No era capaz de procesar nada.
Mis padres se habían puesto a discutir y a gritarse, enfermeras habían entrado en la habitación para ver que pasaba y yo ahí estaba, tumbado en la cama. ¿Alguna vez has tenido ese sueño en el que tratas de avanzar, de moverte, pero no puedes? Luchas, te esfuerzas pero no eres capaz de hacer absolutamente nada. Así estaba yo mientras todo pasaba a mi alrededor. No era capaz de digerir nada de lo que mis padres me habían contado y por más que viera lo que estaba pasando frente ami, no podía moverme, no podía reaccionar.
Tumor cerebral. Cáncer. Iba a morirme. Voy a morir.
Una solitaria lágrima se deslizó por mi sien.
No quiero morir.
Mi madre. Mi padre. Lucía. Esther. Diego. Pau.
Kidae.
Más lágrimas siguieron a la primera mientras los rostros de todas esas personas oscilaban por mi mente. La simple idea de dejarlos solos hizo que mi pecho se contrajera y un sollozo escapase de entre mis labios sellados. Papá y mamá se tienen el uno al otro, pensé mientras trataba de tragar el ardiente nudo de mi garganta. Lucia... Dios, mi niña. Su bonito rostro rojo por las lágrimas hizo que apretara los dientes. Diego no la dejará sola, traté de decirme. Se que mi amigo cuidará de ella y Esther y Pau podrán apoyarse mutuamente pero, ¿Kidae?
—Lucas, mi vida...
Sentí las heladas manos de mi madre cubrir mis mejillas, pero por más que trató le fué imposible retirar las lágrimas. Cuando limpiaba una, tres más brotaban de mis anegados ojos en los que no dejaba de contemplar la misma escena: Kidae pasando la pierna sobre la barandilla del puente.
—No... no pue-puedo... morir-me —sollocé entre aspiraciones e hipo.
No puedo dejarlo solo, pensé pero fui incapaz de decirlo en voz alta antes de que mi voz se rompiera completamente. Mis padres me abrazaron con toda la fuerza que sus brazos y mis costillas le permitieron y aferrado a ellos es que me dormí.
No sé si fui capaz de descansar. No sé cuánto tiempo transcurrió entre eso y la siguiente vez que abrí los ojos, pero cuando lo hice no me sorprendió encontrar a mis padres aún ahí. Papá estaba medio tumbado conmigo en la cama. Mamá aferraba mi brazo entre los suyos mientras acariciaba mi cabello. Una molesta voz en mi cabeza me dijo que ya estaba mayor para esto, pero la calle antes incluso de que pudiera decirlo. Los necesitaba. Necesitaba sus brazos tanto como el maldito aire que llenaba mis pulmones.
El tiempo pasó demasiado despacio mientras esperábamos la llegada del médico. Este llegó cerca de las cinco y media de la tarde,acompañado de otros dos que se presentaron como el psicólogo y el oncólogo. Este último es el que esperé que tomase la iniciativa de la conversación, pero a penas abrió la boca. Fue el de medio, el neurólogo, el que se acercó a mí y con una sonrisa que pretendía ser amable me preguntó cómo me encontraba.
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Hasta que ya no esté
Novela JuvenilLucas es un chico corriente, con una vida corriente como la de muchos adolescentes de 17 años. Va al instituto, trabaja a medio tiempo y solo tiene ganas de que llegue el fin de semana para salir con sus amigos de fiesta. Su vida ha sido siempre muy...