6. El Alquimista

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Las una vez distantes islas se hacían cada vez más nítidas a medida que se acercaban, y el fresco viento de la mañana silbaba entre las enormes y coloridas plumas de Toruk, mientras volaban hacia Altostratus. Una flota de titánicos trozos de tierra se suspendía entre las nubes como si fuesen más ligeras que el helio, de las cuales podía observarse una delicada arquitectura decorando sus superficies entre la vegetación, y cascadas como hilos cristalinos y tornasoles cayendo sutilmente de ellas. "...Es bueno volver a casa..." Susurraba Elvia, con una mirada un tanto melancólica. "Primero vayamos al templo, Gellen debe hacer esa entrega." Culminó, mientras dirigía a Toruk hacia la isla central y de mayor tamaño. Allí, en la parte más alta de Altostratus, se encuentra el templo Cirrocúmulus, construido mayormente de piedra amazonita, que retoza entre los escarpados riscos resaltando su característico tono aguamarina blanquecino y cuyas áreas se extienden hasta en pequeñas islas aledañas, algunas unidas por puentes, otras sin ningún tipo de comunicación. Varias criaturas se acercaron para volar en formación junto a Toruk, como si les dieran la bienvenida, o simplemente inspeccionaban curiosamente al enorme visitante, hasta que aterrizó en la plaza principal del templo. Una gran extensión de piso de howlita blanca conformaba el área de entrada, que era enmarcada por estatuas de aura cuarzo que resplandecían tornasoladamente como un prisma. En el acto, varios monjes empezaron a materializarse, otros volaban y otros levitaban como callados espíritus. Presentaban uniformes de una tela gris claro con detalles del mismo color de la amazonita, con cintas de un amarillo pastel amarradas en sus pies, muñecas, y una más larga y de mayor tamaño en la cintura de color amazonita de igual manera. Eris y compañía bajaron de Toruk, al momento en que una monje de piel dorada, cabello color orquídea y ojos azul pastel se les acerca a paso calmado. "Los vientos nos han traído a la Flama de Zafiro... Al parecer nunca se equivocan." Decía sonriente mientras hacía una reverencia, haciendo relucir al incorporarse un blanco espiral en su frente, junto a tres pequeños puntos del mismo color que bajaban delicadamente por su nariz. Todos los monjes poseían estas marcas en común. "Mi nombre es Makani, sean bienvenidos al templo Cirrocúmulus. Los llevaré con los Anemoi." Culminó calmadamente, mientras se daba vuelta y emprendía el camino hacia el templo. Eris intercambió miradas con Gellen y su mentora, mientras se disponían a seguirla sin decir palabra.

El templo contaba con enormes espacios abiertos, salones y pasillos constantemente acariciados por el sutil viento que hacía danzar grandes telares incorpóreos de voile de colores blanco, rosa y lila. El tono aguamarina blanquecino de la amazonita, junto al brillante blanco de los pisos de howlita, que constantemente se teñía por el reflejo de los tonos del cielo, hacía parecer del templo un espejismo de ensueño. Una vez en el salón principal, cinco figuras se postraron imponente pero serenamente ante ellos, cuatro incubus sentados en dais, uno al lado del otro, y en frente una succubus. Esta tenía un hermoso aspecto, de piel lila, largos cabellos color mantecado peinados en un delicado tocado, y unos vibrantes ojos color salmón. Vestía una larga túnica de color azul pastel con detalles en un suave amarillo, y en su mano derecha, un largo báculo en cuyo extremo coronaba un enorme cristal de aura cuarzo. "Ha llegado el encargo de armamento de los Ayazel, junto a la Flama de Zafiro, Master." Dijo Makani, inclinando sutilmente la cabeza. Los salmones ojos de esta misteriosa succubus brillaron al enfocarlos en Eris, para luego ponerse de pie y acercárseles pausadamente. "Les doy la absoluta bienvenida a Altostratus y a Cirrocúmulus, princesa Eris, los vientos me llaman Eolia. Soy la monje matriarca y maestra de este monasterio, además de la burgomaestre de los tres continentes errantes." Decía mientras hacía una reverencia, a lo que Eris la imita de igual manera, y agrega. "El placer es nuestro, Master Eolia. Vinimos a hacerle la entrega de su solicitado armamento, y a encargarnos de otras diligencias que puede que nos tomen unos días. Es maravilloso poder conocer su templo y sus tierras." Culminó muy educadamente Eris, mientras que, de un suave gesto, Eolia comandaba a un grupo de monjes a tomar el armamento para disponerlo en sus respectivas armerías. "Es un honor tener a la princesa con nosotros. He de asumir que por los momentos no tienen lugar donde hospedarse, ¿no es así?" Preguntó con mirada serena, a lo que Elvia contestó. "Es correcto, Master Eolia. Tan sólo llegamos hace un par de horas, pensábamos conseguir hospedaje en alguna posada alrededor de Altostratus." Eolia, sin dejar de prestar atención a sus palabras, sacaba de una de las mangas de su túnica una bolsa de dodrans, que le entregó a Gellen como forma de pago por el armamento. "Entonces, insisto en que pasen sus noches aquí, les proporcionaremos sus respectivas habitaciones. Son bienvenidos a quedarse el tiempo necesario hasta que su misión en Altostratus haya culminado." Declaraba son una suave sonrisa, cuya oferta no pudieron rechazar, así que en el acto fueron conducidos por Makani y otro monje hacia sus aposentos. En el camino, pudieron observar hermosas áreas de esparcimiento y entrenamiento, en conjunto con maravillosos jardines y pagodas. En una de las áreas de entrenamiento, observaron la manera en que los monjes blandían su armamento, que combinaban con elegantes movimientos proporcionándoles habilidad y certeza. Parecían controlar el fluir del viento junto con su energía, transmitiéndola a sus armas. Tanto Eris como Gellen estaban maravillados, y también emocionados por poder acercárseles y explorar el resto del templo.

Eris: La Reina de ÓpaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora