Y me apartó.
Como si su nombre hubiese marcado el final de una escena que estuviéramos rodando, me puso las manos en los hombros y retrocedió.
Nos miramos en silencio con la respiración acelerada. Su mirada estaba teñida de algo que no comprendí. Había deseo, pero también dolor.
Apartó las manos.
—Deberías irte.
—Lauren, por favor, hablemos...
—¡Vete! —bramó y se llevó las manos a la cabeza—. Lárgate de una puta vez, Camila. ¡Ya!
Herida y confundida, me di la vuelta y salí corriendo del establo a punto de llorar. Atravesé el cobertizo alrededor de la casa, esperando que Chris y Georgia no me vieran, y salí corriendo hacia la carretera donde había aparcado. Una vez dentro del coche, a salvo de miradas, cerré la puerta y me derrumbé sobre el volante.
Se me escaparon algunas lágrimas que me limpié con las manos sucias, enfadada conmigo misma por ponerme así por un beso.
—Vete a la mierda, Lauren Jauregui. No me equivocaba contigo. Eres una idiota sin modales.
Daba igual lo guapa que fuera debajo de tanta mugre. Daba igual que tuviera un gran corazón roto. Daba igual que tuviera una polla enorme que seguro que sabía usar de maravilla.
Era una imbécil.
Y era un cliente.
Pero ese beso, menudo beso.
¿Por qué el mejor beso de mi vida había tenido que ser con ella?
—¡Mierda! —Me di un par de cabezazos contra el volante y después me recompuse.
Saqué un pañuelo del bolso y me sequé los ojos y la nariz, consternada por la cantidad de suciedad que tenía en la cara. Lo miré y noté que la C bordada de mi nombre, de color azul marino, empezaba a deshilacharse. Tiré a un lado el trozo de lino, arranqué el coche y volví a casa mientras me reprendía a mí misma.
¿En qué narices estaba pensando? Daba igual lo guapa que fuera, lo bien que besara o por qué me había apartado. Trabajaba para ella, nunca debería cruzar esa línea.
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Después de Caer (Camren Gip)
Hayran Kurgu«No necesito ser su primer amor, pero ojalá me dejara ser el último...» Lauren no es el tipo de Camila. En absoluto. Es granjera y, aunque las películas de cowboys están bien, ella prefiere un hombre elegante, con traje y corbata. Lauren es muy atra...