Estaba apalancado en el sofá, viendo Anne with and E con Kidae y mi hermana cuando el timbre sonó.
Aquella mañana me había despertado con el tanque de energía lleno hasta los topes, lo cual hubiera sido algo bueno de no tener las costillas fracturadas. Los días como aquellos hubiera aprovechado para ir a entrenar a la piscina, salir con los chicos o practicar un poco de defensa personal con mi padre ya que era domingo. ¿Qué hice en cambio? Me pasé la primera media hora contemplando el rostro sereno de Kidae. Si antes ya pensaba que era guapísimo, después de aquello no me cabía la menor duda que era la persona más hermosa que había visto en mi vida.
Cuando despertó —y tras tomarse la medicación— estuvimos de tranquis charlando en la cama de todo y nada a la vez. Me habló un poco de su vida en Barcelona y del motivo por el que habían abandonado una ciudad así para mudarse a una tan pequeña como la nuestra. Su padre, que era cónsul en la embajada surcoreana en Barcelona, seguía trabajando allí, lo que implicaba que apenas estuviera en casa. Su madre, al parecer, había heredado el bufete de abogados de sus padres, motivo que les hizo regresar al pueblo natal de esta. Yo le hablé de la curiosa relación de mis padres y le conté anécdotas estúpidas de mi infancia. En ningún momento mencionamos la conversación de la noche anterior, pero era más que evidente que ambos la teníamos muy presente. Estuvimos tumbados en mi cama, jugueteando con nuestras manos mientras charlábamos. Era algo tonto e infantil, pero para mi significó un mundo. Esperaba que hubiera sido igual para él.
Tan pronto Lucia se despertó, entró a tropel a mi habitación exigiendo que siguieramos viendo la serie. No preguntó. Subió a la cama, se sentó sobre mis rodillas y nos miró a ambos con los ojos entrecerrados. Por un segundo pensé que aquella mirada era porque nos había descubierto con las manos entrelazadas, pero lo ignoró completamente. Lo hizo hasta que Kidae, con cuidado, deslizó la suya fuera de la mía. Sé que trató de pasar desapercibido, pero los Sánchez teníamos un don para pisparnos de cosas así. Por suerte mi hermana no preguntó ni hizo comentario alguno. Eso si, tenía claro que en cuanto Kidae se fuera me acribillaría a preguntas.
Kidae se sentó a mi lado en el sofá y, como el día anterior, terminamos pegados como si una especie de imán nos atrajera. Para cuando el timbre sonó, tanto nuestros hombros como nuestras piernas estaban pegadas. No había espacio alguno entre nuestros cuerpos.
—Kidae, tu madre —avisó mi madre desde el recibidor.
Las campanillas sonaron segundos después, seguido del inconfundible sonido de unos tacones. Pensé que Kidae se pondría en pie, o tal vez se alejase un poco de mi, pero no hizo nada. Cuando su madre, ataviada con un traje de falda de tubo negro y e cabello recogido en un alto moño, entró al salón lo único que Kidae hizo fue mirarla.
—Buenos días —saludó. Lucia y yo mascullamos un escueto saludo que esta ignoró mientras se acercaba a su hijo y se sentaba a su lado—. ¿Cómo estás? Amanda me contó lo que pasó ayer.
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Hasta que ya no esté
Fiksi RemajaLucas es un chico corriente, con una vida corriente como la de muchos adolescentes de 17 años. Va al instituto, trabaja a medio tiempo y solo tiene ganas de que llegue el fin de semana para salir con sus amigos de fiesta. Su vida ha sido siempre muy...