—Toma.
Cogí la taza que mi madre me tendió y la rodeé con mis manos para absorber algo del calor de esta. Estaba sentado en la incómoda silla plegable de madera, con los pies apoyados en una de las tantas macetas y un pesado nórdico sobre mis hombros. Ella se sentó a mi lado con otra taza. La suya estaba llena de alguno de sus tantos tes, la mía de un colacao tan caliente que de haber llevado las gafas tendría los cristales completamente empañados.
—Ahora si —suspiró ella clavando sus ojos en mí—. A ver, ¿qué pasa?
Valoré la opción de fingir que no había sido nada más que un arrebato tonto, pero la conocía lo suficiente como para saber que no lo dejaría pasar hasta que lo expulsara todo fuera de mi sistema. Con eso claro no me quedó más remedio que hacerlo. ¿El problema? No tenía ni la más remota idea de qué o cómo decirle. ¿Como coño le explicaba a mi madre que no estaba entendiendo nada de lo que me estaba pasando? Iba a pensar que había perdido la cabeza. Eso o empezaria a dar saltitos de alegria porque siempre había querido que uno de sus hijos fuera homosexual. No preguntes, ella es así.
—No soy gay —solté.
La confusión en su cara fué más que evidente y lo peor es que no podía reprocharselo porque yo me sentía exactamente así.
—Vaaaale —fué su respuesta.
Me llevé la taza a los labios y di un pequeño sorbo que hizo que mi lengua se quemase. Estupendo, ahora tendré toda la noche esa molesta aspereza, maldije para mis adentros. Mi madre se debatió entre si imitar mi acción o decirme algo, pues la vi abrir y cerrar los labios varias veces antes de finalmente decantarse por la primera opción. Quise sonreír por su expresión, pero estaba demasiado nervioso y alterado para hacer otra cosa que suspirar.
—Me gustan las chicas.
—Si, eso es lo que suele significar no ser gay —respondió ella con ese tonito suyo tan burlón—. La cosa es que no sé a qué viene esa necesidad de reafirmación. ¿Ha pasado algo?
Cogí la cuchara entre mis dedos y empecé a remover el líquido sin necesidad ninguna, simplemente por hacer algo.
—Me... me siento raro —mascullé.
Mi madre se quedó quieta durante tres segundos. Fueron exactamente tres. Los conté. Después de eso dejó la taza en el suelo —sentí la necesidad de decirle que la acabaría tirando en un descuido, pero no lo hice— y se volvió en redondo para que supiera que me estaba prestando su completa atención.
—¿En qué sentido?
—Me... Joder, que dificil es esto —gruñí al sentir de nuevo ese revoloteo en mi estómago—. Me estoy fijando en cosas, pensando en cosas que nunca antes había hecho y... me raya.
Dije todo eso con los ojos clavados en el líquido marrón de mi taza. No era común en mi no mirar a los ojos a la persona con la que estaba hablando. Yo no era tímido. Nunca en mi vida lo he sido, pero por alguna extraña razón tenía pavor de mirar a mi progenitora. No era porque tuviera miedo de cuál podía ser su reacción, ya he dejado en claro su ilusión frustrada de que alguno de sus hijos fuera del colectivo, era más por algo mío. Algo interno.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que ya no esté
Teen FictionLucas es un chico corriente, con una vida corriente como la de muchos adolescentes de 17 años. Va al instituto, trabaja a medio tiempo y solo tiene ganas de que llegue el fin de semana para salir con sus amigos de fiesta. Su vida ha sido siempre muy...