17. Despertar de la Tierra

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De una manera apresurada, Rekker ingresa en su cabaña tras escabullirse de las bandadas de aingeruas. Ni se molestó en encender las linternas, la luz de la tarde-noche era lo suficientemente clara como para poder distinguir lo que buscaba, y lo suficientemente tenue como para mantener en penumbra el interior de la misma, sintiéndose con la seguridad de que no sería visto desde el exterior. Ayla se hallaba inquieta, erizando sus plumas, mientras Rekker continuaba hurgando en cada rincón de su hogar. "¿Ahora qué?" Le preguntaba su familiar. "No hay mucho tiempo..." Decía el alquimista. "...De hecho, no hay tiempo en lo absoluto. Necesito poder llevar conmigo lo necesario y, al mismo tiempo, todo lo que pueda." Explicaba, mientras tomaba copias holoenergéticas de muchos de sus pergaminos físicos, además de muestras al vacío de ingredientes alquímicos, las mínimas herramientas y, como unos cinco frascos. "...Y lo más importante..." Murmuraba, girándose hacia su escritorio donde se hallaba su diario de viaje y anotaciones. Todo lo organizó en su maletín de una manera rápida y meticulosa, sin percatarse que de la tensión ya comenzaba a sudar frío. "Es elemental que esconden información... la represión y persecución es prueba de ello. Entonces, ¿qué es lo que ocultan? ¿es tan terrible como para perseguir y aniquilar a quienes se atrevan a buscar respuestas? ¿qué relación tiene este supuesto sueño colectivo con los malakhim?" Mientras la mente de Rekker divagaba entre infinitas preguntas, es brutalmente interrumpida por Ayla, quien lo llamaba a detenerse un segundo. "Disculpa... Lo hice de nuevo." Contestaba Rekker, dándose cuenta de que, entre esos pensamientos, ya había buscado, organizado y guardado su ropa. Su equipaje estaba listo. "Tómate un par de minutos para una taza de té, Rek... una última." Susurraba su familiar, posándose cerca de la cocina. La expresión de Rekker se ensombreció. "...Sí que suena pesado cuando lo dices así." Contestaba, bajando la velocidad y haciendo levitar la tetera para servirse una taza. En esos instantes, disfrutó de su té de alba... saboreando cada sorbo, cada preciado minuto en el que ambos sabían sería el último que pasarían en paz en su hogar, al menos, por un largo tiempo.

Los soles se habían ocultado, Rekker selló lo mejor que pudo su cabaña, la hechizó para evitar que fuese saqueada en un futuro y partió con Ayla hacia las cascadas Wairere. Detrás de las mismas, en una pequeña y desapercibida cueva, se hallaba la nave de Rekker. "Ante cualquier duda... Elvia posee una llave, si en algún momento necesitan refugio o buscar alguna información, sé que acudirán a casa. El hechizo no les hará daño." Comentaba Rekker a su familiar, mientras entraban en la nave y, luego de divisar que no se hallaban malakhim en las cercanías, despegaron fugazmente hacia el firmamento.

La entrada a órbita fue menos problemática de lo que había calculado, no era lo suyo pilotar naves ni los viajes interplanetarios. Rekker no tenía idea realmente de siquiera por dónde empezar, pero no dejó que eso fuese razón para caer presa de la desesperación. Tomó el par de minutos en el que estuvo en el impulso de distorsión para ojear sus anotaciones. Necesitaba, primero que nada, hilar los puntos que lo llevarían hacia un posible siguiente lugar al cual investigar, así que decide hacer una parada en el sistema vecino, en un asteroide de reabastecimiento. Tuvo la suerte de toparse con un acogedor hostal, le proporcionaría el cobijo suficiente como para planear su siguiente movida. Chequea sus alrededores, y al no divisar ningún malakhim cerca sintió que podía relajarse. "No bajes la guardia." Le susurró Ayla, recordándole que podían haber ojos en donde no sean capaces de verlos. Revisaba anotaciones e hipótesis que fue recopilando junto con Elvia y Vandheer, sin embargo, le faltaban piezas, detalles. Hurgó entre sus notas, sus fotogramas, sus imágenes holoenergéticas, hasta que notó que en uno de los yacimientos encontrados en Koraha, divisó un grabado de algo que conocía bien: El Yggdrasil. Recordó que, según la historia santa dictada por los mensajeros de Adonai, esa era una marca de bestia, que representaba algo maligno que de cierta forma estaba relacionado con un conjunto de planetas que, según relatan los malakhim, derrotaron en una de sus guerras santas. Para Rekker, ese cuento que les repetían sin cesar cuando eran críos no le parecía sino una bola de mentiras sin sentido. Incluso hoy, no ha conseguido evidencias de esa batalla más que lo dicho en el libro santo de los malakhim, que es lo mismo que nada. "Si hay evidencia del Yggdrasil en ese yacimiento, significa que llegamos a tener contacto y posiblemente relaciones económicas con ellos... No pudieron ser enemigos, pues la ubicación de ese grabado no está en un área que contara batallas según cuenta la historia del mural donde está tallado. Los Aesir y Vanir son los habitantes de esos mundos, y no hay registros de que los malakhim hayan «salvado» a esa civilización... por lo que no debe haber ningún malakh en esos lugares... entonces..." Rekker parecía haber encontrado su siguiente pista, mientras buscaba en su bolso un artefacto de coordenadas. "Es hora de hacer una visita a Ásgardr." Decretaba, colocando la ubicación y saliendo junto con Ayla del hostal. "¿Qué tienes en mente?" Le preguntaba su familiar. "No lo veía antes, pero ahora es demasiado claro. En estos mundos no se hallan malakhim... y si han tenido contacto con nosotros, entonces ellos deben saber nuestra historia, ¡lo que en realidad sucedió!" Decía, con sus característicos aires de eureka, accionando el despegue.

Eris: La Reina de ÓpaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora